El alma de los muertos. Alfonso Hernandez-Cata

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El alma de los muertos - Alfonso Hernandez-Cata


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fatalidad del destino dejó interrumpido ese último deseo de nuestro autor, pero, por encima de lo que aspiraba a expresar en estos años de descubrimiento gozoso del continente americano y de profundización en su esencia de americano, es indudable la calidad extrema que se desprendió siempre de su prosa.

      Hay, en la prosa de Hernández-Catá, una exaltación magnífica y una armonía sinfónica como de voz de mar. Recuérdese que sus sentidos se pusieron en contacto con el mundo en una isla. [...] Lo que en Unamuno era metafísica, dogma, horror ante el ser desintegrado, fue, en Hernández-Catá, aventura intensa. Pero aventura humana, de arcilla y de ensueño indivisibles. Y su pesimismo, que provenía de la «carne triste», calificada por Mallarmé, apesadumbró en él, con frecuencia, la luz deslumbrante de su tierra, transmutándola en esa atmósfera, triste y nubosa, propia de los nórdicos Knut Hamsun y Strindberg. De ahí que casi todos sus entes de ficción puedan decir con Hebbel: «Somos tan pequeños como nuestra alegría, pero tan grandes como nuestro dolor».[12]

      Nuestra edición

      Toda selección o antología sobre la obra de un autor cualquiera, o de un escritor, como en el caso que nos ocupa, suele ser considerada un resumen que aspira a mostrar lo mejor o lo más representativo de su trabajo según la opinión del encargado de hacer esta criba. Lo cual viene a decir que cualquier selección o antología será siempre un resultado condicionado por la visión que se quiera mostrar o por el interés que se tenga en resaltar determinados aspectos que el antólogo considere imprescindibles para mejor retratar la figura de la que se ocupa.

      Estas cuestiones, con ser obvias, no dejan de presentarse y poner ciertas trabas o dificultades a la hora de enfrentarse a la tarea; es decir, a la hora de buscar y rebuscar, de dudar y preguntarse, como sucedió con este compendio, si la selección realizada tendrá o no el resultado deseado. Toda antología de la obra de un escritor, y más cuando se trata de un autor tan prolífico y tan diverso como lo fue Alfonso Hernández-Catá, supone un reto que no deja de tener visos de aventura: en este caso, adentrarse en el mundo literario inte­rior de un excelente narrador de las pasiones, de los sentimientos más nobles y de las flaquezas y de las miserias a las que puede llegar el frágil ser humano. Un mundo tremendamente doloroso y cruel en el que el protagonista se debate en continua lucha contra un destino inexorable.

      La presente antología se ha ido agrupando en bloques que permitan dar un ejemplo, a veces amplio, a veces más selecto, de las diferentes preocupaciones temáticas o de las diversas expresiones literarias de las que se valió Hernández-Catá para verter su pensamiento y su obra.

      Si nos referimos al primer bloque, en el que se han reunido cuentos de varias temáticas —organizados precisamente al hilo de los argumentos que tratan—, podríamos ir detallando los distintos géneros que el autor gustó de cultivar y que abarcan un amplio espectro de influencias literarias y de preocupaciones constantes. Hernández-Catá fue un lector inquieto, de gustos amplios, y así, en este capítulo inicial de cuentos, se advierte la huella de un mundo literario que incluye a grandes escritores como Guy de Maupassant, Edgar Allan Poe, H. G. Wells, Joseph Conrad, Rudyard Kipling, Oscar Wilde o Gabriele D’Annunzio. Se podrá decir que en este ilustre listado se perciben los gustos de toda una época, la del propio Hernández-Catá, pero no se podrá negar la sabia utilización que hizo el escritor de todas estas lecturas e influencias para levantar un estilo y un entramado narrativo de enorme personalidad.

      Pero, si consideramos las más claras influencias literarias que pueden identificarse en Hernández-Catá, no hay que olvidar la profunda afinidad que sentía hacia su admirado Benito Pérez Galdós y el peso que este ejercería sobre su persona y sobre su obra, como quedará reflejado en ese mundo de personajes débiles, frágiles y desamparados, tremendamente humanos, que malviven entre estrecheces intentando enfrentarse a las dificultades de una vida inhóspita e insolidaria. El engaño, la muerte, la locura y la desesperación serán las constantes compañeras de estos seres esencialmente buenos, que llevan una existencia casi fantasmal entre sus semejantes.

