Indios de papel. Juan Carlos Orrego Arismendi
Читать онлайн книгу.Alemany Bay, la narrativa sobre el indígena “vuelve a sus orígenes”,38 toda vez que en la época colonial se habría puesto en marcha con autores que, como Bartolomé de Las Casas y Bernardino de Sahagún, basaron sus descripciones culturales en los testimonios que recabaron de los indios americanos; o que, como los mestizos Huamán Poma de Ayala e Inca Garcilaso de la Vega, hicieron de su propio testimonio la materia narrativa de sus escritos.
No sobra decir que, cuando Mariátegui apela a una “literatura indígena” que “vendrá a su tiempo”, deducimos que el crítico no se refiere a esa narrativa autobiográfica editada como testimonio, ni a la expresión literaria autóctona existente ya desde la época precolombina y preservada, en su mayor parte, en la tradición oral; y que tampoco se refiere a la literatura de esa época o de la Colonia, creada por indígenas y transcrita, en su fonética original, al código alfabético occidental, difundida en compilaciones folclóricas. La aclaración de que esa literatura, “si debe venir” –repárese en el sentido de incertidumbre de esas palabras, o, como escribió alguna vez Luis Cardoza y Aragón, de “titubeo”–,39 solo surgirá cuando “los propios indios estén en grado de producirla”, da a entender que se trata de una literatura de ficción en molde occidental que se antojaba improbable en 1928.
A un lado del avatar del “género testimonial” sería necesario considerar la producción narrativa ficcional de indígenas o mestizos –los límites son imprecisos– que salpica el siglo xx, y a la que es necesario vincular al escritor de origen zapoteco Andrés Henestrosa, autor de la colección de relatos Los hombres que dispersó la danza (1929), así como al wayúu Antonio Joaquín López, autor de la novela Los dolores de una raza (1956), entre otros nombres. La materialidad precaria de las obras originales –con su invisibilidad inherente–, la concentración del trabajo crítico en el área andina y, no en menor grado, la discusión todavía inacabada sobre la identidad étnica, han estorbado el reconocimiento de esas expresiones como literatura indígena, con lo cual sería necesario repensar y ajustar algunas de las categorías implementadas por la crítica.40 En el caso particular de Colombia, el estudio de la narrativa indígena en español apenas cursa las fases de búsqueda, contextualización cultural y glosa libre de las obras, tal como lo muestra un trabajo publicado en los primeros años de la presente década por el escritor e investigador Miguel Rocha Vivas.41
1.4 La heterogeneidad de la novela indigenista según Antonio Cornejo Polar
Las ideas de José Carlos Mariátegui también han sido desarrolladas por el connotado crítico peruano Antonio Cornejo Polar, si bien este, a diferencia de los autores mencionados previamente, se muestra más bien escéptico a propósito de la emergencia –andando el tiempo– de una literatura propiamente indígena. Por el contrario, en Literatura y sociedad en el Perú: la novela indigenista (1980), Cornejo Polar pone el énfasis en la brecha que separa al productor de la novela indigenista de su referente nativo, y se muestra convencido de que lo que en esencia caracteriza a ese tipo de obras es la heterogeneidad de la situación sociocultural en juego y la composición formal de la literatura que la expresa.
Para Cornejo Polar, la condición de existencia de la narrativa indigenista es la percepción, como elementos diferenciados, de un universo indígena y otro en el que se produce literatura sobre este. Esa diferenciación es tanto estructural –esto es, al nivel de las categorías lingüísticas que conforman relaciones de oposición– como sociocultural, toda vez que, por ejemplo, hoy en día es posible distinguir a una sociedad ancestral y agraria anclada a una concepción mágica del mundo, “más primitiva”, y a una moderna, urbana y capitalista, de filiación occidental, que pretende “dar razón” de la primera.42 Mutatis mutandis –realmente, la única condición necesaria del indigenismo es que se perciba la oposición fundante, más allá de las cualidades enfrentadas–, ese orden de cosas ha sido el principio constituyente de la escritura sobre el indio en América, desde su manifestación seminal en las crónicas del siglo xvi hasta las novelas de Ciro Alegría y José María Arguedas, que Cornejo Polar distingue como indigenismo en “plenitud”,43 pasando por los registros narrativos del Romanticismo, el modernismo y el realismo psicológico.
