Capitalismo gore. Saya Valencia

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Capitalismo gore - Saya Valencia


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e imprevisibles en cuanto a sus efectos, condenándose así a un vacío epistemológico, teórico y práctico, por carecer de un conjunto de códigos comunes que descifren estas prácticas gore.

      El estallido del Estado-nación

      En primera instancia y siguiendo a Foucault, abordaremos el liberalismo —doctrina madre del neoliberalismo actual— haciendo una especie de recopilación-reflexión sobre la ruptura que éste supuso para la Razón del Estado al dejar de concebirla como una Polizeiwissenschaft.

      No sobra decir que el Estado de derecho garantizado por la ley está regido por la lógica liberalista que brinda libertad de acción para los económicamente pudientes. Sin embargo, la libertad de acción no es propiedad exclusiva de quienes detentan el poder económico ni de quienes se amparan por ello en la ley. De hecho, las prácticas gore no están sujetas a la ley sino que la desafían y pueden ser leídas dentro del marco de la libertad de acción. Igualmente las prácticas de resistencia opositiva se justifican en la agencia y no son favorables para el sistema neoliberalista ni tampoco se adscriben a las prácticas gore, antes bien se sitúan en una distancia crítica de ambas.

      La apelación liberalista para crear un Estado laxo en sus responsabilidades con la sociedad y sus sujetos establece una relación de sujetos «sujetados» unidireccionalmente en el marco de la ley. Es decir, las exigencias que este sistema impone sobre el individuo al responsabilizarlo de sí mismo, volviendo social e intersubjetiva y, de alguna forma, privada, la negociación de sus relaciones económicas, no considera a aquellos sujetos que carecen de potestad para negociar desde una posición que no les ponga en desventaja.

      Esta ampliación de la racionalidad económica implica la implantación de un modo débil de gobernabilidad por parte del Estado y su flexibilización, de tal suerte que sea la economía quien se ponga a la cabeza de la gubernamentabilidad y sus gestiones, trayendo como consecuencia —a través de la desregulación impulsada por la globalización— la creación de dobles marcos o estándares de acción que permiten la precarización laboral mundial, al mismo tiempo que alientan el surgimiento de prácticas gore, ejecutadas por sujetos que buscan el cumplimiento de una de las reglas más importantes del liberalismo para hacerse de legitimidad económica y de género y, por tanto, social: encarnar la figura del self-made man.

      De este modo, la globalización, cuyas premisas fundamentales hunden sus raíces en el neoliberalismo, pone en evidencia el estallido del Estado, quien en el contexto contemporáneo juega un papel ambivalente, puesto que se basa teóricamente en una política global y de convivencia. Sin embargo, el Estado en la era global puede entenderse más como una política interestatal mundial que al tiempo que elimina sus fronteras económicas redobla sus fronteras internas y agudiza sus sistemas de vigilancia.

      Dicha proliferación de fronteras, vigilancia y controles internos aumenta los costes, el auge y la demanda de mercancías gore: tráfico de drogas, personas, contratación de sicarios, seguridad privada gestionada por las mafias, etc.

      El estallido del Estado benefactor puede observarse en el desplazamiento de la gubernamentabilidad dirigida por la economía (las empresas transnacionales legítimas e ilegítimas que hacen que las lógicas mercantiles sean adoptadas inexorablemente por todo el sistema), transformando el concepto de Estado-nación en el de Mercado-nación, es decir, transformando una unidad política en una unidad económica regida por las leyes del intercambio y del beneficio empresarial, y conectada por múltiples lazos al mercado mundial.

      Estado nación / Mercado nación

      Para hablar del desplazamiento de la gubernamentabilidad cabria preguntarse: ¿cómo emerge y se populariza la idea de globalización? Para esta pregunta hay múltiples respuestas; no obstante, nos centraremos sobretodo en el desprestigio del concepto de ideología. En 1989, Francis Fukuyama, politólogo estadounidense, publicó un libro titulado El Fin de la Historia y el último hombre donde, en una reinterpretación neoliberalista de Hegel, daba por terminadas las ideologías y las grandes metanarrativas poniendo como punto final a éstas la caída del comunismo.

      Después de eso, nos encontramos en una línea tránsfuga de la Historia donde el tiempo siguió avanzando sin los molestos obstáculos que supondría el no profesar un pensamiento único: la religión del neoliberalismo absoluto. Así, la caída del comunismo, la des-ideologización y la des-historización resultaron campo fértil para la emergencia de la globalización.

      Entendemos globalización como la desregulación en todos los ámbitos, acompañada de la debilitación máxima de las mediaciones políticas en beneficio exclusivo de la lógica del mercado. Esto incluye:

      1. Mercado laboral desregulado.

      2. Desterritorialización (segmentación internacional y descontextualización del ámbito propio de cada país).

      3. Decodificación de flujos financieros por la aplicación exacerbada de la política neo-liberal.

      4. Estrategias aplicadas para que el dinero viaje a la velocidad de la información (maridaje de la economía con la tecnología).

      Es importante destacar que el maridaje que se da entre economía, política y globalización populariza el uso de nuevas tecnologías, bajo la consigna de eliminar fronteras y acortar distancias —aunque sólo virtualmente—. Sin embargo, dicho maridaje tiene como fin crear una conciencia social acrítica e hiperconsumista que dé la bienvenida a los sistemas de control y vigilancia sin que éstos tengan que ocultarse, ponderando su existencia como lógica, aceptable y demandada por la propia sociedad, condicionando y trasgrediendo, de esta manera, las nociones de privacidad y libertad. Se configura así una nueva idea de identidad personal, nacional, social. Lo social contemporáneo puede entenderse como una aglutinación de individuos encapsulados en sí mismos que comparten un tiempo y espacio determinados, y participan de forma activa o pasiva (radical o matizada) de una cultura del hiperconsumo.

      Ser una cultura del hiperconsumo se deriva, como consecuencia lógica, de las prácticas políticas y de la emergencia de la nueva clase dirigente: los empresarios. En el concepto de cultura actual ya no hay espacio para los héroes, sólo para los publicistas.

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