La niñez del Perú en la mira: qué podemos aprender de los programas sociales. Enrique Vásquez H.
Читать онлайн книгу.intervenciones del programa es la provisión de información a los padres. Por otro lado, en las zonas urbanas, se puso mayor énfasis en la capacitación de los operadores. Los centros de atención intentaron brindar información especializada prioritariamente a los cuidadores, pues con ello se esperaba impactar buena parte del desarrollo de los niños.
En un mundo ideal, la modalidad de las visitas debería hacerse de manera extensa e intensa, pues su beneficio es tangible, pero, considerando las dificultades que podrían darse en la movilización a los hogares, deben priorizarse las zonas rurales más pobres. Tanto en el Perú, con el Servicio de Acompañamiento Familiar del PNCM, como en Ecuador, con Creciendo con Nuestros Hijos (CNH), parte del Fondo de Desarrollo Infantil (FODI), se hacían una vez por semana, con una duración de una hora. En el caso del Perú, se daban orientaciones de cuidado y aprendizaje, con sesiones educativas individualizadas a cargo de una facilitadora, lo que iba acompañado de brindar sesiones de consejería grupal una vez al mes, a entre 10 y 20 familias (Sanabria, Nadramija, & Betalleuz, 2016, p. 32). En el caso de Ecuador, se exigía que el niño estuviera acompañado de su madre o quien fuera responsable de él y se buscaba «mejorar el comportamiento, las actitudes, los conocimientos y las prácticas de los padres hacia sus hijos» (Rosero, Pérez, & Sánchez, 2012, p. 296).
De otra manera, se puede dar otro enfoque al concepto de las visitas. En Colombia, se buscaba atender a las familias no solo porque vivieran en una zona rural, sino por la importancia del contexto familiar en la crianza y la necesidad de fortalecer las habilidades parentales (Comisión Intersectorial de Primera Infancia, 2013, p. 66). Un punto importante en este componente es el contenido transmitido, como medidor de la calidad de las visitas. Este abarcaba los temas tratados, lo que quedaba en manos de la familia y muchas veces dependía del entorno. De hecho, cuando el visitador se acomodaba a la situación familiar y las necesidades de ellos (y no seguía los mismos lineamientos con todos), el proceso era más extenso, completo y exitoso (Schodt et al., 2015, pp. 12-13). Del mismo modo que con las madres cuidadoras, los servicios brindados por los encargados de las visitas serán mejores cuanto mejor preparados estén y mejor sea su actitud frente a la familia beneficiaria.
Respecto a la cantidad de visitas, se afirma que, si se dan con mayor frecuencia, el efecto del programa sobre los niños es mayor, aunque no se ha establecido una cantidad óptima o mínima para estas (Nievar, Van Egeren, & Pollard, 2010, p. 503). Las modalidades de visita permiten una atención más personalizada, y se ha comprobado incluso que pueden tener mejores efectos a largo plazo (Rosero et al., 2012, pp. 297-298). En general, y de acuerdo con una evaluación del BID, se considera complicado medir con certeza el éxito de las atenciones y se plantea la necesidad de implementar instrumentos adicionales de evaluación, que tienen la desventaja de ser costosos (Schodt et al., 2015, p. 31).
En términos generales, se puede concluir que las visitas a los hogares son beneficiosas para los usuarios, ya que buscan mejorar los métodos utilizados en la crianza de los niños. Al comparar el accionar en el Perú con la experiencia de Ecuador, resultó ser bastante similar. Más bien, lo que la iniciativa nacional debe buscar es tratar de llegar a una mayor cantidad de hogares rurales que, por su lejanía, son de difícil acceso, pero les urge ser atendidos. Sin embargo, para ampliar la cobertura en el mundo rural, se debe tomar muy en cuenta el pleno respeto de la diversidad cultural y lingüística de las diferentes regiones a las que se esperaría que Cuna Más amplíe su acción.
1.4 La importancia de un sistema de seguimiento y monitoreo
El seguimiento que se realice a las intervenciones de los AEPI es clave, pues determina si efectivamente los menores están siendo beneficiados en las distintas dimensiones del desarrollo cognitivo. A partir de ello, se pueden identificar las normas, procedimientos, actividades y metas que contribuyen, o no, al logro del objetivo de atender a la primera infancia.
