Milton Friedman: la vigencia de sus contribuciones. Rolf Lüders

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Milton Friedman: la vigencia de sus contribuciones - Rolf Lüders


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de economistas, desafiando este destino casi universal. Por mi parte, creo que este especial lugar es enteramente merecido, y es un memorial apropiado no solo por su poderoso intelecto, sino también por el celo misionero que él aplicó en sus campañas a favor de la libertad.

      Por último, no encuentro mejores palabras para cerrar este memorial, que el homenaje que leí en un servicio fúnebre realizado para Milton en la capilla Rockefeller de la Universidad de Chicago a principios de 2007.

       “Sin lujos, sin mezquindad, sin miedos”

      Un homenaje a Milton Friedman

      Arnold C. Harberger

      ‘(Presentado en una ceremonia de homenaje, Capilla Rockefeller, Universidad de Chicago, 29 de enero de 2007).

      Fue mi gran fortuna ser miembro de la primera generación de la Universidad de Chicago que tuvo Teoría de los Precios con Milton Friedman. La fortuna más tarde nos juntó como colegas en Chicago por 53 años si se cuenta la condición de Profesor Emérito, y por unos 30 si solo cuentan los años de servicio activo. Y para demostrar que la fortuna no siempre nos sonríe, ella también nos llevó a compartir lo que Milton llamó “nuestras pruebas y tribulaciones”, las que se derivan principalmente de una breve visita que Milton realizó a Chile en marzo de 1975.

      Estas experiencias me permitieron desarrollar una abundante comunicación con Milton, en tiempos tanto buenos como malos, lo que me llevó a tener –lo que creo– es un conocimiento cercano de Milton Friedman, la persona. Es evidente que esta persona era siempre e inexorablemente un economista, pero hay otros rasgos vitales que trascienden los asuntos profesionales.

      Son estos otros rasgos los que me llevaron a elegir mi tema de hoy: “Sin lujos, sin mezquindad, sin miedos”.

      Estoy totalmente seguro de que estos elementos –sin lujos, sin mezquindad, sin miedos– serían sus rasgos perdurables, independientemente de la profesión que hubiese escogido. Lo más importante es que son los aspectos que admiro profundamente y espero haber aprendido junto con todo lo que he ganado de sus enseñanzas y sus escritos.

      “Sin lujos”. Aquí tengo que comenzar con el maravilloso o incluso, mejor dicho, hermoso curso de dos trimestres sobre Teoría de Precios que tomé con Milton. Por suerte, la esencia de ese curso se consagró en el texto que lleva el mismo nombre del curso, Teoría de Precios de Milton, por lo que está disponible para todos y cada uno para explorar y apreciar. Para mí, ese curso era como el proverbial taburete de tres patas. Cada parte era esencial. Nada podría ser desechado sin perturbar la integridad del conjunto. Nada en él era pomposo, nada pretencioso, nada sofisticado.

      En su libro Dos personas con suerte2, Friedman se maravilla con la calidad estética de la teoría de precios diciendo que siempre le recordaba a Keats con su famoso “La belleza es verdad, la verdad es belleza. Eso es todo lo que sabéis en la tierra, y todo lo que necesitáis saber”. Eso ciertamente resuena con todo lo que obtuve de mi exposición a Milton en esa secuencia de Teoría de Precios. Era como si él no quisiera que uno aprendiera la teoría de precios, sino que se empapara de ella, para que fuera parte de uno mismo. Ese curso, más que cualquier otro, formó mi visión de la economía como una disciplina, de mi propio papel dentro de ella, y de cómo y qué debo enseñar a mis estudiantes. Me veo a mí mismo como una especie de carpintero a la antigua, o el chico multioficios, vagando por ahí con un kit simple pero altamente confiable de herramientas, listo para asumir casi cualquier problema que se presente, confiado en que la mayor parte del tiempo es necesario resolver problemas que nos resultan familiares, en tanto se repiten una y otra vez, pero sintiéndose realmente desafiado cuando aparece algo realmente inesperado, y totalmente eufórico cuando descubro una forma en que el antiguo kit de herramientas se supera a sí mismo en la resolución de estos problemas más complejos.

