Indios de papel. Juan Carlos Orrego Arismendi
Читать онлайн книгу.Escribe el ensayista guatemalteco a propósito del caso mexicano: “¿Por qué México, país muy indio, no tuvo sobresaliente novela indigenista? ¿No es la Revolución mexicana la respuesta?”, y agrega que la “idea” se habría plasmado en la novela decimonónica, concretamente en Los bandidos de Río Frío (1889-1891), de Manuel Payno, allí donde un personaje propone que los indios se enfrenten a muerte a “la gente de razón”.48 Por supuesto, esta interpretación no basta para anular el vaticinio de vigencia de Cornejo Polar, el cual encuentra significativa validación en la abundancia contemporánea de las novelas de tema indígena: basta considerar que solo en Colombia fueron publicadas más de diez obras en la segunda década del siglo xxi.49
1.5 Una investigación sobre novela de tema indígena (nti) en Antioquia
Es nuestro propósito, en los capítulos que siguen, emprender un estudio de la novela de tema indígena (en adelante, nti) escrita en Antioquia, materia prácticamente intocada por la crítica si, más allá de los comentarios a las obras individuales, se piensa en su conformación como tradición o corriente literaria. En concreto, nuestro ejercicio consistirá en presentar, inicialmente, un panorama general de la sucesión en el tiempo de las novelas del corpus, para después abordar con detalle –con intención descriptiva y caracterizadora– un conjunto de tres novelas en las que, creemos, se hace perceptible un proceso literario de representación del indio. Sin embargo, antes de echar a rodar esas unidades discursivas nos son forzosas algunas aclaraciones metodológicas.
La referencia a Antioquia, entendida con objetividad como una unidad político-administrativa del territorio colombiano, sin duda está inspirada por tratarse del departamento en el que se sitúa la Universidad de Antioquia, nuestra sede de trabajo; pero también –y no en poca medida– por la necesidad de delimitar un corpus de novelas de otra manera inabarcable. Siendo nuestro propósito general estudiar la nti latinoamericana –o, si se quiere, las obras publicadas en Colombia– para presentar nuevos datos sobre ella o para aportar una reflexión inédita sobre algunos de sus rasgos, entendemos que es necesario concentrar la mirada nada más que en un grupo de obras, entre las muchas –se cuentan por centenares– aparecidas en el subcontinente en los últimos dos siglos. Por lo demás, ese ha sido el modus operandi de buena parte de los trabajos críticos considerados en las secciones anteriores: José Carlos Mariátegui, Tomás Escajadillo y Antonio Cornejo Polar se concentraron en revisiones críticas de la literatura peruana, sin que ello estorbara para que, más adelante, los procesos detectados y las categorías clasificatorias propuestas fueran referencias legítimas de otros investigadores del amplio caso latinoamericano, entre ellos Luis Alberto Sánchez y Julio Rodríguez-Luis.
Algo similar podría decirse del trabajo de Concha Meléndez, quien recurre a una selección de obras del siglo xix para darle contenido a la categoría de novela indianista, misma que William Archer y Gerald Wade recogen para acomodar un conjunto de obras de la primera mitad del siglo xx. Si se quiere, podríamos reformular nuestro propósito de cara al sentido de la delimitación implementada: lo que realmente pretendemos es estudiar la nti con base en novelas escritas por autores antioqueños. A la luz de esta aclaración, se entenderá que nuestro foco no está puesto en ninguna materia étnica que pudiera entenderse como antioqueña o perteneciente a Antioquia: nos interesa, por ejemplo, una novela que aluda a comunidades amazónicas si su autor es un antioqueño –tal como ocurre con Toá. Narraciones de caucherías (1933), del medellinense César Uribe Piedrahita–, de la misma manera que hemos descartado obras que, referidas a elementos culturales situados en Antioquia, no fueron producidas por autores nacidos allí.
