¿Cuándo perdí las llaves?. Ezequiel Martí

Читать онлайн книгу.

¿Cuándo perdí las llaves? - Ezequiel Martí


Скачать книгу
me pudiese sentir orgulloso. Veía un futuro en el que me sentiría feliz con mi empresa, con mi familia, con las personas de mi entorno. Tener esa libertad personal de hacer lo que realmente te gusta y que mi mujer se sintiese orgullosa de lo que he llegado a hacer. Pero ahora no es el caso. Solo estoy ganando dinero. Y, sinceramente, tampoco quiero ser el más rico del cementerio. Recuerdo con añoranza las palabras que me comentó un amigo mío, la historia de un hombre tan pobre, que solo tenía dinero.

      Tengo envidia de mi mujer porque a ella todo le va bien. Está contenta con lo suyo y la veo disfrutar con su trabajo, en su empresa. En casa intento disimular que estoy completamente quemado de la empresa que dirijo. Le digo a mi mujer que todo va bien, pero creo que ella se da cuenta. Es mujer y es imposible mentirle. Lo nota todo. Las mujeres poseen un sexto sentido para detectar las emociones de las personas. Ella me da ánimos, pero creo que necesito alguna cosa más que un golpe de moral puntual cuando estoy completamente agotado y abatido. A veces pienso que lo hago por mis hijos, para que tengan una empresa. Pero creo que ellos escogerán un camino diferente al mío. Al fin y al cabo, mi padre trabajaba en una tienda de zapatos y mi madre estaba todo el día en casa. Nada tiene que ver con lo que yo estoy haciendo.

      Yo, ahora, me paso el día discutiendo con los trabajadores. No se enteran de nada y al final les tengo que explicar cómo deben hacer las cosas, porque no saben. Les pago una pasta, pero no hay manera. Esta semana se han ido el encargado que tenía y un oficial electricista. Es decir, que ahora, además, tengo que buscar sustitutos y que además sean buenos en este trabajo.

      Hace una semana, sin ir más lejos, mi asistenta personal me comentó en la máquina del café que antes ella podía explicarme las cosas y que, ahora, no sabe lo que me ha pasa. Que me he vuelto muy gruñón desde hace tiempo y que mi actitud provoca que la organización se impregne de malestar en general. Vamos, que estoy haciendo algo que no debería.

      Carmen es mi asistenta personal desde hace doce años. Ha vivido experiencias en la empresa de todos los colores y tiene la suficiente confianza para explicarme qué piensa. Carmen es una de esas personas que cuando habla muchas veces no estarás de acuerdo con ella, pero en el fondo tiene razón. Pero ahora existe un aire enrarecido que se palpa en el ambiente.

      —Juan, ¿te das cuenta? —añadió.

      —¿De qué, Carmen? —contesté.

      —Tienes a toda la organización patas arriba, Juan. Las personas de tu equipo te tienen miedo.

      —¿Cómo me van a tener miedo? —repliqué—. ¡Es imposible!

      —¡Mira, Juan! Puedes pensar lo que quieras. Soy el saco de golpes de esta empresa y me ha tocado a mí. Todos vienen a llorar. Desde las chicas de administración a los transportistas. Todos, absolutamente todos, tienen quejas de cómo ha cambiado el sistema de trabajo desde hace ya un par de años. Según tú, das vía libre para que hagan cosas y sean responsables. Según ellos, cada vez que quieren hacer algo controlas lo que hacen y no das confianza. Según tú, tienen que ser proactivos y sacarse el trabajo de encima; según su percepción, no pueden hacer nada sin consultarlo tú y la mayoría de las veces les pones en entredicho las decisiones que han tomado sin darles una respuesta razonada y clara.

      —Pues, Carmen —añadí—, creo que lo estoy haciendo bien. ¿No?

      —¿Te acuerdas cuando entró la chica nueva hace un par de años para el departamento de compras? Mónica. Según tú querías una persona especializada en estos temas. ¿Te acuerdas?

      —Sí, me acuerdo. Todos recordamos que al final la tuve que despedir.

