Género y juventudes. Angélica Aremy Evangelista García
Читать онлайн книгу.juveniles en lo contestatario y asociarlo a lo masculino, como característica única y propia de los chicos. Nuevamente, estos dos campos de estudio se encuentran y comparten las formas de operar del sistema cuerpo-sexo-género4 —desnudado previamente por varias académicas feministas— y las formas de reproducir el pensamiento machista de los mismos académicos a tono con los jóvenes protagonistas en los estudios. La discusión clásica de la antropología: cultura versus naturaleza, no estaba siendo superada y, como afirmó Sherry Ortner en 1974 en su controversial trabajo “Entonces, ¿es la mujer al hombre lo que la naturaleza a la cultura?”, la conciencia humana y sus productos eran formas de utilizar y transformar lo natural, y en esta asociación se edificó la universal lógica de la subordinación femenina, pues su exclusión de espacios o grupos elitistas se sustenta en su mayor acercamiento a lo corpóreo, específicamente en su capacidad de procreación. Según Ortner, los varones se enfocaron en el exterior al no poseer funciones corpóreas para crear o producir otros cuerpos, por lo que generaron así otros objetos culturales y materiales aprovechándose de los naturales. De ahí que el rol social de las mujeres se confinara a la crianza. Para la autora, el cambio sólo ocurriría con una realidad social y una concepción cultural distintas.
La pregunta de Rowbotham (1975): ¿cómo hacer para que los esfuerzos por visibilizar a las mujeres no desaparezcan en el futuro de nuestra historia? tuvo que ser replanteada y adaptada porque, si bien más académicas escribían sobre la historia o la política, también era cierto que: 1) en su mayoría eran adultas y escribieron desde una posición de poder en términos de clase social y educación —capital cultural o académico—; 2) pocos estudios dieron cuenta de las especificidades de las mujeres en contextos complejos, relacionándolas con la edad, la etnia, la raza, la generación o la clase; 3) la gran mayoría invisibilizó a “los otros” géneros y su relación con los grupos/identidades heterosexuales: intersexo, transgéneros, transexuales, queers, homosexuales, lesbianas, gays, etcétera, y 4) muchas reprodujeron la visión binaria. Esto se debía quizás a lo que Scott (1988) asoció con la necesidad de conceptualizar y escribir la historia de las mujeres basado en: 1) la lucha por demostrar la integridad académica frente a la producción científica masculina; 2) señalar el equívoco en las fuentes consultadas por ser exclusivas de ciertos sectores, y 3) denunciar la sistemática ceguera hacia la actividad y presencia de las mujeres. De ese modo, si las omisiones obedecían a la mirada y a la escritura, tanto institucional como política —con lo que concordamos—, así como al método y la teoría, Scott propuso diseñar otros propios de las mujeres, con lo que no concordamos por la esencialización que eso conlleva. En este sentido vemos que: 1) el poder de decir la “verdad” o develar lo que subyace a lo “ya dicho” en términos foucaultianos es un campo en disputa que las académicas feministas lograron enfrentar, pero que a su vez particularizaron de modo sexista y adultocentrista. ¿Acaso hubo esfuerzos por visibilizar a los jóvenes desde sus propias subjetividades sin esencializarlos como sujetos etariamente (a)sexuados? ¿Qué pasó con la denuncia de invisibilidad de las chicas en los estudios juveniles? ¿Por qué los jóvenes críticos y movilizados fueron criminalizados y masculinizados? ¿Acaso la violencia sólo era juvenil y masculina? No, la violencia juvenil fue y es asexual. La novela testimonial Los niños de la estación del Zoo publicada en 1978 por dos periodistas alemanes, Kai Hermann y Horst Rieck, es un ejemplo perfecto de violencia y destrucción social. Esta novela fue la base para la película Christiane F., un filme que en 1981 retrató escenas de drogas, prostitución y decadencia de la juventud berlinesa a partir de la biografía de una adolescente de 13 años adicta a la heroína. Como ésta, otras dos películas mostraron las realidades de las chicas disidentes, Girls (1980), película franco-alemana-canadiense del director Just Jaeckin, y College Girl, de Surendra Gupta, película hindú de 1990. La primera relata la amistad entre cuatro chicas que experimentan y comparten eventos de transición a la adultez, como la graduación, las primeras salidas a bares y las relaciones sexuales. Sus salidas a las discos y los efímeros y constantes noviazgos, ponen los reflectores en una problemática de adolescencia representada en una de ellas, la más joven, que se embaraza y no quiere tomar la píldora. La segunda, película de Bollywood, muestra la vida universitaria de tres chicas de clase media con problemas relacionados con el poder y el dinero de sus familias y con el consumo de drogas. Se trata de un filme que desde otra parte del mundo muestra una continuidad entre la representación femenina, el cuerpo, las normas de género y la tradición.