Con cierta intransigencia notarial, entendemos por “autor antioqueño” todo aquel –y solo aquel– que haya nacido en cualquier lugar del departamento de Antioquia. Esta obstinación era necesaria si lo que se quería era contar con un criterio objetivo para establecer un corpus de referencia útil. Es por esa razón, por ejemplo, por lo que no hemos tenido en cuenta una novela como Locos por las amazonas (2005), de Faber Cuervo, un autor radicado hace mucho tiempo en territorio antioqueño, pero nacido en El Cerrito (Valle del Cauca); ni hemos incluido en nuestro recuento a Tríptico de la infamia (2014), por ser Pablo Montoya, a pesar de su nítida ascendencia antioqueña, un escritor nacido en Barrancabermeja (Santander). Haber incluido esas novelas en el corpus en atención a la endoculturación “paisa” de ambos autores nos habría obligado, como contraparte, a poner en duda la incorporación de El Dorado (1896), cuyo autor, Eduardo Posada, nació en Medellín pero residió por mucho tiempo en Bogotá, ciudad donde, incluso, publicó su obra. Plegarse con rigor a un criterio de delimitación implica, inevitablemente, seleccionar al mismo tiempo que descartar, sin que tenga sentido pretender evitar el descarte de algún elemento al precio de renunciar a otro. Mucho menos conviene manipular la condición de selección para hacer la vista gorda frente a las forzosas renuncias. Cuando el criterio de corte se define con limpia intención metodológica, antes de calcular sus implicaciones, la sensatez pide seguirlo a rajatabla.
Los párrafos previos ya habrán sugerido al lector que no albergamos muchas esperanzas respecto a la realidad o posibilidad de que Antioquia sea una entidad o ámbito sociocultural homogéneo y reconocible con objetividad. No se nos escapa que, antes que nada, se trata de una delimitación político-administrativa sobre la que, por supuesto, se han tejido hechos discursivos que permiten imaginarla como una comunidad real. Creemos, con Benedict Anderson, que el sentimiento campante de que a lo antioqueño corresponde un ethos positivo, localizado e integrador, no es otra cosa que la consecuencia de una cruzada ideológica en la que han sido cruciales las manipulaciones lingüísticas en general y, en particular, una estratégica producción de textos impresos.50 Aunque nos seduce el valioso y clásico trabajo de la antropóloga Virginia Gutiérrez de Pineda sobre las condiciones de existencia –históricas y socioculturales– de un “complejo regional antioqueño o de la montaña”,51 sabemos que ese cuadro, conformado de modo preponderante por una economía cafetera, una actividad comercial frenética, una organización social matrilocal, un monopolio moral católico y una alta valoración del emprendimiento, adolece de claras limitaciones de tiempo y espacio, y en realidad no basta para justificar que la categoría Antioquia pueda ser entendida como algo más que la realidad político-administrativa que se representa en los mapas de Colombia, y que lo que hace es encubrir una realidad multicultural de compleja descripción. Por eso no nos sorprende que, cuando Raymond L. Williams procede a estudiar la novela colombiana según su arraigo regional, se vea obligado a elevar la petición de principio de que el país ha estado conformado históricamente por cuatro regiones autónomas –entre ellas Antioquia–, de las que en todo caso advierte su caducidad a partir de la segunda mitad del siglo xx,52 condición que, en cualquier caso, nos impediría implementar la categoría para dar cuenta de un conjunto de novelas que establece sus mojones históricos en los años 1896 y 2014. No obstante, por más que creamos ilusoria la entidad sociocultural de lo antioqueño, su realidad como categoría discursiva en oposición a lo indio –lo que realmente nos interesa– nos merecerá un comentario en el capítulo de conclusión de este libro.
Una aclaración final tiene que ver con la manera como nos referimos a las novelas que estudiamos. Como ya sabe el lector, cuando no invocamos conscientemente las categorías implementadas por los críticos reseñados, preferimos hablar de novela de tema indígena o nti. Con esta expresión, que encontramos más objetiva –o, si se quiere, más neutral–, queremos declarar la intención de acercarnos inductivamente a un objeto de estudio al que, quizá, hace falta mirar con naturalidad; o, para decirlo con mayor exactitud, se trata de un objeto que, para comentarlo con pretensión de novedad, es necesario abordarlo por fuera de las categorías críticas ya conocidas. Como quiera que sea, debe quedar claro que no pretendemos cuestionar esas categorías, toda vez que su establecimiento y aplicación han permitido dilucidar los factores que conforman y dinamizan la corriente de la literatura sobre el indio en América Latina. Pero, asimismo, es necesario reconocer que, amén de su utilidad, las categorías clasificatorias del subgénero no aparecen de modo uniforme en el discurso crítico: Meléndez y Archer y Wade consideran como indianistas a todas las novelas sobre indígenas, con independencia de sus contenidos exotistas o reivindicatorios; Cornejo Polar, a su vez, considera que todas las novelas son indigenistas desde que expresen la heterogeneidad que caracteriza la base sociocultural de su producción, y Escajadillo y Rodríguez-Luis proponen