      Por otro lado, el espíritu de la aventura y el temor al oscuro y desconocido Oriente serán otras de las constantes en el mundo literario de Hernández-Catá, así como el relato de esos atormentados marineros, tan conradianos, cuyo destino estará marcado inexorablemente por el insistente recuerdo, durante las largas travesías marítimas, de los errores cometidos en el pasado y de las terribles pesadillas que no logran borrar de sus mentes.

      La violencia y el horror desatados por la Primera Guerra Mundial llevarán a nuestro autor a mantener una actitud beligerante ante la catástrofe que asola Europa y a desarrollar un fuerte espíritu pacifista que se reflejará en sus despiadados cuentos y en las novelas cortas ambientadas en el frente europeo. Actitud esta, de combativo pacifismo, que contrastará con la visión romántica y noble de los cuentos contextualizados en la guerra de Cuba, en los que relata los enfrentamientos entre soldados españoles y mambises cubanos. En este territorio querido de su Cuba natal, la crueldad de la guerra quedará arrinconada, en un segundo plano, ante el protagonismo de la actitud limpia y noble de los contendientes.

      En esta antología se ha querido seleccionar una de las piezas literarias que consideramos más hermosas de la producción de Hernández-Catá: el bestiario que, con el nombre de «Egolatría», recogió en su libro La casa de fieras, de 1922, dedicado «a nuestros compañeros en tierra, mar y aire», es decir, a los animales. Por encima de Esopo, de La Fontaine, de Jules Renard o de Rudyard Kipling, cuyos ejemplos conoce y admira, Hernández-Catá quiere dejar constancia de que su bestiario debe alinearse con los escritos por poetas como Guillaume Apollinaire, Leopoldo Lugones, José Juan Tablada y José Moreno Villa. Una precisión que coloca al bestiario de Hernández-Catá en la compañía poética precisa en la que leerlo y apreciarlo, porque nuestro autor también gustó de escribir poesía, como se demuestra en el brevísimo ejemplo de los cinco haikus elegidos en la tercera sección de este volumen, cuyo título, El alma de los muertos, hemos tomado de uno de sus versos.

      Si Hernández-Catá fue poeta, dramaturgo, novelista y excelente narrador de cuentos, no se podía tampoco dejar de lado en esta selección su larga y magnífica faceta de periodista. Las crónicas, reseñas y relatos publicados en la prensa española y cubana dan una muestra más de la extraordinaria calidad de su prosa. La selección efectuada en este libro, titulada «Semblanzas», viene a ser un nuevo testimonio de sus gustos literarios y sus afinidades.

      Una amistosa carta manuscrita remitida a Gabriela Mistral por nuestro autor cuando está recién llegado a Santiago de Chile como ministro de Cuba y la despedida que la misma poeta chilena le dedica en sus honras fúnebres, celebradas en Río de Janeiro en 1940, son el perfecto cierre para este libro. Las emotivas palabras de Gabriela Mistral, que constituyen un fiel retrato del personaje en su doble faceta de literato y diplomático, son el mejor colofón posible a este intento de compendio de la voluminosa obra de un escritor poco recordado en España. Comience el lector la aventura de leerlo...

      PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS

      I. CUENTOS

      «Cuento de lobos»: publicado en La Esfera, Madrid, 26 de abril de 1924; recogido en Alfonso Hernández-Catá, Piedras preciosas, Madrid, Mundo Latino, 1927; en Alfonso Hernández-Catá, Sus mejores cuentos (selección y prólogo de Eduardo Barrios), Santiago de Chile, Editorial Nascimento, 1936. (Se reproduce el texto recogido en Piedras preciosas.)

      «La mala vecina»: publicado en Blanco y Negro, Madrid, 23 de julio de 1916; en La Esfera, Madrid, 2 de febrero de 1924, con el título «La Siempreviva»; en La Esfera, Madrid, 21 de enero de 1928; recogido en Alfonso Hernández-Catá, Los siete pecados, Madrid, CIAP / Renacimiento, 1930; en Alfonso Hernández-Catá, Sus mejores cuentos (selección de Eduardo Barrios), Santiago de Chile, Editorial Nascimento, 1936. (Se reproduce el texto publicado en La Esfera en 1928.)

      «El crimen de Julián Ensor»: recogido en Alfonso Hernández-Catá, Novela erótica, Madrid, M. Pérez Villavicencio, 1909; publicado en La Semana. Revista Popular, Madrid, 3 de junio de 1916; en La Esfera, Madrid, 11 de agosto de 1928, con el título «El arma del deseo». (Se reproduce el texto publicado en La Esfera, manteniendo el título del primero.)

      «La hermana»:


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