El alma de los muertos. Alfonso Hernandez-Cata
Читать онлайн книгу.adoptar varias decisiones que cambiarán profundamente su actitud. Por de pronto, deja de escribir al ritmo que solía ser su manera natural. En los nuevos cuentos escritos en estos últimos cinco años se advierte un cambio de estilo y quizás una búsqueda de nuevas formas. Por otra parte, su trabajo diplomático le absorbe y se vuelca en crear instituciones oficiales que promuevan lazos estrechos de colaboración e intercambio cultural entre su país, Cuba, y los nuevos países en los que es destinado, con el deseo de establecer redes de comunicación entre los distintos estados hispanoamericanos. Así, como resultado del desarrollo de su labor diplomática, en octubre de 1937 se funda el Instituto Chileno-Cubano de Cultura en la Universidad de Santiago de Chile a iniciativa de la Comisión Chilena de Cooperación Intelectual, con el apoyo de la embajada de Cuba; de igual manera, en el mes de abril de 1940 se crea el Instituto Cubano-Brasileño en La Habana, con el fin de promover el intercambio cultural, literario, artístico y científico, y en mayo de este mismo año nace el Instituto Brasileño-Cubano, instalado en el palacio de Itamaraty, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, en Río de Janeiro.
El 8 de noviembre de 1940, Alfonso Hernández-Catá toma el avión en Río de Janeiro con destino a la ciudad de São Paulo, donde tiene previsto pronunciar unas conferencias. Pero el destino de nuestro protagonista ya estaba escrito:
Noticias de la Agencia EFE:
Río de Janeiro, 8. 6 tarde. Diecinueve personas han resultado muertas a consecuencia del choque en el aire entre un avión de transporte del servicio Río a San Pablo y un aparato particular argentino. Uno de los aviones cayó en el mar y el otro sobre la calle. La colisión de los dos aparatos se produjo precisamente sobre el Palacio Presidencial.
Río de Janeiro, 8. 8 noche. Entre los muertos figura el ministro de Cuba, don Alfonso Hernández-Catá (exembajador en Madrid).[6]
El príncipe de los cuentos
Alfonso Hernández-Catá es un literato fuertemente influido en sus inicios por el movimiento modernista europeo, con especial relevancia de la vertiente francesa, influjo al que añadirá el toque de rebeldía y de libertad propio de la bohemia literaria, en este caso madrileña. El que fuera el gran cronista de la vida bohemia de estos años, Emilio Carrere, en fecha tan avanzada como la de 1912, cuando los bohemios ya estaban condenados a ser considerados unos seres anacrónicos y un tanto despreciables, continuaba defendiendo ese espíritu inicial revolucionario que prendió con fuerza en toda una juventud que apenas supo salvarse de ser devorada por la miseria y la pobreza:
Han visto en la bohemia solo el harapo, la greña, el sablazo. Y la bohemia es, en esencia, un magnífico gesto de independencia espiritual. Lo otro es lo secundario, el traje, el parasitismo.[7]
Porque la cruda realidad es que, en poco tiempo, el ambiente bohemio fue tragándose a sus víctimas y solo pudieron librarse de este exterminio los que, por cuestión del azar, del dinero o de sus aptitudes literarias, supieron evolucionar y salir del estrecho molde del modernismo anacrónico teñido de una bohemia mugrienta, logrando alcanzar un grado de distinción en sus rasgos literarios. Muchos de los que lo consiguieron no dejaron que ser crueles con el recuerdo de esos tiempos pasados tan llenos de contemporáneos abandonados a su suerte y desaparecidos:
El modernismo, como escuela de preparación, como periodo de transición, caótico, duró poco y murió envuelto en sus propias extravagancias. Los que no supieron evolucionar quedaron envueltos en una sombra lejana, y apenas nos recordamos de ellos alguna vez. Creo firmemente que con nuestra generación morirá el ya decaído prestigio de la bohemia y que nuestros hijos se reirán del poeta hambriento, que rechazaba la credencial por no transigir con el prosaísmo de la burocracia.[8]
Nuestro protagonista no será uno de estos seres engullidos por la bohemia. Por el contrario, quizás debido a su espíritu optimista, a su simpatía y posiblemente a su buena fortuna, será de los que irá moviéndose ágilmente entre los variados vericuetos de la vida literaria consiguiendo conquistar un lugar en el que poder desarrollar tranquilamente sus talentos y sus inquietudes. El mencionado Emilio Carrere le hace un ajustado retrato en el que se reflejan las numerosas cualidades de las que se vale para sobrevivir:
Este joven Hernández-Catá ofrece personalmente un gran interés: su vida varia, emocionante, de prodigiosos saltos de funámbula de un plano a otro, de España a América, de la libertad atrabiliaria de la bohemia matritense al empingorotamiento diplomático en la joven república cubana.
