Sesenta semanas en el trópico. Antonio Escohotado

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Sesenta semanas en el trópico -  Antonio Escohotado


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para triunfar, frecuentemente hubieron de aliarse con personas que perseguían objetivos bien distintos de los que ellos propugnaban. Tales asociaciones, siempre peligrosas, a veces han resultado fatales para la causa de la libertad, pues brindaron a sus enemigos argumentos abrumadores.

      Semejante tipo de alianza pudiera estarse produciendo ahora en Tailandia, y no tanto porque el liberalismo pacte con gorilas autoritarios como porque tiene algo de mero barniz, aplicado sobre una sustancia que le es radicalmente ajena. En el proceso de mímesis —que venera objetos y gestos occidentales— nada les importa menos a pobres y ricos que aquello esencial para el liberalismo. Acton lo define con soltura en una de sus cartas: «Ninguna clase es apta para el gobierno. La ley de la libertad tiende a abolir el reinado de las razas sobre las razas, de las creencias sobre las creencias o de las clases sobre las clases.» Este concreto programa político podría tener aquí pocos adherentes.

      El televisor de la habitación, ininteligible por lo que respecta al idioma, es otra fuente caudalosa de información. Con un tamaño muy parecido al de España, y casi el doble de habitantes, Tailandia tiene 18 canales de alcance general, tres de ellos dedicados las veinticuatro horas del día a enseñanza, gracias a profesores que llenan pizarras sin parar con ecuaciones, caligrafía y gramática. El resto de la programación se asemeja notablemente a la nuestra: informativos donde ante todo vemos al equipo gubernamental, variados culebrones, algunos documentales y continuas películas rodadas en Hong Kong, muy truculentas. Una severa censura corta cualquier desnudo o procacidad, y cuando la escena es larga —como en Instinto básico— desdibuja la pantalla en el sitio donde aparecen senos y nalgas, o cubre esas vergüenzas con un disco opaco. Alta tecnología al servicio de fines pretecnológicos.

      Mientras el totalitarismo de derechas o de izquierdas aún conservaba visos de viabilidad y justicia, allá por los años sesenta, la opinión pública soportó de mala gana la masacre de vietnamitas apoyada sobre superfortalezas volantes B-52, que partían de bases tailandesas. «Estudiantes e intelectuales» —titulares de toda protesta en aquellos tiempos— entregaron vidas y haciendas por la causa de echar al ejército norteamericano de Siam. Pero los generales no soltaron su presa, y en esta ocasión —como en otras dieciocho del presente siglo— volvieron a protagonizar golpes de Estado, casi siempre incruentos, hasta acabar inventando un partido de sospechoso nombre (el NPCP o Partido Nacional para la Conservación de la Paz) que se reservó hasta hace poco la mayoría en el Senado del país. La esperanza actual es el TRT (Thai Rak Thai, rak significa «amar») del magnate Thaksin, una formación de corte nacionalista —para variar—, que promete abolir la pobreza y no seguir pidiendo préstamos ni moratorias al FMI. Como una de las características del discurso político local es el estilo indirecto, algunos leen en ese programa que —cruelmente agraviada por las acusaciones de corrupción e inmovilismo económico— Tailandia ha decidido no pagar los próximos vencimientos de su crédito. Eso no cambiará que sea —por orden de importancia— el séptimo deudor del Banco Mundial.

      Es estimulante que todavía no haya un partido político llamado Españoles Aman Españoles, aunque el País Vasco lo tenga a punto de caramelo.

      11/8

      No es fácil estudiar historia de Tailandia, y las dos guías que manejo ofrecen una versión algo distinta de la que evoca el CD de la Encyclopaedia Britannica. Según las primeras, en este país el reformismo democrático viene del rey Mongkut o Rama IV (1851-1868), de la dinastía Chakri, un hombre muy notable que pasó tres décadas como monje, aprendió entretanto varias lenguas, diseñó una interesante reforma de la regla hinayana (todavía muy minoritaria) y tuvo tiempo para reinar como un ilustrado, haciendo casi cien hijos con docenas de esposas y concubinas. Le correspondió un periodo de revoluciones sin guillotina, como la Meiji japonesa o La Gloriosa en España.