      —Mónica —replicó Carmen—, tenía conocimientos muy importantes de gestión de un departamento de compras en su anterior empresa. Pero no en la nuestra. Ella venía de una multinacional y nosotros somos una empresa de tamaño pequeño. Ella intentó aplicar su método de compras, lo que aprendió y experimentó en su anterior trabajo. Cuando entró a trabajar con nosotros, no teníamos nada ordenado. Estábamos en el proceso de adaptación del nuevo programa informático. Ni siquiera sabíamos el volumen de compras de algunos de nuestros proveedores. El primer día se puso a trabajar sin ni siquiera explicarle cómo debía ejercer su función con nosotros.

      »Como era buena en compras y viene de una multinacional también nos servirá. ¿Te acuerdas que lo comentabas? Menudo fichaje hemos hecho.

      »Ella nunca llegó a comprender el proceso que estábamos viviendo entonces. Lo primero era que pudiese entender el motivo por el cuál nosotros hacemos las cosas de una determinada manera y en qué momento nos encontrábamos, poderle explicarle nuestro ¿para qué hacemos las cosas de una determinada manera? Era aquí, donde nosotros debíamos aprovechar su experiencia para incorporar métodos en nuestra organización que hasta ahora no aplicábamos. Se encontró con una empresa por organizar y con la experiencia de una multinacional alemana en que todo estaba completamente organizado. Tuvo un shock. Primero, la tensión por hacer bien su trabajo y en segundo lugar la presión que tú le aplicaste para que lo organizase todo de hoy para mañana. Porque, según tú, era muy fácil.

      »Al final se quemó, se volvió tóxica y la tuviste que echar. Pero la responsabilidad de que se quemase en su puesto de trabajo era solo tuya.

      —¡Eso era porque ella no servía! —contesté—. Al final, las compras son compras y no creo que varíen mucho de una empresa a otra.

      —¡Mira, Juan! —dijo Carmen con tono serio—, y ahora ¿cómo me explicas el motivo por el que Jaume, tu encargado, y Lluís, el oficial electricista, han decidido irse de nuestro lado?

      —¡Porque son unos irresponsables!, no aguantan nada.

      —Juan, no hace falta que tu equipo, cada vez que entres en la empresa, te haga la ola ni tampoco que te alaben con bellos cantos ni que te tiren flores. De lo que se trata es de entender a quién tienes delante de ti. Quién es tu interlocutor y aplicar el sistema de liderazgo personal que necesita cada uno de ellos. No hay más secreto que este. Sencillamente darles lo que necesitan. El resto se hace solo.

      —Mira, Carmen —añadí—, llevamos juntos más de doce años y eres mi mano derecha en la empresa. Esta no es la empresa que yo pensaba, la empresa que me imaginé en sus inicios. Esto no me lo merezco. No puede ser. He perdido muchas veces los papeles en mi empresa con el personal, pero en el fondo creo que estoy anclado en una espiral que sé que a la larga me pasará factura. Quiero descansar y ser feliz. Volver, por lo menos, a disfrutar con mi empresa y mi trabajo y, sobre todo, que no afecte a mi familia.

      ¿Cuándo perdí las llaves?

      Hoy en día, aún quedamos con mis amigos los viernes y nos contamos las penas.

      Son las ocho de la tarde y es hora de acercarse al SwordCafé, un bar musical que abre a media tarde y donde hace años que nos tienen reservada una mesa a esa hora.

      —Buenas tardes, Juan —me saluda Pedro al verme llegar—, te veo mal.

      —Sí. —Inclino la cabeza—. He tenido una semana fatal. De ayer para hoy se han ido el encargado y un oficial, estoy muy cansado y para añadir más leña al fuego he discutido con Carmen, mi asistenta personal.

      —Pues yo acabo de saber cuándo perdí las llaves.

      —¿Cómo? —le digo—, te has flipado.

      —¡Que sí, Juan! —insiste él—. ¡Ya sé cuándo perdí las llaves! —grita.

      —Mira, sinceramente —digo con una sonrisa—, vengo a pasar un rato con vosotros y lo único que me dices es que sabes cuándo perdiste las llaves. ¿Te has tomado algo antes de venir?

      —Ahora veo las cosas más claras —prosigue Pedro—. Estoy a punto de dar un giro a mi situación

      —Me estás hablando de que ahora ves las cosas más claras y vas a dar un giro a tu situación. No entiendo nada —le contesto. Todos los que estamos en la mesa nos miramos unos a otros, sin entender ni un ápice lo que Pedro nos quiere transmitir. Yo solo quería desahogarme un poco de la semana y me he encontrado a un amigo de toda la vida pronunciando palabras filosóficas.


Скачать книгу