      Creo que este espíritu, esta actitud, esta visión del mundo es la característica distintiva más clara de toda una generación de economistas de Chicago que salieron a hacer su camino en el “mundo real”. Creo que esta es en gran parte la razón por la que muchos de ellos llegaron a la cima, trataron con éxito tantos problemas y, al final, probablemente influyeron en el curso de la historia. Y no creo que esté exagerando cuando digo que las semillas de este espíritu y actitud se encuentran en el curso de Teoría de Precios de Milton.

      “Sin mezquindad”. Me aturde cada vez que me doy cuenta de que mis contactos con Milton Friedman se remontan, por ahora, a unos sesenta años. Pero lo que es aun más sorprendente es que en todo ese tiempo, en todos nuestros contactos, incluso en todas mis lecturas de sus escritos y de ver sus videos, nunca he estado consciente de que haya hecho uso de algún argumento ad hominem, o de alguna batalla intelectual utilizando las armas de la insinuación o incluso decirle a otros que compartan su línea de razonamiento solo porque Adam Smith o Alfred Marshall o algún otro gran hombre también sostuvo este punto de vista. Es como si una voluntad de hierro estuvo conduciéndolo para hablar sobre los méritos del caso, y solo sobre los méritos del caso, todo el tiempo.

      Francamente, no creo que Milton siquiera haya sentido la tentación de utilizar el comentario sarcástico o el chiste frívolo para acabar con un adversario. Es como si hubiese limpiado completamente su mente de estos pensamientos.

      Antes de abandonar el tema de “sin mezquindad”, tengo que detenerme y referirme brevemente a nuestras “pruebas y tribulaciones”. La breve visita que Milton y Rose realizaron a Chile en el año 1975 vino por la invitación de una fundación privada afiliada a un importante banco chileno, en que entonces Rolf Lüders (un ex alumno de Chicago) tenía una posición ejecutiva. Yo era el intermediario clave para el logro de la visita.

      Con todos los problemas que estallaron después, con toda la crítica injusta e infundada a la que Milton estuvo sujeto, con todas las relaciones y amistades pasadas que se agitaban como resultado de esa visita, se podría pensar que sería natural que Milton tuviera un cierto resentimiento, sino un rencor o peor en contra de Rolf Lüders y hacia mí. ¡Nada de eso! Nunca en toda la infeliz y prolongada secuela de esa visita a Chile sentí la más mínima grieta en los lazos que nos unían. Muy por el contrario, parecía que con cada nuevo asalto, esos lazos crecían más firmes y más fuertes.

      Lo que nos decepcionó tanto a Milton como a mí fueron los que, impulsados por las pasiones del momento, tomaron posiciones antagónicas hacia nosotros y lo que (supuestamente) habíamos hecho sin que tuvieran alguna idea de lo que realmente ocurrió, lo que realmente se dijo, o en qué espíritu lo dijimos. También nos quedamos perplejos acerca de cómo las muchas decenas de economistas establecidos que habían sido efectivamente contratados por largos períodos por parte de regímenes autoritarios en Brasil, Corea, Nicaragua, Pakistán, Filipinas, Taiwán y Yugoslavia, entre otros, de alguna manera escaparon al mismo oprobio.

      Estaba consternado, también, por la forma en que Milton fue señalado en adelante, especialmente en vista del hecho de que, en los apenas seis días que pasó en Chile, dio una serie de conferencias que ensalzan la libertad política y económica, y expresando su fe en que un gobierno autoritario no puede sobrevivir por mucho tiempo una vez que la libertad económica prevalece.

      Sin miedos. De los tres rasgos de mi título, este es el que incluso observadores lejanos deben ver y apreciar. Parecía haber alguna fuerza interior en Milton conduciéndolo a decir la verdad como él la veía, pasara lo que pasara. Esto es lo que hizo en sus conferencias y seminarios en Chile. Después de haber dicho la verdad como él la veía, nunca podría ceder a sus atacantes. Ceder en estas cuestiones no sería, para él, simplemente un cambio de punto de vista. Sería nada menos que la negación de su verdadero yo. Él estaba expresando una parte esencial de su naturaleza mientras se mantuvo firme y aceptó todo lo que ocurrió durante sus “pruebas y tribulaciones”.

      Pero Milton actuó sin temor a expresar sus puntos de vista desde mucho antes del referido episodio. Las sociedades tienen a veces maneras sutiles y otras no tan sutiles de forzar la conformidad, y esto es cierto no solo en la España Católica, la Inglaterra Victoriana, y los sectores evangélicos de los Estados Unidos. Tiende a ser cierto para las “opiniones establecidas”


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