De la investigación al libro. Lauro Zavala

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De la investigación al libro - Lauro  Zavala


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y otros materiales para-textuales como las ilustraciones, notas, índices y glosario.

      En síntesis, un dictaminador puede tener en mente tres preocupaciones principales al leer un manuscrito: su calidad literaria, su valor tópico y las posibilidades futuras de un autor.

      En el caso de una editorial universitaria, una vez más, el criterio del contenido suele ser el determinante en última instancia, y los otros elementos completan o refuerzan esta evaluación.

      Además de los elementos considerados hasta este momento, básicamente relativos al contenido y la calidad del manuscrito en la evaluación y el proceso de edición posterior, existen también varios elementos importantes relativos a la organización, la extensión, la presentación y el estilo. Todos ellos pueden ser indicadores importantes del cuidado que ha puesto el autor en su trabajo y serán determinantes en el momento de la lectura.

       Organizar un libro de tal modo que lo más interesante está al principio, y lo más específico, al final.

       Nunca en un trabajo de investigación académica hacer creer que se trata de una novela de misterio, dejando las conclusiones para el capítulo final.

       Los capítulos sobre metodología deben quedar como apéndices (lo menos general debe quedar al final).

       Diseñar los títulos y subtítulos de cada capítulo para guiar al lector y facilitar la comprensión del texto.

       Las ilustraciones –gráficas o numéricas– deben agilizar la lectura, no entorpecerla.

       Toda información que pueda ser expresada en palabras en el mismo espacio que ocuparía en números debe ser dicha con palabras.

       Las notas deben ir al final del libro o al pie de página, nunca al final de cada capítulo, a menos que se trate de una recopilación.

       El contenido de las notas depende de las necesidades del libro, pero generalmente deben servir para citar las fuentes.

       Si las notas contienen el núcleo de una argumentación o una observación interesante, deberán ser consideradas para incluirse en el texto (excepto al ofrecer una información que para muchos lectores puede ser familiar).

       Las notas “defensivas” (con las que el autor trata de mostrar que ha leído todos los libros y ha considerado todos los problemas) deben ser eliminadas.

       El inicio y el final de un libro académico son elementos cruciales.

       El inicio debe ser escrito después de todo lo demás, y señalar precisamente qué trata y qué no trata de lograr el libro.

       El inicio de cada capítulo tiene un carácter similar, aunque debería evitarse la actitud defensiva de reseñar la literatura sobre el tema que se va a tratar, pues ello detiene el flujo de la argumentación.

       El cierre del capítulo conlleva otro arte: debe lograr un alto grado de interés y crear un puente hacia lo que sigue, animando al lector a dirigirse hacia el próximo capítulo.

       El capítulo final es la última oportunidad para el autor de convencer y estimular al lector: este elemento del libro puede adoptar un estilo distinto del resto: puede tener un tono polémico, lírico o interrogativo.

      Todo lo anterior, concluye la autora, deberá ser discutido entre autor y editor antes de que el manuscrito esté terminado.

      Existen, por otra parte, libros distintos con necesidades de organización diferentes. Cuando se trata, por ejemplo, de una recopilación de artículos, es necesario estudiar cuidadosamente su orden: la capitulación, la coherencia, la agrupación por temas, el prólogo explicativo, los posibles cambios en el título de cada trabajo, la paginación, los índices, la extensión, el enfoque y los tonos de los materiales, la homologación de las referencias, la incorporación o exclusión de trabajos, etcétera.

      En cuanto a la presentación, todos los editores recomiendan a sus autores entregar una copia legible con interlineados limpios (sin correcciones), a doble espacio, en hojas tamaño carta, engargolados (de tal manera que no exista el riesgo de que se traspapelen en el momento de su lectura), numerados del uno en adelante, en la esquina superior derecha, a partir de la hoja que hace las veces de carátula, donde se consigna el título y el nombre del autor.

      Debe hacerse notar que este consejo escrito por un autor de best sellers también es pertinente para la escritura de libros académicos, pues éstos deben ser claros, legibles y bien organizados.

      Sobra decir que la creación literaria y filosófica está exenta de esta necesidad, precisamente en la medida en que el autor –y sólo él– así lo decide.

      En poesía, es el lector quien deberá aprender a leer el texto específico que está leyendo. Sin embargo, tales problemas exceden con mucho el objeto de este capítulo.

      La entrega del dictamen

      De acuerdo con una práctica común, la identidad del lector editorial se mantiene siempre desconocida para el autor, a menos que el lector autorice su conocimiento.


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