      La herencia de Mongkut se sostiene sobre monarcas educados por europeos o en Europa, y llega hasta el actual Bhumibol el Grande o Rama IX, un hombre de setenta y tantos años, entre cuyas iniciativas está una gran red de piscifactorías. Siam, llamado Tailandia desde 1939, fue —con Birmania— la fortaleza más tolerante y próspera de su zona hasta que el intento de sustituir al monarca absoluto por un rey constitucional disparó disputas crónicas entre realistas (militares) y demócratas (empresarios), por ahora resueltas con un reparto desigual de poderes. Mediadores entre ellos, los Chakri simbolizan una tradición que empezó aboliendo la esclavitud y la corvea o tributo de trabajo, y que acabó estableciendo elecciones generales, escolarización obligatoria, salario mínimo y otros logros occidentales, aunque la mayoría de estas instituciones se mantenga en el plano del buen propósito, sin impregnar la realidad de todo el territorio.

      La Britannica añade algunos detalles de color, como que en los años treinta el país experimentó una fiebre imitadora del fascismo italiano, culminada poco después con la larga dictadura autárquica del oficial de artillería Phibun Songkhram, cuya férula abarca en realidad desde 1932 hasta 1995, pues si bien cedió el testigo —a otro autócrata del estamento militar en 1957, que se lo cedió más tarde a otro, y éste a otro—, el primer gobierno propiamente democrático llega en 1993, y es sustituido (según dicen, gracias a un tremendo fraude electoral) por el partido Nueva Aspiración del general Chavalit Yongchayudh en 1995. Otro detalle omitido por las guías es que Tailandia declaró la guerra a los aliados, se alineó resueltamente con Japón e incluso invadió Laos y Camboya al amparo de esa alianza.

      A la vista de estos antecedentes, ya me asombra que no vayan peor las relaciones entre unos poderes y otros. Hijo de Chulalongkorn, que era la llaneza misma, Rama VII (Prajadhipok) estudió filología inglesa en Cambridge, compuso libros propios, hizo y encargó traducciones; pero nunca pudo con el peso de su presunta naturaleza divina, y pasa a los anales como un rey extravagante en el gasto, defensor de la monarquía absoluta, obligado a exiliarse en 1932. Su hijo y nuevo monarca Ananda Mahidol (Rama VIII) fue muerto de un balazo en 1946, sin haberse aclarado hasta ahora ni autoría ni móvil.

      También interesa que desde los años cincuenta la relación con los Estados Unidos sea estrecha. Entre 1965 y 1975, por ejemplo, la ayuda estadounidense se acercó a los 300 millones de dólares, cifra descomunal para un país cuyos presupuestos anuales rondaban los 100 millones. Póngase, pues, cierto paréntesis al tópico de que el país nunca se ha sometido a regímenes exteriores.

      El peligro del ideal comunista, tan decisivo como excusa para ejercer diversas modalidades de gorilismo en los años previos, suscitó con su ruina una apertura seguida por boom económico, que acabaría inquietando a los guardianes del privilegio y cristalizó en el golpe de Estado de 1991, cuando los militares entregaron el poder al recién formado NPCP. Desde entonces hay un balanceo entre el protectorado ejercido por sus tradicionales señores de la guerra —a cuyo juicio la democracia es mera «plutocracia»— y primeros ministros de extracción popular, progresistas como el que más, pero incapaces de torcer la tradición. Los cínicos dicen que nada cambiará en el fondo, si bien la opinión pública forzó en 1997 el despido de Chavalit, su último general factótum, y a partir de ese momento el país ha dejado de figurar entre los diez más corruptos del planeta. Gracias a Internet obtengo este dato de Transparency International, que desde su sede berlinesa elabora anualmente el índice correspondiente.

      Farang, el nombre que los thai dan a cualesquiera occidentales, parece ser una forma abreviada de farangset, «francés» (français), y se remonta a finales del siglo XVII, cuando uno de los reyes del periodo Ayuthaya —antes de mudarse la corte a Bangkok— trató de contener las ambiciones inglesas y holandesas acercándose a Francia, hasta el extremo de admitir cinco compañías de soldados como guarnición permanente. Intimidados luego por esa guardia pretoriana, bien armada y compuesta por individuos de peso medio o pesado —en contraste con el peso mosca o pluma de los locales—, los thai liquidaron al consejero real responsable del desafuero (que era un ateniense) y expulsaron al batallón, cerrando el país durante siglo y medio a farangs en general. Esta actitud, combinada con una cautelosa diplomacia, les evitó transformarse en protectorado holandés, inglés o francés, a pesar de estar rodeados por colonias de estos países.

      12/8

      No me hago aún idea sobre extensión y modalidades del uso doméstico en Tailandia. Pero me traje de España un estudio encargado


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