Y Catá ha saltado funambulescamente con la misma sonrisa, sin la menor extrañeza, como un hombre de todos los países y de todos los ambientes.[9]
Quizás sea esa cualidad la que llega a distinguir a nuestro protagonista: la de ser un hombre de mundo acostumbrado a moverse con soltura en todos los ambientes. Sus años pasados en Europa ejerciendo destinos de escasa importancia diplomática le han servido para ir engrandeciendo la educación de su persona: esa «libre universidad de la vida» donde tanto se aprende y de la que todo se aprovecha.
Y qué duda cabe, no se puede olvidar su enorme capacidad de trabajo y su poderosa facilidad para la creación literaria. La producción de Alfonso Hernández-Catá es asombrosamente extensa y variada, rica en temas y deslumbrante en cuanto a estilo propio. Nuestro autor cultivó mayormente el género del relato corto, el cuento, en el que llegó a ser un maestro —no en vano, fue llamado «El príncipe de los cuentos» por el escritor, crítico e historiador de la literatura española Federico Sainz de Robles—; fue, asimismo, uno de los autores más prolíficos de la conocida como generación de escritores de La Novela Corta, publicación especializada en este difícil género, y también, aunque en menor medida, se ejercitó en la novela.
Junto con su amigo Alberto Insúa escribió numerosas obras de teatro que gozaron de buen éxito entre el público y que formaron parte del repertorio de las compañías de los grandes actores del momento, como pudo ser el caso repetido de su colaboración con figuras como Margarita Xirgu, quien estrenaría varias de sus obras. Estos años, con su etapa más exitosa y culminante situada en la década de los años veinte, les dieron, tanto a Insúa como a Hernández-Catá, una tranquilidad económica que pudo despertar la sonrisa maliciosa de algún viejo compañero de correrías, también liberado de las lejanas ataduras de la bohemia juvenil, quien, al asistir al estreno de una obra de su antiguo amigo, no dejará de evocar los tiempos pasados enfrentándolos con los tiempos presentes. La ironía del retrato le corresponde a Wenceslao Fernández Flórez:
Todo esto, que evoco mientras asisto, al lado de Catá, al estreno de su comedia, ¡parece ya tan remoto! He aquí a Alberto Insúa, novelista afamado ya; y a Paco Camba, en plena madurez de su talento sutil; y a este Catá, un poco gordo, con su bastón forrado de cuero...
Forrado de cuero... Si en aquellos años le dijesen que usaría un bastón forrado de cuero, Hernández-Catá se hubiera batido.[10]
¡Cosas y circunstancias de la vida! Autor teatral de obras dramáticas del gusto del público burgués español, mientras sigue escribiendo sobre las pasiones humanas o sigue denunciando las desigualdades sociales. Porque de todo esto, y mucho más, hay en la producción de Hernández-Catá.
Y de pronto, toda la producción literaria parece que se detiene ante el deslumbramiento del continente americano. Hernández-Catá apenas escribe y apenas publica; el trabajo diplomático desarrollado en esos últimos años de su vida le absorbe totalmente, aunque se deja ver, en lo que raramente publica, un cambio o una búsqueda de nuevos caminos y de una fórmula distinta a la hora de encararse con la escritura. «Casa de novela», el último cuento de la primera sección de esta antología, puede ser un buen ejemplo de lo que Hernández-Catá comienza a querer experimentar, una nueva forma de expresión literaria, una nueva manera de relatar un cuento.
Pero parece que el camino emprendido es más hondo y profundo de lo imaginado. En una carta remitida al ensayista e historiador de la literatura cubano Félix Lizaso el 5 de mayo de 1938 desde Río de Janeiro, Alfonso Hernández-Catá realiza una confesión conmovedora:
Quiero ensayar a rehacer mi concepción, mi visión de la vida; América me tiene turbado, enamorado. Y ojalá que en los años que me quedan pueda