¿Cuándo perdí las llaves?. Ezequiel Martí

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¿Cuándo perdí las llaves? - Ezequiel Martí


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que viví al principio con mi empresa, pero los problemas aparecieron cuando el mundo que tenía a mi alrededor cambió. Cuando todo lo que tenía controlado se derrumbó. En esos momentos hubo empresas que se pusieron a trabajar mejor que yo y a comerme terreno en el mercado. Empecé a criticar a los que habían provocado la crisis. Empecé a hablar de lo mal que estaba todo en vez de centrarme en qué cambios debía hacer para conseguir revertir mi situación empresarial. Y como las personas con las que me juntaba también hablaban de cómo estaba todo, empatizaba con ellas y me creía que realmente la crisis existía para todo el mundo. En vez de ser una parte de la solución y buscar soluciones a lo que me venía encima, me convertí en una parte del problema quejándome todo el día y a todas horas. Al final, me convertí en un perfecto experto en hablar de la crisis, de los problemas y de lo mal que estaba todo.

      »Seguía hablando de lo bien que trabajaba antes, de lo fácil que era ganar dinero y hacer realmente lo que querías sin mucho esfuerzo. Aún pensaba que era un crack de la empresa porque hasta entonces había conseguido lo que había querido. Sencillamente, no me di cuenta de que el mundo cambió y no estaba preparado para ello. Todo lo que estaba acostumbrado a tener y disfrutar se había ido de la noche a la mañana. Me encontraba en mi gran zona de confort, calentito y sin preocuparme de nada y creía que siempre estaría de esa manera. Una vez empezó la crisis y comenzaron mis dificultades económicas, quise buscar un culpable. Y como debéis adivinar, no era yo. Tenía que buscar a alguien. Que si el Gobierno, que si los bancos, que si las empresas del ladrillo, etc. Todos eran los culpables de mi desgracia y sobre ellos gasté infinidad de energía intentando convencerme de que ellos eran los culpables de las penas que caían entonces sobre mí.

      »Pensaba que el mundo se había puesto en mi contra para causarme las pérdidas económicas que tuve esos años. Hasta ahora, trabajando con Lorenzo, no me he dado cuenta de que no quise reconocer que las cosas habían cambiado y de que mi situación en el mercado era otra. Tal como me explica él, el barco entra en una trayectoria complicada y amenaza tormenta y no hay que intentar luchar contra las olas, sino aprender a buscar la mejor manera de navegar con lo que tienes en ese momento. Intentar resistir el viento en contra, aprender a navegar superando las inclemencias meteorológicas, buscar las mejores rutas para llegar a tu destino. Es decir, no acusar a los demás de la pérdida de tus llaves que te permiten poder seguir navegando y abrir esas puertas que quieres.

      »Cuando digo —continúa Pedro— ¿cuándo perdí las llaves? quiero decir que creía que los demás eran los responsables, pero las perdía yo mismo. En ese momento, en vez de quejarme, de criticar a los demás, de culpabilizar al resto, debería haber sido suficientemente crítico y tener la capacidad necesaria para detenerme, reflexionar dónde estaba y tomar el rumbo adecuado una vez finalizada la tormenta. Pensad que después de cada tormenta vienen periodos de cierta calma, pero no olvidéis que la tormenta puede empezar de nuevo en cualquier momento. Es un tema cíclico que se repite con menor o mayor frecuencia y en mayor o menor grado.

      —Pedro —le digo—, esto es muy teórico y además yo ya lo sabía.

      —Juan, ¡aún no te has enterado de nada de lo que te estoy explicando! —replica moviendo la cabeza—. No debes cambiar el resto del mundo, eres tú quien debe cambiar. Tú eres el único responsable de lo que está pasando en tu empresa y en tu vida privada. No debes creer que te han perdido las llaves como hice yo. Pensaba que eran los demás los que deberían cambiar y yo seguir en mis trece, con mi manera de trabajar y de comportarme. Pero estaba muy equivocado. El mundo avanza y gira de una manera determinada y podemos escoger entre dos opciones: o giramos con él o giramos a contracorriente. Explícame, tú que sabes tanto, ¿qué resultado tendrás?

      —Hombre, Pedro —digo—, girar con el mundo.

      —Pues haces bien en decirlo. —Se pone muy serio—. Lo que está pasando en nuestras empresas son síntomas. ¡Sí, como lo oyes! No tenemos problemas, tenemos síntomas. Han aflorado en nuestra organización, en nuestra empresa; síntomas procedentes de causas debidas a nuestra falta de previsión, no escuchar y no observar desde fuera cómo está nuestra organización ni lo que nos rodea.

      —La verdad, Pedro —intento tranquilizarlo—, no sabía que te lo habías tomado tan en serio esto del proceso de coaching ejecutivo con Lorenzo.

      —¡Pues sí!, ya ves, pero es que, además, sin darnos cuenta y para meter más leña al fuego tenemos en nuestras empresas a personas que nos ayudan en nuestro proyecto. Es lo que vulgarmente llamamos equipos de trabajo. Esos equipos olvidados, que están allí y a los que no hacemos caso. Son esas personas que creía que no servían para nada porque los mejores están fuera. Pues me he dado cuenta de que sin ellos no sería nada. Mi éxito depende de la percepción que tengan ellos de mí. Me has comentado que esta semana se han ido de tu empresa un encargado y un oficial. ¿Te has preguntado por qué se han ido? Estaría bien que te hagas esa pregunta. Quizá se hayan ido porque no quieren un líder como tú. No quieren estar a tu lado.

      —Pero qué dices —levanto la voz—, eso es imposible. Si los trato bien.

      —¿Y cuando les chillas? —me pregunta Pedro—. ¿Cuántas veces has levantado la voz a tu equipo? ¿Te lo explico o te lo comento? Cada vez que voy a verte a tu empresa oigo gritos.

      —Mira, por hoy es suficiente —digo—, me voy a casa. Nos vemos el próximo viernes.

      No sé qué me pasó, pero las dos noches siguientes me desperté pensando en la conversación del viernes por la tarde con Pedro y con los otros amigos en el SwordCafé. Me empezó a entrar tristeza y, no sé por qué, mi cabeza comenzó a reflexionar y a darle vueltas a todo aquello.

      Quizá yo también tendría que pasar por un proceso de coaching ejecutivo. Pero aún no lo tenía muy claro. Necesitaba hablar un poco más con Pedro y disculparme por lo del viernes por la tarde.

      Capítulo 3

      Mi yo y mi clic

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