Atrapada al atardecer. C. C. Hunter

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Atrapada al atardecer - C. C. Hunter


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Kylie, incapaz de apartar la mirada del espíritu, que observaba a la pareja de ancianos con perplejidad.

      Al fijarse de nuevo en el rostro del espíritu, Kylie se dio cuenta de que era la misma mujer que había visto antes aquel día. Por supuesto, los puntos de sutura y la cabeza afeitada eran una pista. Pero ¿de qué?

      El espíritu miró a Kylie.

      —Estoy tan confusa.

      Yo también, pensó Kylie, sin estar segura de si ese espíritu era capaz de leerle la mente como hacían otros.

      —Hay mucha gente que quiere que te diga algo.

      —¿Quién? —Se mordió el labio al darse cuenta de que había pronunciado la palabra en voz alta. ¿Daniel? ¿Nana? ¿Qué quieren que me digas?

      La mirada del espíritu se encontró con la de Kylie como si la entendiera.

      —Alguien vive. Alguien muere.

      Más rompecabezas, pensó Kylie, y apartó la mirada del fantasma. Vio como Holiday, que percibía al espíritu, miraba a su alrededor. La señora Brighten elevó la mirada al techo como si buscase una salida de aire acondicionado a la que culpar del frío. Afortunadamente, el espíritu se desvaneció y se llevó el frío consigo.

      Mientras trataba de alejar al fantasma de su mente, Kylie volvió a centrarse en los Brighten. Su mirada se posó en la mata de cabello gris del anciano. Su piel pálida le decía que había sido pelirrojo de joven.

      Por algún motivo, Kylie se vio obligada a mover las cejas y comprobar los patrones mentales de la pareja. Era un pequeño truco que había descubierto recientemente, y que permitía a los seres sobrenaturales reconocerse entre sí e identificar a los humanos. Los Brighten eran humanos.

      Normales y, seguramente, personas decentes. Entonces, ¿por qué Kylie estaba tan nerviosa?

      Estudió a la pareja mientras ellos la estudiaban a ella. Esperó a que le dijese lo mucho que se parecía a Daniel, pero ese comentario nunca llegó.

      En su lugar, la señora Brighten dijo:

      —Estamos muy emocionados de poder conocerte.

      —Yo también —dijo Kylie. Y muerta de miedo. Se sentó al lado de Holiday, enfrente de los Brighten. Buscó la mano de Holiday bajo la mesa y le dio un apretón. El contacto con la directora del campamento le transmitió tranquilidad.

      —¿Me pueden hablar de mi padre? —preguntó Kylie.

      —Por supuesto. —La expresión de la señora Brighten se suavizó—. Era un niño muy carismático. Popular, inteligente y extrovertido.

      Kylie apoyó su mano libre sobre la mesa.

      —Entonces no es como yo. —Se mordió el labio. No había querido decirlo en voz alta.

      La señora Brighten frunció el ceño.

      —Yo no diría eso. Tu directora del campamento nos estaba contando justo ahora lo maravillosa que eres. —Se inclinó sobre la mesa para dejar descansar su mano cálida sobre la de Kylie—. No me puedo creer que tengamos una nieta.

      Había algo en el tacto de la mujer que agitó a Kylie. No era solo el calor que emanaba de la piel de la mujer, sino la delgadez, el débil temblor de sus dedos, esos huesos que el tiempo y la artritis habían alterado. Kylie se acordó de Nana, de cómo el suave tacto de su abuela se había vuelto más frágil antes de morir. Sin previo aviso, la pena le inundó el pecho. Pena por Nana, e incluso puede que una advertencia de lo que sentiría por los padres de Daniel cuando les llegara la hora. Teniendo en cuenta su edad, ese momento no tardaría en llegar.

      —¿Cuándo supiste que Daniel era tu padre? —La mano de la señora Brighten seguía sobre la muñeca de Kylie. Era reconfortante de un modo extraño.