Todo seguimiento y monitoreo depende del sistema de información que la institución cree. Un sistema implica toda una suerte de reglas, procedimientos, recursos y personal especializado en supervisar cada eslabón de la cadena de prestación del servicio público. Desde esta perspectiva, Cuna Más creó un proceso ordenado y claro para la recopilación de los datos necesarios. En el Perú, se seguían tres fases: recojo y registro de información; seguimiento; y, finalmente, evaluación. Estas fases son análogas a los elementos de monitoreo y evaluación de impacto: recolección, procesamiento y análisis de la información. Lo recopilado incluía datos sobre los participantes y su desempeño, la participación de su familia (si era necesario), así como de las personas a cargo de los centros (Sanabria et al., 2016, pp. 134, 143-144). Esto además fue acompañado de evaluaciones de impacto para medir la efectividad de intervención de las modalidades.
Para Cuna Más, se detectaron problemas en el seguimiento del desempeño de las madres cuidadoras, en la supervisión del aprendizaje de los niños y en el monitoreo de las visitas a los hogares. Las razones de estos problemas eran, principalmente, que no se contaba con un sistema integrado de información, y la carencia de un módulo de reportes en línea no permitía seguir la provisión del servicio de manera efectiva (Midis, 2019). De este modo, la información podía estar incompleta, desactualizada e incluso equivocada, y no se tenía un criterio único para las evaluaciones (Contraloría General de la República, 2015, pp. 22, 27, 29). En suma, centrarse en la calidad de los datos, basados en un proceso técnicamente limpio de obtención y procesamiento, sienta las bases para evidenciar análisis de procesos y resultados en la intervención a favor de la primera infancia. Sin embargo, para ello se requiere profesionalizar la institución para que cada eslabón de la prestación sea óptimo.
Un caso exitoso, tras un seguimiento a este tipo de programas, se dio en Colombia, con los HCB del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). Se realizó una extensa evaluación de impacto del programa entre los años 2007 y 2008, que permitió identificar sus mayores deficiencias, aunque en un principio fue difícil establecer los grupos de comparación. Se detectó que las principales mejoras debían hacerse en infraestructura y ambientes pedagógicos, estado nutricional y salud, y desarrollo cognitivo y sicosocial. Con los resultados, se intervino en los puntos necesarios, y posteriormente otra evaluación, en el año 2010, halló mejoras significativas en las condiciones de los participantes (González & Durán, 2012, pp. 222-223). Años después, en 2013, Colombia propuso el Sistema de Registro y Monitoreo Niño a Niño (SSNN), detallando las diversas atenciones recibidas por cada uno e integrando esta información entre las distintas instituciones involucradas (Comisión Intersectorial de Primera Infancia, 2013, pp. 55-56). El principal inconveniente de esto fue «la carencia de sistemas de información y la dificultad para acceder a registros administrativos confiables, oportunos y de calidad» (Comisión Intersectorial de Primera Infancia, 2013, p. 102).
En general, en Latinoamérica y el Caribe, los programas de este tipo han experimentado diversos tipos de seguimiento y evaluación a lo largo de dos décadas. Sin embargo, los estudios a partir de estos han sido a menudo deficientes o incompletos, en especial en lo que respecta a las visitas a los hogares (Schodt et al., 2015, pp. 7-8). El mismo informe para el BID considera tres dimensiones para poder evaluar cómo se provee esta modalidad de los programas: dosis (frecuencia o duración de visitas), contenido (calidad de instrucción provista y de quien la provee) y relaciones interpersonales (entre el visitador y el cuidador). Si se toman seriamente mediciones basadas en estas tres dimensiones, se puede aspirar a que los programas mejoren sus resultados (Schodt et al., 2015, pp. 10-13, 31).
Para todo fin de seguimiento y evaluación, es importante establecer el objetivo del programa y trabajar en función de este, evitando distracciones. Por ejemplo, se pueden tener unos AEPI enfocados en mejorar la calidad de vida y trabajo de la madre, mientras otros se orientan más a la salud de los niños y otros invierten más recursos en su educación. Vale aclarar que no necesariamente son excluyentes: pueden darse efectos de más de un tipo a corto plazo, y que solo uno o más prevalezcan en el tiempo (Nievar, Van Egeren, & Pollard, 2010, pp. 502-503). Con esta definición clara e incuestionable desde un principio, se deberá elegir los instrumentos pertinentes por utilizar en el seguimiento correspondiente.
Cabe mencionar que, muchos años atrás, se usaban medidas cognitivas como variación en el coeficiente intelectual (CI) y otros datos, como indicadores del desempeño académico o trayectoria en este.