El liberalismo herido. José María Lassalle

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El liberalismo herido - José María Lassalle


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anticuado y manido, que ha perdido capacidad para innovar y evolucionar críticamente. Por eso es urgente afrontar una labor de desescombro previo que nos permita identificar dónde está el perímetro fundacional y qué podemos salvar de él para abordar su resignificación actualizada.

      Como decíamos más arriba, el programa liberal se pensó como una acción de conquista del poder para proteger a la libertad frente al miedo que acompañó a los inicios de la Modernidad. Esto sucedió en medio de las guerras religiosas, la intolerancia y el riesgo de opresión que pesaba sobre los disidentes de un poder que quería convertirse en ilimitado para solucionar las incertidumbres que dislocaban la estabilidad social de la Europa posterior a la guerra de los Treinta Años. Como entonces, hoy asistimos otra vez al riesgo de que triunfe una solución política que lleve a la gente a aceptar un statu quo de servidumbre a cambio de una cobertura de seguridad y orden para todos. Una supuesta posibilidad que es real de la mano de un autoritarismo populista que ofrece un discurso posmoderno que ensambla neoliberalismo y neofascismo. De este modo se proyecta ante la sociedad como un retorno de lo reprimido, en palabras de Zizeck, asegurando que habrá prosperidad si se evita el desgobierno que provocan la incompetencia e ineficacia de una democracia liberal que nos aboca, con sus disfuncionalidades, al caos2.

      Es imprescindible, por tanto, afrontar una arqueología ideológica que nos ayude a retirar los escombros causados por los seísmos del siglo antiliberal que padecemos. El objetivo es localizar dónde están los fundamentos liberales. Un propósito que guía el convencimiento de que siguen siendo potencialmente actuales. Para ello habrá que identificar el núcleo fundacional del liberalismo y después actualizarlo, si queremos oponerlo a un enemigo que utiliza el miedo mediante una hibridación ideológica que, como hace Trump, invoca el neoliberalismo libertario para reclamar una defensa autoritaria del mismo.

      Esta tarea de desescombro nos obliga a situarnos en Inglaterra y Holanda en las últimas décadas del siglo XVII. Un momento histórico turbulento marcado por los ecos de los conflictos religiosos que descuadernaron ambos países. El liberalismo nació entonces como una respuesta política que protagonizaron las clases medias disidentes y heterodoxas para frenar el miedo que se utilizaba como herramienta de legitimación de un absolutismo que quería imponer su voluntad.

      Para restaurar el orden y la autoridad perdida en Inglaterra, los Estuardo ensayaron un proyecto autoritario que se inspiraba en Hobbes. Intentaron establecer un Leviatán absoluto en el que se mezclara el poder irresistible del rey con la hegemonía religiosa de la Iglesia anglicana que aquel encabezaba. Esto solo podía conseguirse si sometía al Parlamento que controlaba entonces una oposición puritana que agrupaba a los diferentes grupos disidentes alrededor del partido whig. La estrategia de resistencia frente al rey que urdieron los whigs fue el origen del liberalismo inglés. Adoptó la forma de una narrativa que cavó trincheras institucionales alrededor de la propiedad y con las que trató de proteger la complejidad religiosa que la reforma protestante había favorecido, así como la prosperidad comercial y agraria que impulsaron las clases medias calvinistas. Hablamos, por tanto, de una ideología que desplegó una lógica de resistencia frente al miedo que proyectaba el absolutismo de los Estuardo y los apoyos políticos que se organizaban alrededor de los tories. Pero fue una lógica que no se quedó en la trinchera, sino que pasó al contraataque. Se proyectó en 1688 como una fuerza activa que conquistó el poder para reorganizarlo. Destronó al rey, arrinconó a sus partidarios y refundó la monarquía con un soberano que trajo del extranjero. Limitó la corona y la sometió al Parlamento, iniciando la senda que condujo a una democracia liberal.

      En Holanda las cosas fueron distintas. Se vivió un proceso de construcción de la democracia liberal rodeado de conflictos y tensiones, antes y después de su independencia. Coincidió inicialmente con la lucha de ochenta años que libró con España y que, tras reconocerse la soberanía de las siete Provincias Unidas en 1648, se enfrentó al reto de consolidarse internamente dentro de un escenario de revueltas, polarizaciones y desafíos involutivos que recuerdan la coyuntura actual por la que atraviesa la democracia liberal en Occidente. Lo veremos más adelante con detalle, cuando estudiemos las ideas políticas de Spinoza como una oportunidad para abordar el propósito de impulsar una reconexión del liberalismo con nuestro presente.