      —Hace poco —dijo, sobreponiéndose a la emoción—. Mis padres se están divorciando y, de alguna manera, la verdad salió a la luz. —Eso no era del todo mentira.

      —¿Un divorcio? ¡Pobre niña!

      El anciano asintió. Kylie se dio cuenta de que tenía los ojos azules, como su padre y ella.

      —Nos alegra que hayas decidido conocernos —dijo el señor Brighten.

      —Estamos tan contentos… —La voz de la señora Brighten se quebró—. Nunca hemos dejado de echar de menos a nuestro hijo. Murió tan joven… —Una silenciosa sensación de pérdida, de tristeza compartida, invadió la estancia.

      Kylie se mordió la lengua para no decirles lo mucho que ella también había llegado a querer a Daniel. Para no decirles cuánto les había querido él. Había tantas cosas que quería decirles y preguntarles, pero no podía hacerlo.

      —Hemos traído fotografías —añadió la señora Brighten.

      —¿De mi padre? —Kylie se inclinó sobre la mesa.

      La señora Brighten asintió y se removió en su silla. Con sus viejas manos, sacó un sobre marrón de su gran bolso de señora mayor blanco. El corazón de Kylie se aceleró ante la perspectiva de ver las fotos de su padre. ¿Se había parecido a ella de joven?

      La anciana le acercó el sobre a Kylie, y ella lo abrió tan rápido como pudo.

      Se le hizo un nudo en la garganta cuando vio la primera fotografía: un joven Daniel, de unos seis años, sin las paletas. Recordó las fotos de su propia infancia desdentada; el parecido era asombroso.

      Las fotos la llevaron a través de la vida de Daniel: desde el adolescente de pelo largo y vaqueros rotos hasta el adulto. En la foto en la que aparecía ya como adulto estaba con un grupo de personas. El nudo en la garganta de Kylie se tensó todavía más cuando se dio cuenta de quién estaba de pie junto a él. Su madre.

      Levantó la mirada bruscamente.

      —Esa es mi madre.

      La señora Brighten asintió y contestó:

      —Sí. Lo sabemos.

      —¿De verdad? —preguntó Kylie, confusa—. Pensaba que nunca habían llegado a conocerla.

      —Lo sospechábamos —intervino el señor Brighten—. Después de saber de ti, supusimos que tu madre era la mujer de la foto.

      —Oh. —Kylie bajó de nuevo la mirada hacia las imágenes y se preguntó cómo podrían haber sacado esa conclusión de una única foto. Aunque tampoco es que importase—. ¿Puedo quedármelas?

      —Claro que sí —contestó la señora Brighten—. He hecho copias. Daniel habría querido que tú las tuvieras.

      Sí, lo habría querido. Kylie lo llamó para que se materializase, como si tuviera algo importante que decirle.

      —Mi madre lo quería —agregó Kylie al recordar las preocupaciones de su madre sobre el posible resentimiento de los Brighten por no haberlos buscado antes. No parecían albergar ningún sentimiento de esa clase.

      —Estoy segura de ello —La señora Brighten se inclinó y rozó la mano de Kylie otra vez. Al entrar en contacto con su piel, sintió calidez y verdadera emoción. Era… era casi mágico.

      El timbre del teléfono de Kylie hizo trizas aquel silencio frágil. Ignoró el mensaje de texto, se sentía casi hechizada por los ojos de la señora Brighten. Entonces, por razones que Kylie no fue capaz de entender, su corazón se abrió.

      Quizá sí quería que la amasen. Quizá ella también quería amarlos. No importaba el poco tiempo que les quedase. O que no fuesen sus abuelos biológicos. Habían amado a su padre y lo habían perdido. Lo único que podían hacer era amarse los unos a los otros.

      ¿Era eso lo que Daniel había tratado de decirle? Kylie miró una vez más las fotografías y después las introdujo de nuevo en el sobre; sabía que más tarde pasaría horas estudiándolas con atención.

      El


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