Lady Felicity y el canalla. Sarah MacLean
Читать онлайн книгу.deseaba Felicity Faircloth era volver a ese mundo. Y nunca lo conseguiría. Ni siquiera después de que él se lo prometiera.
—Será libre de escoger a su próximo marido.
—¿Acaso los aristócratas hacen cola para conseguir a solteronas arruinadas?
Algo desagradable le recorrió el cuerpo.
—Podrá conformarse con alguien menos aristocrático.
El corazón se le desbocó.
Y entonces su hermano habló.
—¿Alguien como tú?
Dios. No. Los hombres como él estaban tan por debajo de Felicity Faircloth que la idea era para echarse a reír.
Al ver que no respondía, Whit volvió a gruñir.
—Grace no puede enterarse.
—Por supuesto que no —respondió—. Y no lo hará.
—No podrá mantenerse al margen.
Diablo nunca se había alegrado tanto de ver la puerta de sus oficinas. Mientras se acercaba, buscó una llave, pero antes de que pudiera abrir la puerta, una pequeña ventana se abrió y luego se cerró. Finalmente, la puerta se movió y entraron.
—Ya era hora.
La mirada de Diablo se centró en la mujer alta y pelirroja que cerró la puerta tras ellos para después apoyarse sobre ella, con una mano en la cadera, como si hubiera estado esperándolos durante años. Inmediatamente Diablo escrutó a Whit, con gesto petrificado. Whit lo miró con toda calma.
«Grace nunca puede saberlo».
—¿Qué ha pasado? —preguntó su hermana, mirándolos.
—¿Qué ha pasado con qué? —preguntó a su vez Diablo, quitándose el sombrero.
—Tenéis el mismo aspecto que cuando éramos niños y decidíais empezar a pelear sin decírmelo.
—Era una buena idea.
—Era una idea de mierda, y lo sabes. Tuvisteis suerte de que no os mataran en vuestra primera noche, erais demasiado pequeños. Tuvisteis suerte de que subiera al ring. —Se balanceó sobre los talones y cruzó los brazos sobre el pecho—. Bueno, ¿y qué ha pasado ahora?
Diablo hizo caso omiso de la pregunta.
—Volviste de tu primera noche con la nariz rota.
Ella sonrió.
—Me gusta pensar que el bulto me da carácter.
—Definitivamente, algo te da.
Grace resopló, indignada, y cambió de tema.
—Tengo tres cosas que deciros, y después me espera trabajo de verdad, caballeros. No puedo quedarme holgazaneando por aquí, esperando a que vosotros dos regreséis.
—Nadie te pidió que nos esperaras —le respondió Diablo mientras pasaba por delante de su arrogante hermana y se dirigía a las escaleras traseras que llevaban a sus apartamentos.
No obstante, ella lo siguió.
—La primera es para ti —le dijo a Whit, pasándole una hoja de papel—. Hay tres peleas fijadas para esta noche, cada una en un lugar diferente en el plazo de una hora y media; dos serán justas, pero la tercera será sucia. Las direcciones están aquí, y los chicos ya están fuera, haciendo apuestas.
Whit gruñó su aprobación y Grace continuó.:
—Segunda, Calhoun quiere saber dónde está su bourbon. Dice que si tenemos demasiados problemas para colarlo, encontrará a uno de sus compatriotas para hacer el trabajo. De verdad, ¿hay alguien más arrogante que un estadounidense?
—Dile que ya está aquí, pero que no se moverá todavía, así que, o bien espera como el resto o es libre de aguardar los dos meses que tardará en recibir un pedido de ida y vuelta a los Estados Unidos.
Ella asintió.
—Supongo que lo mismo se aplica a la entrega en el Ángel caído.
—Y a todo lo demás que debamos entregar de este cargamento.
Grace lo observó con los ojos entrecerrados.
—¿Nos están vigilando?
—Nik cree que es posible.
Su hermana frunció los labios durante un momento antes de replicar.
—Si Nik lo piensa, es probable que sea cierto. Lo cual me lleva a la tercera pregunta: ¿han llegado mis pelucas?
—Junto con más polvos de maquillaje de los que vas a necesitar en toda tu vida.
Ella sonrió.
—Bueno, las chicas podemos intentarlo, ¿no?
—No puedes usar nuestros cargamentos como mula de carga personal.
—Ah, pero mis artículos personales son legales y no necesitan pagar impuestos, hermanito, así que no es lo peor del mundo que recibas tres cajas de pelucas. —Extendió la mano para frotar la cabeza rasurada de Diablo—. Tal vez te guste alguna… No te vendría mal algo más de pelo.
Se quitó la mano de su hermana de la cabeza.
—Si no fuéramos de la misma sangre…
Ella volvió a sonreír.
—De hecho, no somos de la misma sangre.
Lo eran en lo que más importaba.
—Y sin embargo, por alguna razón, te sigo soportando.
Ella se inclinó.
—Porque gano dinero a raudales para vosotros dos, patanes. —Whit gruñó y Grace se rio—. ¿Ves? Bestia lo sabe.
Whit desapareció en sus habitaciones al otro lado del pasillo, y Diablo se sacó una llave del bolsillo y la introdujo en la puerta de la suya.
—¿Algo más?
—Podrías invitar a tu hermana a tomar una copa, ya sabes. Te conozco, y seguro que habrás encontrado la forma de que tu bourbon llegue a tiempo.
—Pensaba que tenías trabajo que hacer.
Ella levantó un hombro.
—Clare