      Baste señalar ahora que los Países Bajos fundaron en el siglo XVII una democracia liberal que trató de establecerse y consolidarse utilizando la tolerancia como seña de identidad, mientras combatía a poderosos enemigos, dentro y fuera de sus fronteras. Fuera estaban España y Francia, que quisieron abortar su independencia. Dentro, la Casa de Orange, que desarrolló un cesarismo populista que combatió la joven democracia para establecer una monarquía con un príncipe de esa dinastía en el trono. Como en Inglaterra, la defensa de la democracia holandesa estaba en manos de un partido que agrupaba a los numerosos disidentes del país y que lideraban Johan y Cornelius De Witt. Pero a diferencia de su competidora naval y comercial, donde los whigs eran oposición y luchaban por tomar el poder, en Holanda los liberales gobernaban y desarrollaban políticas que favorecían desde las instituciones la libertad y la tolerancia. Convertida en el santuario europeo de ambas, acogió a los heterodoxos de toda Europa, entre otros a Locke. La República de las Provincias Unidas vivió una efervescencia humanista tan vigorosa que favoreció, según Jonathan Israel, la aparición de una Ilustración radical que acabó influyendo sobre todo el continente3.

      Estas experiencias políticas de resistencia proactiva que tuvieron lugar en Inglaterra y los Países Bajos fueron el soporte de la cosmovisión liberal que ahora vivimos en retirada frente al auge populista. Hablamos, por tanto, de un esfuerzo de inteligencias individuales que movilizaron partidistamente a los whigs ingleses y a los republicanos holandeses. Lo hicieron en torno a sendos programas políticos que cobraron forma en un cuerpo de ideas revolucionarias que contribuyó a fundar el mundo moderno sobre bases de justicia, democracia, valores seculares y universalidad.

      Este esfuerzo fue el liberalismo. Surgió como una serie de acciones colectivas basadas en la cooperación de iniciativas individuales que estaban al servicio de la construcción de una democracia. Fue pensado básicamente por dos intelectuales nacidos en 1632: John Locke y Baruch Spinoza. El primero, inglés y de orígenes calvinistas. El segundo, holandés y de procedencia sefardí, aunque excomulgado por la comunidad judía a la que pertenecía. Locke abandonó la universidad de Oxford para hacerse político y asesorar a Lord Shaftesbury, el líder de los whigs y promotor de la lucha parlamentaria contra los Estuardo. Spinoza dejó los negocios familiares para moverse dentro de una disidencia que hizo que se dedicara al pulido de lentes y a escribir a favor de la causa de la democracia holandesa que impulsaba Johan De Witt como jefe de gobierno o Gran Pensionario (Raadpensionaris) y su partido republicano.

      Locke registró su legado en tres libros que condensan su proyecto liberal: el El ensayo sobre el entendimiento humano (1689); Los Dos tratados sobre el gobierno civil (1689) y la Epístola sobre la tolerancia (1690). Spinoza fraguó el suyo en otros tres: Tratado teológico-político (1670), Ética (1661-1675) y Tratado político (1675). De los dos pensadores, Locke fue quién logró éxito y fama política. Se convirtió en el pensador de la Revolución Gloriosa de 1688, mientras que Spinoza quedó oculto, tras su temprana muerte, en el papel de filósofo de extraordinaria relevancia intelectual pero escasa proyección política. De hecho, la fertilidad de sus ideas alimentó el genio de otros que vinieron después sin que su contribución quedara explicitada nítidamente.

      Se atribuye a Locke casi en exclusiva la autoría promocional del liberalismo por la preponderancia política y económica que acompañó la historia del Reino Unido a lo largo del siglo XVIII. A ella contribuyó el autor inglés al consolidar con sus ideas el diseño constitucional de la monarquía británica sobre una concepción de la propiedad con una fuerte raigambre humanista. Componente moral que daba una dimensión ética al capitalismo, tal y como luego analizaría Max Weber4. Algo que se contraponía claramente —desde sus orígenes— al diseño neoliberal que luego favorecieron los librecambistas y sus herederos de la Escuela de Chicago. En cualquier caso, después de varios intentos frustrados de conspiración y un exilio en Holanda, las ideas promovidas por Locke y el partido whig que lideraba intelectualmente, se convirtieron en un programa de reforma política que materializó la Bill


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