Contra la corriente. John C. Lennox

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Contra la corriente - John C. Lennox


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—responde Daniel—. Mi nombre significa «Dios es mi juez.»

      —Uf, suena un poco pesado —dice Adapa—. Me parece una visión de Dios bastante deprimente y estrecha. Como si tu Dios fuera un aguafiestas que siempre trata de sorprenderte en algo para castigarte.

      —No es tan malo —aclara Daniel—. Para nosotros un juez no es solo la persona que preside un tribunal de justicia, aunque, por supuesto, forme parte de sus funciones. De hecho, en nuestra nación hubo etapas anteriores en las que fuimos gobernados por hombres llamados «jueces» antes de que tuviéramos reyes como David. En mi caso, la palabra «juez» transmite la idea de que Dios es quien gobierna y guía mi existencia, y eso es algo positivo. Significa que Él no está lejano. Le interesa mi vida y quiere lo mejor para mí. Por eso obedezco Sus leyes.

      —Aun así, me suena opresivo y legalista —replica Ninurta.

      —¿Verdad? —dice Azarías—, pero ese punto no es de por sí lógico, ¿no? Veamos, a ti te gusta tocar la lira, y a nosotros nos encanta escucharte. Me he dado cuenta de que antes de tocar (e incluso mientras lo haces) miras una tabla de arcilla con notas musicales. ¿Por qué? Porque para lograr una buena interpretación necesitas seguir las notas. Solo si las conoces y las obedeces, por así decirlo, tocarás melodías de primera calidad. Lo mismo sucede con nosotros. Queremos hacer música con nuestras vidas, y su calidad depende de la atención que le prestemos a la «partitura» de nuestras leyes, la Torá.

      —Esa analogía es precisa hasta cierto punto —repara Misael—. No somos máquinas regidas por cierto engranaje. De hecho, nuestra Torá solo nos enseña los principios, no las acciones detalladas; y tenemos que pensar con cuidado cómo aplicarlos en diversas situaciones.

      —Tienes razón —observa Azarías—. Déjame desarrollar un poco más mi metáfora musical. La música establece las notas que deben tocarse; pero es Ninurta quien determina el verdadero énfasis, el timbre y la expresión precisa; él expresa libremente su personalidad. Dos músicos pueden tocar las mismas notas y sin embargo sonar diferente. ¡De hecho la interpretación musical de dos artistas nunca es igual, aunque toquen la misma partitura!

      —Pero bueno, Daniel, también te referías a la parte legal en el concepto de juez, ¿no? ¿Qué nos dices de eso?

      —Sí, claro, algunas personas perciben el juicio como algo negativo, máxime si se trata de un juicio final. Pero si no hay un juicio, podemos deducir que no habrá una rendición de cuentas definitiva, así que en realidad no importa lo que haga porque nunca daré cuenta de ello. Ninguna sociedad puede funcionar así sin caer en la anarquía. Por eso, ustedes tienen el Código de Hammurabi y lo aplican en los tribunales. El estado babilónico sostiene que la ley se aplica mediante sanciones punitivas, de lo contrario no tiene sentido. Si funciona a nivel social, con seguridad también funciona en nuestra relación con Dios.

      —La conclusión es que, dar cuentas de nuestros actos, le confiere dignidad y valor a nuestra persona. A ninguno de nosotros nos gusta que nos traten como si fuéramos irresponsables o descuidados. Dios nos ha creado con cierta libertad: podemos decidir. Negar esa rendición de cuentas final me denigra como ser humano, porque si mis acciones no tienen importancia, entonces yo tampoco la tengo.

      —Además, si no hay que rendir cuentas, entonces el sentido de justicia que todos poseemos no es más que una vana ilusión; no se corresponde con ninguna realidad moral. Nos burla con la falsa promesa de que las cosas se arreglarán algún día.

      —En este contexto, podemos entender por qué nuestros poetas frecuentemente expresaban satisfacción al pensar que un día Dios intervendrá para juzgar el mundo. Escucha esto:

      Alégrense los cielos, y gócese la tierra; brame el mar y su plenitud. Regocíjese el campo, y todo lo que en él está; entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento, delante de Jehová que vino; porque vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad (Salmos 96:11-13).

      —El poeta imagina como se regocija la creación al saber que un día Dios entrará en la historia para dar Su última sentencia. ¿No deberíamos alegrarnos?

