Contra la corriente. John C. Lennox

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Contra la corriente - John C. Lennox


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      Friedrich Nietzsche

      Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo.

      Crepúsculo de los ídolos [Maxim 12] (1889)

      La confusión del lenguaje

      El pasaje en Génesis que registra los orígenes de Babilonia nos enseña el significado de su nombre:

      Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra (Génesis 11:5-9).

      Según la Escritura aquí se originaron los múltiples idiomas que existen, y fue lo que provocó que el hebreo fuera diferente del arameo y del caldeo. Como hemos visto, Nabucodonosor estaba claramente decidido a revertir los efectos de las diferencias lingüísticas y culturales a través de su política educativa, al insistir en que los jóvenes cautivos como Daniel y sus amigos aprendieran el idioma y la literatura del Imperio babilónico. Fue incluso más lejos cuando les cambió los nombres, como si intentara sacarlos de circulación.

      Pudieran reprocharme que profundizo demasiado en este aspecto, pero hacerlo no le resta fuerza a lo que quiero expresar. La ola de relativismo que inunda hoy día el pensamiento occidental, presiona cada vez más para eliminar ciertas palabras de nuestros idiomas y reemplazarlas por otras que promuevan los planes seculares de descomponer la naturaleza misma de los seres humanos y de la sociedad en la que vivimos.

      Por ejemplo, algunas palabras empiezan a carecer de corrección política: verdad, mandamiento, dogma, fe, conciencia, moralidad, pecado, castidad, caridad, justicia, autoridad, marido, esposa; mientras que otras palabras y conceptos ocupan el centro: derechos, no discriminación, elección, igualdad de género, pluralidad, diversidad cultural.

      Estos cambios profundos surgen de una descomposición postmoderna de la verdad, que pretende desplazar la verdad del terreno objetivo hacia el subjetivo, y así relativizarla de manera efectiva. El Cardenal Ratzinger, antes de convertirse en el Papa Benedicto XVI, advirtió sobre la «dictadura del relativismo» en la sociedad europea al afirmar:

      Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja solo como medida última al propio yo y sus apetencias.6

      Suena paradójico, pero no lo es. La presión se hará evidente desde el mismo momento en que cuestionemos cualquier aspecto de este relativismo; por ejemplo, tenemos que aprobar todos los estilos de vida. El derecho a elegir va primero que todo lo demás, incluyendo la tradición y la revelación divina. Este es el único absoluto en un mar de relativismo, aunque sea algo contradictorio.

      Hemos observado que el posmodernismo contiene la evidente autocontradicción de que «no hay verdad absoluta» pero que declara esto como una verdad absoluta; así que no es sorprendente que su lenguaje sea tan confuso. De hecho, el posmodernismo medra en la ambivalencia lingüística. Su propósito es eliminar cualquier objetividad de nuestra aprehensión de la «realidad» y reducirlo todo a un texto que debemos interpretar y en el que cada interpretación es válida siempre que no aborde el terreno de los valores.

      Jürgen Habermas (de hecho, un ateo) ha advertido claramente los peligros del cambio de una base moral judeo-cristiana a una base posmoderna (2006, páginas 150-151):

      El igualitarismo universalista, del que derivan los ideales de libertad y una vida colectiva solidaria, la conducción autónoma de la vida y la emancipación, la conciencia moral individual, los derechos humanos y la democracia, es el legado directo de la ética judía de la justicia y la ética cristiana del amor.

      Este legado ha sido objeto de una constante apropiación e interpretación crítica, sin sufrir transformaciones sustanciales. Al día de hoy no existe ninguna alternativa a él. Y a la luz de los desafíos actuales de una constelación posnacional, seguimos alimentándonos de esa fuente. Todo lo demás son chácharas postmodernas.

      ¡Sí, una «Babel» posmoderna!

      CAPÍTULO 5

      LA RESOLUCIÓN Y LA PROTESTA

      Daniel 1

      Es probable que Daniel y sus amigos no tuvieran oportunidad de protestar contra los nombres paganos que se les dieron. No sabemos, ya que el asunto pasa inadvertido. Pero observamos con interés y descubrimos en qué momento los tres jóvenes comienzan a plantar su bandera de testimonio a Dios en la universidad de Babilonia. No se tarda en llegar.

      Un estudiante de santidad

      Daniel nos relata que los estudiantes de élite, como él y sus amigos, fueron entrenados durante tres años en un amplio plan de estudio que incluía las lenguas y literatura de los babilonios. El gobierno no escatimó en los gastos, y ya que la cultura babilónica le daba un alto valor a la apariencia física, a los estudiantes se les asignó el mejor alimento, de hecho, la misma comida que se le servía al emperador. Como estudiantes al fin, para ellos aquella comida representaba un gran beneficio de haber sido seleccionados para el curso. Es cierto que estos cuatro cautivos de una ciudad empobrecida producto de un sitio, nunca antes habían visto nada comparado a esa calidad de alimentos: estaba más allá de los sueños de aquellos acostumbrados a las raciones de guerra.

      Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, con el vino que él bebía (Daniel 1:8).

      El descontento con la comida que se sirve en el colegio no es nada nuevo. Numerosas generaciones de estudiantes han encontrado mucho de qué hablar sobre la cantidad o calidad de los alimentos del comedor de su escuela. De seguro este no era el caso aquí. La comida era de suprema calidad, traída de la propia cocina del emperador. Era comida de mesa presidencial. Entonces, ¿por qué Daniel decidió no comerla?

      Su propia explicación es que no quería «contaminarse». Hablamos de una resolución interior, en el corazón y la mente, que precedió a su acción exterior. Se levantó en correspondencia con las convicciones bíblicas de Daniel sobre la santidad. Este concepto tiene tanto aspectos positivos como negativos. En lo positivo, santidad es dedicación y compromiso con Dios. Como sabemos, Daniel quería vivir a la luz de lo que los utensilios de oro del templo representaban, la gloria y la santidad de Dios.

      En la segunda mitad del capítulo uno de este libro, vemos como Daniel claramente entendió que, para testificar de la gloria y santidad de Dios, necesitaba asegurarse de que su carácter y personalidad fueran moldeados por esa santidad. Eso significaría que debía evitar contaminarse. Antes de tratar de identificar lo que esto involucraba de forma precisa, debemos detenernos a pensar en esta decisión, ya que es crucial para comprender la calidad y el poder del posterior testimonio de Daniel. Fue una decisión que tomó en su corazón antes de que hiciera algo. En una famosa declaración, el apóstol Pedro expresó que los cristianos deben caracterizarse por estar prestos para dialogar: Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros (1 Pedro 3:15).

      Al menos esta es la parte que siempre se cita. Sin embargo, como aparece aquí, la cita está incompleta pues no tiene verbo directo. Aquí está la oración completa (versículos 14-16):

       Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo.

      La declaración completa de Pedro nos


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