Contra la corriente. John C. Lennox

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Contra la corriente - John C. Lennox


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en público. Es difícil oponerse a los modelos establecidos.

      —Es más, cuando afirmas que tu Dios te ayuda, yo mismo pudiera decir que Nabu me ha ayudado a convertirme en un científico y a obtener resultados relevantes en mis exámenes; o que Istar me ha ayudado a conseguir una novia estupenda. ¿Dónde está la diferencia en lo que dices? No puedes eludir la interrogante. ¿Cómo sabes que Dios te ayuda? ¿Cómo puedes asegurar que no estás acomodando tus experiencias para que apoyen tus creencias?

      —¡Guau, no se te escapa nada! — responde Azarías—. Tu pregunta está plenamente justificada. Sin embargo, es una espada de doble filo. Supongamos que te preguntara cómo sabes que la impresionante novia que mencionaste te ama. No importa cuántos argumentos me des, yo siempre podría rebatirlos. Es imposible obtener las pruebas del amor por medio de las matemáticas, como Ananías pretende hacerlo. Pero la percepción sí es posible, ¿no es cierto? Si te observo a ti y a tu novia durante un tiempo, creo que podría asegurar si te ama o no. Entonces, ¿por qué no nos observas con atención durante los próximos meses? Si no logras percibir que Dios está con nosotros y que nos ayuda en nuestra vida diaria, entonces no tendrá sentido que lo afirmemos. Pero espero que logres ver, a través de nosotros, que Dios es real.

      La oportunidad de usar sus nombres para iniciar una conversación no duraría mucho, si alguna vez la tuvieron. Enseguida, Aspenaz, el funcionario a cargo de los estudiantes, hizo una reunión con los extranjeros y allí les informó que, para facilitar su integración a la sociedad, les pondrían nombres babilónicos. Los nombres extranjeros estaban terminantemente prohibidos.

      Ya incluso los habían elegido. Daniel se llamaría Belsasar (Balat su ussur), que significa «Que Bel (Marduk) proteja su vida» o también, «príncipe de Bel» (algo que resulta intrigante). A Ananías le pusieron Sadrac, que significa «mandato de Aku» (el dios-luna); y a Azarías lo llamaron Abed-nego, que se traduce como «servidor de Nabu» (el hijo de Marduk). Nabu o Nebo forma parte del nombre Nabucodonosor (Nabu kudurri usur); así que, Azarías y Daniel tenían nombres que formaban parte del nombre del emperador. Pero con Misael fueron más crueles. Su nombre babilónico se parecía al suyo en hebreo, pero lo que hacía era parodiarlo lingüísticamente. Le pusieron Mesac, que significa: «¿Quién es como Aku (el dios de la luna)?» No permitieron de ninguna manera que Misael usara en público el concepto de la singularidad del único Dios verdadero. Es probable que los jóvenes amigos usaron alguna que otra vez sus nombres cuando conversaban y es posible que se los explicaran a otros; pero, por supuesto, debían ser cuidadosos. Babilonia quería arrojar al olvido sus nombres y sus significados. (Se ha sugerido que Daniel deletrea de forma incorrecta algunos de estos nombres babilónicos, como si dijera: «En realidad no importa cómo me llamen, no pueden cambiar mi identidad».)

      Cambiar sus nombres era una acción estratégica. Fue un primer intento de ingeniería social, encaminado a eliminar distinciones inconvenientes y homogeneizar a las personas para controlarlas con más facilidad. A lo largo de la historia, con frecuencia tales intentos vienen acompañados por el socavamiento de la dignidad humana. Un ejemplo actual de este fenómeno es la corrección política que, aunque originalmente estaba destinada a evitar la ofensa, se ha convertido en un intransigente supresor del debate público abierto y honesto.

      De seguro este fue un momento difícil para Daniel y sus amigos, y quizás pensaron en protestar. Sin embargo, la Palabra no lo dice, así que solo podemos hacer conjeturas. Una cosa es evidente: Babilonia podía cambiar sus nombres, pero no sus identidades. La historia demuestra que el nombre de Daniel sobrevivió al Imperio babilónico, gracias al libro que nos legó. Tampoco perdió su identidad. Y podemos pensar que, entre ellos, usaban sus nombres propios todo el tiempo.