      —Pero a mí no me gusta la idea de un juicio final —dice Nabu—. No estoy seguro de que quiera rendirle cuentas a un dios, y menos al tuyo. Porque si hay un solo Dios, y es santo como dices, ¡tú también estarás en problemas! Después de todo, no eres perfecto, ¿verdad?

      (En su famoso libro Los hermanos Karamazov, el novelista ruso Fiódor Dostoyevski escribió: «Si Dios no existe, todo está permitido.» Por supuesto, Dostoyevski no sugiere que un ateo no pueda ser moral porque algunas veces los ateos aleccionan moralmente a cristianos profesos. Lo que expresa es que, si no hay Dios, entonces la moral no es necesaria. Muchos pensadores contemporáneos no están de acuerdo y proponen que podemos encontrar una moral aceptable en aspectos de la biología o incluso que la misma viene determinada por nuestros genes. Mis razones para cuestionar esta proposición se encuentran en otros trabajos [2011, páginas 97-114]).

      —Creo que, en este sentido, tendrás que conversar con Ananías —señala Daniel—, porque mi nombre solo expresa una faceta de Dios.

      —Correcto —dice Ananías—, el mío significa «el Señor muestra gracia.»

      —¿Qué es la gracia? —pregunta Adapa.

      —La gracia es la pura generosidad que Dios expresa al darnos lo que no merecemos. Por ejemplo, en el sitio de Jerusalén Nabucodonosor me perdonó la vida mientras que otros murieron. ¿Crees que yo merecía su perdón? ¿Merecía tener una familia maravillosa, mientras que otros han tenido experiencias trágicas en sus hogares? De hecho, ¿merezco tener nuevos amigos como tú aquí en Babilonia? Veo estas, y muchas otras cosas, como una expresión de la gracia de Dios.

      —¡Un momento!, lo que Daniel explicaba, ¿no es completamente diferente? ¿Daniel adora al dios-juez y tú adoras al dios-gracia? Ustedes tienen diferentes dioses, igual que nosotros.

      —¡No, ¡para nada! —aclaran al unísono—. Solo hay un Dios, piénsalo de esta manera. Nosotros declaramos que los seres humanos están hechos a la imagen de Dios, lo que significa que uno puede aprender sobre Él con solo mirar a los seres humanos. Nosotros somos personas, y Dios también lo es. Mira, piensa en alguien a quien respetas; esa persona está llena de matices, no es inflexible o monótona. Posee diferentes características: puede ser graciosa pero firme a la vez, ¿no es así? Lo que queremos expresar es que nuestros nombres reflejan la amplitud del carácter del único Dios verdadero. Espero que así lo entiendas mejor.

      —Creo que es mi turno —dice Misael—, porque mi nombre se relaciona con la singularidad de Dios. Significa: «¿Quién es como Dios?» Por supuesto que la interrogante tiene una respuesta negativa: «Nadie es como Dios. Él es único.» Creo que mis padres lo tomaron de un pasaje del profeta Isaías: ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis? (Isaías 40:18). Así protestó contra el politeísmo y defendió la fe en el único Dios verdadero.

      —¿Y tú, Azarías? Dinos, ¿qué significa tu nombre?

      —Significa: «el Señor ayuda» —responde—. Mis padres me lo pusieron para expresar su gratitud a Dios por la ayuda que les había dado en vida. Pero no solo mis padres se sintieron así. Nosotros la hemos experimentado personalmente. Su palabra ha sido nuestro salvavidas. Por ejemplo: Jeremías no solo profetizó que Nabucodonosor nos invadiría y que deportaría a muchos de nosotros, sino también por qué debía suceder. Gracias a eso pudimos enfrentar la situación. De hecho, cuando hago un recuento de nuestras vidas, veo que Dios nos ayuda a través de Su trato con nosotros por medio de la Palabra, cuando escuchamos Su voz.

      —Disculpen —dice Nabu—, pero eso me parece inconsistente. Es una interpretación bastante subjetiva de las cosas. Quizás debo señalar que mi nombre es el del dios patrón de la ciencia y que, curiosamente, yo soy un científico. Ustedes afirman que los seres humanos estamos hechos a la imagen de Dios. Pero, pudiera ser al revés. En la universidad tenemos un profesor de psicología que nos ha enseñado que todos los dioses son en esencia proyecciones de


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