Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín. Giovanni Odino
Читать онлайн книгу.salido por la puerta de la cocina y se habÃa parado en la veranda. Alto, envuelto en el albornoz blanco algo pequeño anudado a la cintura, miraba a los presentes con la cara iluminada con una sonrisa irónica. En la mano, entre el pulgar y el Ãndice, sujetaba el puro que le habÃa dado Maurizio y al cual daba unas caladas que luego exhalaba con grandes remolinos de humo.
Maurizio, Carlo y Diego, que estaban cerca del helicóptero, se giraron para mirarlo.
âHas recuperado un aspecto humano âdijo Carloâ. Te habÃas transformado en el Jolly Blue Giant [02]; de los valles y viñedos del Oltrepò Pavese, el gigante bueno que defiende las vides del mildiu.
Carlo sonreÃa, divertido al provocar a Edoardo.
âSolo que, ahora que el Jolly Blue Giant ha destrozado el helicóptero, tendrá que colgarse un gagarin [03] a la espalday pulverizar su esencia azul por todas las colinas. Además, ¿no es su trabajo?
HabÃa un tono de reproche en las bromas de Carlo. Estaba contrariado por el accidente. SabÃa que ahora empezarÃa una discusión sobre las responsabilidades de cada uno, y que los inspectores de la Dirección General de la Aviación Civil empezarÃan a mirar con lupa todas sus operaciones de mantenimiento. Eso le preocupaba.
Edoardo se dio cuenta, pero no se enfadó. Lo entendÃa, y comprendÃa sus temores.
âNo tienes que preocuparte âle dijo, acercándose al grupo, pero manteniéndose alejado del pantano azulâ. Puedo afirmar, delante de todos, que todo ha sido mi culpa. Bajé demasiado y toqué aquel árbol, en el lÃmite del jardÃn con la viña que estaba fumigando.
Señaló un bonito cerezo con la mano, que desde hacÃa unos cuantos decenios prosperaba indiferente a las exigencias del vuelo de helicópteros.
âHe modificado la posición para subir, pero no pensé que, al hacerlo, la cola habrÃa descendido. De esa manera he acabado tocando una rama. Me he dado cuenta de que se habÃa dañado el rotor de cola. Solo he podido evitar que el helicóptero cayera encima de la casa.
âGracias. SabÃa que eras una persona seria, además de un amigo âdijo Carlo, con expresión de alivio.
âHoy he aprendido cómo salvarte cuando golpeas un árbol. Menos mal que lo he aprendido en tierra y no a bordo âintervino Diego.
Todos rieron, descargando la tensión.
âNo te preocupes por tus lecciones de vuelo. Sigue trabajando bien y te garantizo que las darás todas como estaba programado âlo tranquilizó Edoardo.
âVale, vale. Ni me lo habÃa planteado.
âTe he traÃdo uno de mis monos âdijo Carloâ. Como los llevo un poco grandes deberÃa valerte. Sale de la lavanderÃa. Si te está cómodo, te he traÃdo también una camiseta, dos calzoncillos y un par de calcetines. Todo limpio y perfumado.
âGracias, Carlo. Intentaré entrar en tu ropa. Más tarde te lo devolveré todo lavado y planchado.
âNi se te ocurra. Después de llevarlos tú lo único que se podrá hacer es quemarlo todo.
Un Alfa Romeo Alfetta de los carabineros se paró silenciosamente detrás del Fiat Ritmo.
â¡Demonios! âexclamó Carloâ. ¡Se me ha olvidado llamar a los carabineros!
âLos he llamado yo âdijo Maurizioâ. Como el cuartel competente es el de Casteggio y los conozco bien, he preferido llamar yo para explicar bien el lugar del accidente e informar de que no habÃa ningún herido.
âGracias âdijo Edoardoâ. Siempre te anticipas a los problemas.
Mientras tanto, los dos carabineros habÃan bajado del coche y se habÃan acercado a ellos.
âBuenas tardes, mariscal, buenas tardes, cadete âdijo Maurizio.
El mariscal, una persona de media edad, bastante alto y con un fÃsico vigoroso que le conferÃa una fuerte presencia, respondió al saludo llevando su mano a la visera. También el cadete saludó con estilo militar.
âPresento yo que os conozco a todos âvolvió a decir Maurizioâ. El mariscal Adinolfi, comandante del cuartel de Casteggio, y el cadete Scafato. âDespués, señalando a sus compañerosâ: Ãl es Edoardo Respighi, el piloto. Como se ve por su mono de vuelo a medida.
El chiste provocó la risa de todos. Edoardo, que llevaba todavÃa el albornoz dos tallas más pequeño, recogió la ropa y se alejó unos metros, poniéndose de espaldas, para ponerse la ropa interior y el mono que le habÃa traÃdo Carlo.
âMe cambio enseguida, antes de que os divirtáis todos más de la cuenta âdijo.
âEse tan serio es Carlo Rossi âcontinuó Maurizioâ. El mecánico del helicóptero, y él es Diego Monferrino, un piloto joven que nos está ayudando. Todos saludaron con las tÃpicas expresiones.
â¿Me confirma que solo habÃa una persona a bordo y que nadie ha resultado herido? âpreguntó el mariscal a Edoardo, que ya se habÃa vestido. Lo único, seguÃa llevando las sandalias.
âNadie, mariscal. Solo estaba yo y estoy perfectamente.
â¿Puede darme todos los datos del helicóptero: propietario, empresa e información del personal? Me refiero a ahora, al momento del accidente.
âYo se lo doy, mariscal âintervino Carloâ. Tengo todo en el coche. Estamos esperando a los ingenieros de Aviación Civil, que deberÃan llegar desde Milano Linate junto al titular de la empresa. Si lo desea, mañana le puedo entregar las copias de los documentos del helicóptero.
âGracias. Mientras tanto ayude al cadete a copiar los datos principales y después le agradeceré enormemente que me facilite las fotocopias.
El mariscal se dirigió a Edoardo de nuevo:
âUn pequeño resumen de lo que ha pasado, sin pretender imitar a los responsables de Aviación Civil, sà que tendrá que hacérmelo. Por ahora me basta que me lo cuente brevemente, pero mañana, dos lÃneas escuetas, con su firma, las necesito junto con las fotocopias de los documentos.
âMuy bien. Aunque es muy fácil explicar lo que ha pasado.
Edoardo explicó la dinámica del accidente y concluyó con:
âY ese es el resultado. âSeñaló, desconsolado, los restos del helicóptero en mitad del jardÃn.
âViendo cómo ha quedado, se puede decir que usted ha tenido mucha suerte âcomentó el mariscal.
âHoy no era mi dÃa ârespondió Edoardo, soltando una enorme nube de humo del puro, a la que prosiguió un ataque de tos.
âYa te habÃa dicho que era demasiado fuerte para ti. Eres demasiado joven âbromeó Maurizio, que le mostró cómo se daban caladas al cigarro, dejando salir el humo por la nariz sin hacerlo llegar a los pulmonesâ. Solo superficialmente; no hay que respirarlo.
âUn poco de saliva se me ha ido por el otro lado âse justificó Edoardo.
Carlotta apareció detrás de la puerta de la cocina, y se dirigió hacia ellos. Se habÃa puesto otra ropa. Ahora llevaba un vestido con un lazo delante: simple, pero de calidad. Le quedaba bien, y hacÃa resaltar su cuerpo bien proporcionado. TenÃa el pelo castaño oscuro, de longitud