En 1995 Sherrie A. Iness publicó Intimate Communities: Representation and Social Transformation in Women’s College Fiction, 1895-1910, obra que abriría el camino a una serie de escritos posteriores sobre la cultura de las chicas y las representaciones de su vida estudiantil. Aunque el periodo que describe se planteó como una época de oro para su liberación, ella expone que las representaciones de la época ayudaron a perpetuar la falta de derechos sociales para las mujeres. Los trabajos de Innes han sido numerosos e importantes. Entre ellos destaca: Tough Girls: Women Warriors and Wonder Women in Popular Culture (1998), donde analiza la aparición de mujeres guerreras en los medios de comunicación —las revistas, los cómics y la televisión— asociadas a la “dureza”, sólo encontrada en los héroes blancos varones. En esta obra, Inness revisa cronológicamente a las mujeres poderosas en los medios masivos de 1960 a 1990 y critica los modos en que se mercantilizaron dichas representaciones y posteriormente reforzaron las normas sociales. En el libro Delinquents and Debutantes: Twentieth-Century American Girl’s Culture, recopila y edita trabajos sobre púberes y adolescentes, personas con “relativamente poco poder social” porque “no pueden votar; son típicamente dependientes de sus padres; forman una cultura donde ciertas reglas de comportamiento social para las chicas son enfatizadas sin importar que la chica tenga 7 o 17 años” (1998: 3). El libro tuvo como eje temático la ley, la disciplina y la socialización, y destacó no sólo las rupturas del consumo, sino la parte creativa de éste, muy al estilo de los del Centro para los Estudios Culturales y Contemporáneos de la Escuela de Birghmingam. La compilación culmina con una propuesta para repensar y reimaginar la camaradería entre las muchachas de 1900 a 1950 a partir de la producción de la cultura juvenil femenina preocupados por trasladar el eje interpretativo desde el concepto de desviación al de creatividad simbólica o resistencia cultural (Urteaga, 2009). Es cierto que aquí observamos la reivindicación de la participación femenina en espacios subculturales y desviados que los estudiosos sobre lo juvenil habían esencializado como masculinos; no obstante, la ruptura con la imagen de lo femenino como bondadoso y normado contribuye a documentar “una” cultura juvenil históricamente invisibilizada, aunque sí existente: la de las chicas “malas”, “transgresoras” y “no integradas”. Esta compilación, aunque pionera, refrenda una vez más la visión contrahegemónica y binaria, pues en ninguno de los trabajos se aprecia la complejidad de lo relacional con otras juventudes sexuadas.
Géneros y juventudes: pistas para el encuentro
La intersección de las temáticas género y juventud la encontramos en los años noventa, cuando la interdisciplinariedad parece emparejarlas. Proliferan en los estudios culturales las documentaciones y los filmes en torno a la diversidad sexual, la juvenil y la de género. El número de materiales incrementó en esta época, así como la pluralidad de sus contenidos.
Dos trabajos pioneros en México que cuestionaron la forma en que los estudios de juventud habían invisibilizado la presencia de las jóvenes en las culturas juveniles fueron “Chavas activas punks: la virginidad sacudida” y “Flores de asfalto. Las chavas en las culturas juveniles”, de Maritza Urteaga, publicados en 1996. En el primer trabajo, la autora cuestiona la figura de las mujeres en los movimientos juveniles y en la producción rockera, un rol altamente transgresor por romper con la idea de la pasividad y la candidez de lo femenino. Ser activa es lo que está en juego, ya que la idea guarda una connotación sexual y pública, mujer de la calle, “prostituta”, dice Urteaga (1996a).
La participación de féminas fuertes, si no agresivas, auténticas con sus deseos y fantasías sexuales, con sus discursos intimistas y subjetivos dentro del rock, expresa el impacto de las primeras teorías y reflexiones libertarias feministas en el sector universitario y clasemediero estadounidense. Los nombres de Janis Joplin, Joan Baez, Patti Smith, Carole Kin remiten