Cuando el crítico pone la lupa sobre el proceso de producción de la novela indigenista, distingue en él cuatro elementos constitutivos: la instancia que produce la novela, instancia que posee características ajenas al mundo indio y entre las cuales no es la menor el uso de un código lingüístico occidental; la obra misma, con su factura novelesca y por ello también alejada del universo nativo; el circuito de comunicación de la novela, el cual excluye al indio e integra a lectores urbanos y letrados, y, finalmente, el referente, ese sí perteneciente al universo indígena. Puede decirse, en términos generales, que este último es un elemento subordinado a los otros tres; sin embargo, esa sujeción no se da completamente, pues en algún grado o sentido el referente escapa al orden que quiere imponérsele y acaba incidiendo en la conformación de la novela, situación que por excelencia expresa su heterogeneidad.
Cornejo Polar se refiere a esa incidencia como “impacto del referente” y la traduce en tres realizaciones formales: la disposición de algunos argumentos como adición de relatos independientes, forma ligada a la oralidad ancestral, y que el crítico encuentra ejemplificada en las novelas La serpiente de oro (1935) y Los perros hambrientos (1939), ambas de Ciro Alegría; la inserción de canciones e imágenes líricas sobre el paisaje, recurso común en la obra narrativa de José María Arguedas, y la asunción, por parte del discurso novelístico, de componentes míticos, tanto en el sentido de insertar textos de mitos en su discurso como en el de asumir una perspectiva mítica o, propiamente, un “pensamiento mítico”.44 Cornejo Polar alude como ilustración de esto a El mundo es ancho y ajeno (1941), de Alegría, y a Todas las sangres (1964), de Arguedas, ya que en ambas se propone un desenlace con destrucción del “venerable mundo primitivo” del que se espera la fundación de un mundo nuevo en el cual el indio será libre.45 En esta tercera modalidad o, mejor, posibilidad de impacto del referente, se verifica un encuentro entre la conciencia mítica y la conciencia histórica, con recíprocas influencias según el autor: “Parece indudable que el tiempo mítico no puede generar una construcción propiamente novelesca, que como se ha visto requiere de la historia, y en este sentido el indigenismo se ve forzado a modificar el referente para incorporar una forma de conciencia que le es ajena: la novela indigenista debe, por así decirlo, historificar el mito. Como es claro, este proceso no deja de transformar a su vez, en sentido inverso, partiendo del mito, la concepción de la historia”.46
No cabe duda de que la comunión de mito e historia en la novela indigenista es una de las manifestaciones más elocuentes de la heterogeneidad y las contradicciones que conforman el subgénero; sin embargo, es importante entender que de ese enfrentamiento interesa sobre todo su concreción formal, lo que, en términos de Mariátegui, equivale a la concepción relievada del artificio. Cornejo Polar concluye que, más que los contenidos o, mejor, más que las pretensiones de revelar una realidad indígena o de ofrecer un testimonio interno del mundo indio –incluso de proponer su reivindicación–, la novela indigenista consigue plasmar, en su forma, la situación estructural de la que el indio es elemento constitutivo en su relación contradictoria con otros elementos. La literatura reproduce los conflictos que conforman la sociedad que la engendra, y ello implica que habrá novela indigenista mientras no haya una integración plena de los estratos socioculturales que se enfrentan al interior de los países en que se escriben las novelas. El caso del Perú, estudiado por Cornejo Polar, supone un orden de cosas perfectamente extrapolable a Colombia y, en particular, a sus diversos ámbitos regionales.
Podría concluirse que la perspectiva de Cornejo Polar es escéptica respecto de la expectativa de Mariátegui –y de buena parte de sus émulos– de que el indio llegue a escribir su propia literatura, reducido como está a ser poco más que el referente de la novela indigenista. Pero, de la misma manera, no puede perderse de vista que Cornejo Polar muestra un optimismo notorio respecto a la larga vida y vigencia de esa corriente, amenazada por la caducidad de acuerdo con otros críticos. Para Tomás Escajadillo, por ejemplo, las renovaciones formales del neoindigenismo habrían sido la respuesta a una “cancelación” propiamente dicha –y no a una transformación– del indigenismo ortodoxo.47 Antes que él, Luis Cardoza y Aragón ya había