      Babilonia y su búsqueda de sentido

      Aún queda bastante por decir sobre los nombres y las identidades en este contexto, porque es el tema central de la fundación de Babilonia. Génesis relata lo siguiente:

      Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra (Génesis 11:1-4, énfasis mío).

      Cada gran capital del mundo tiende a ser un símbolo de la ideología de la nación. Por ejemplo, durante la guerra fría, la radio anunciaba mensajes de este tipo: «Moscú dice esto, Washington ha respondido aquello, pero Londres cree lo otro.» Todos los oyentes sabían cuál era la posición de cada capital. Representaban ideologías opuestas. El pasaje de Génesis nos revela lo que Babilonia representaba. Su lema, hagámonos un nombre, nos muestra las bases filosóficas tanto de su construcción como de sus ambiciones.

      Sin embargo, debemos ser cuidadosos en nuestro análisis. A fin de cuentas, ¿no significa esto que el proyecto babilónico era una búsqueda genuina de su identidad? ¿Qué hay de malo en ello? De por sí, todos queremos poseer una identidad. ¿No es precisamente el sentido lo que le da un propósito a la vida?; entonces ¿qué hay de malo en buscarlo?

      ¡Nada! El texto de Génesis no enseña que no debemos buscar el sentido; sino que lo importante es la manera en que lo buscamos. Desde la perspectiva de Dios, algo andaba mal con la forma en que los antiguos abordaron el proyecto original, porque Él intervino y lo destruyó.

      Babel buscaba su identidad en la vanguardia de los logros científicos y tecnológicos de la época. Como hemos visto, los antiguos babilonios eran arquitectos e ingenieros expertos, y sus aspiraciones de construir los edificios más impresionantes del mundo fueron encausados por una sucesión de emperadores, principalmente Nabucodonosor.

      El deseo de construir edificaciones que lleguen al cielo como una forma de mostrar los logros humanos se repite a través de los siglos: las pirámides, las imponentes estructuras mayas, el Empire State Building, las Torres Petronas, El Burj Khalifa; y ya se planean construcciones más altas. Todos son símbolos poderosos, tan poderosos, que cuando los terroristas quisieron golpear a Estados Unidos, eligieron las Torres Gemelas para su atentado.

      No hay nada malo en buscar la excelencia en la arquitectura y en la ingeniería. Con razón admiramos a los babilonios y a otras naciones por sus magníficos logros. Entonces, ¿qué problema tienen con su búsqueda de sentido? El Libro de Génesis lo explica en el capítulo siguiente. Allí aparece un registro del mandamiento que Dios le dio a Abraham, un antepasado de Daniel, al ordenarle que saliera de Harán, una ciudad antigua situada en la misma región que Babilonia.

      Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra (Génesis 12:1-3, énfasis mío).

      Este llamado debe considerarse como uno de los sucesos más importantes de la historia. Lord Sacks, el Gran Rabino del Reino Unido, escribe (2011, página 8):

      Las civilizaciones surgen y desaparecen. La fe de Abraham sobrevive… Lo que hizo único el monoteísmo abrahámico es que dotó la vida de sentido. Pocas y raras veces entendemos este punto… Cometemos un grave error si concebimos el monoteísmo como un desarrollo lineal del politeísmo, como si la humanidad primero adorara a muchos dioses para luego reducirlos a uno solo. El monoteísmo es algo muy diferente. El sentido de un sistema se encuentra fuera del sistema. Por lo tanto, el sentido del universo está fuera del mismo. El monoteísmo, con su revelación del Dios trascendental, el Dios que está fuera del universo y que es Su creador, posibilitó que por vez primera creyéramos que la vida tiene un sentido, y no solo una explicación mítica o científica.

      La filosofía babilónica sigue resonando hoy día en el cientificismo que nos anima a buscar el sentido y la salvación en la ciencia y en la tecnología. Pero ni el análisis ni la explicación científica nos proveen ese sentido que anhelamos como personas. Babilonia


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