Atrapada al atardecer. C. C. Hunter

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Atrapada al atardecer - C. C. Hunter


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El águila continuó elevándose, agitando las alas con fuerza en el aire.

      Se quedó en medio del camino y observó al enorme pájaro volar lejos con su presa. Al mirar de nuevo a sus pies, vio las marcas polvorientas en el sendero donde la serpiente había luchado por su vida y había perdido. Además de esas marcas, un par de pisadas destacaban en el suelo. Sus pisadas. Si el águila no hubiera atacado, ¿habría visto a la serpiente? ¿O correría en ese momento el veneno de la serpiente de cascabel por sus venas?

      ¿Había sido solo un golpe de suerte o significaba algo? Estuvo tentada de dar la vuelta e ir en busca de Holiday, pero la lógica intervino. Estaba en el bosque de Texas Hill Country. Su padre —padrastro— la había advertido muchas veces sobre las serpientes.

      Convencida de que solo había sido un momento desagradable que le había hecho experimentar la naturaleza en su versión más terrible, dio otro paso adelante. Sin embargo, echó un vistazo más hacia arriba: el águila, con la serpiente todavía apresada entre sus garras, daba vueltas sobre su cabeza. Miró al águila sin pestañear y, por extraño que pudiera parecer, habría jurado que el águila le devolvió la mirada.

      Se quedó quieta, protegiéndose los ojos del sol con la mano, y la observó hasta que se convirtió en una mancha oscura que se fundía con el inmenso cielo azul. Pensó que debería estar agradecida al águila, pero la mirada helada del ave destelló en su mente, y un escalofrío le recorrió la espalda.

      Acababa de reanudar el camino a su cabaña cuando su mirada se encontró con otro par de ojos helados. Fredericka. Kylie recordaba lo enfadada que estaba Fredericka cuando los había descubierto a ella y a Lucas detrás de la oficina. Aunque no es que estuvieran haciendo nada, salvo mirar fotografías de Daniel y charlar.

      —¿Qué se siente al ser un juguete? —La voz de Fredericka sonó tensa y colérica, la clase de cólera que podría hacer que sacase las garras. Y el tono anaranjado que tenían los ojos oscuros de la chica confirmó que las garras eran definitivamente una opción.

      Kylie respiró con profundidad y recordó que no debía mostrar ningún miedo.

      —No te pega nada estar celosa.

      —No estoy celosa. —Fredericka sonrió con satisfacción—. Sobre todo ahora.

      ¿Por qué ahora?, quería preguntar Kylie, pero preguntar hubiera implicado dar la razón a esa matona, y no quería hacerlo. En su lugar, comenzó a alejarse, se dijo a sí misma que se olvidara de Fredericka, que ya tenía otros problemas que resolver en ese momento. Kylie sacó el teléfono para ver si Derek le había devuelto la llamada para hablar sobre el detective. No lo había hecho.

      —El linaje de Lucas es puro, y él es consciente de su valor —soltó Fredericka, que estaba detrás de Kylie—. Sus mayores también lo valoran. Lo han dejado claro. Teniendo eso en cuenta, cuando le llegue el momento de encontrar a su verdadera compañera, no va a ensuciar su linaje con alguien como tú.

      Menuda idiotez, se dijo Kylie, sin detenerse. Fredericka solo decía idioteces. Tenía unos abuelos o supuestos abuelos de los que preocuparse, así que no dejaría que la mujer lobo la molestara. En ese momento, el recuerdo del águila volvió a su mente. Quizá debería preocuparse de eso también.

      ***

      Menos de una hora después, sin noticias de Derek, Perry o Burnett, Kylie estaba sentada a la mesa de la cocina de su cabaña con Miranda y Della. Les había contado lo de la serpiente y sus sospechas de que el episodio era más que una casualidad.

      —Si tuviéramos intrusos, habría captado su olor —le aseguró Della.

      —Y yo habría notado si alguien estuviera utilizando la magia para cubrir sus huellas —añadió Miranda.

      —Veis, por eso os necesito, chicas —dijo Kylie—. Impedís que pierda la cabeza.

      Se reclinó en su silla, con la esperanza de que su confirmación ahuyentara todas las dudas que tenía. Pero quizá no fueran las dudas lo que la amargaban, sino todo lo demás que tenía encima.

      La mascota de Kylie, Calcetines junior —el gatito al que Miranda había convertido en una mofeta por accidente— dio un salto y se acostó en su regazo. Aunque Kylie se sentía atrapada dentro de la tormenta emocional, hacer algo tan trivial como tener aquellas conversaciones en la mesa de la cocina mientras se tomaban un refresco light le daban algo de consuelo.

      Miranda dio inicio a la conversación con su retahíla de quejidos e infortunios del fin de semana. Les contó de nuevo todo sobre el concurso de brujas, en el que había quedado segunda.

      —Estaba tan contenta por haber quedado en un puesto tan alto —dijo—. Creía que mi madre estaría feliz, pero no. —Vaciló—. Quedar segunda solo significa que eres la primera entre las perdedoras —dijo, citando a su madre. Por el tono de voz de Miranda, Kylie supo lo dolida que estaba su amiga—. Lo único que quería era impresionarla y, durante un momento, mientras estaba allí arriba, de verdad creí que iba a hacerlo, por fin. Parece que nunca podré hacer feliz a esa mujer.

      Della puso los ojos en blanco.

      —¿Por qué querrías hacerla feliz?

      —Porque es mi madre. —La respuesta de Miranda fue tan honesta que la tristeza se apoderó del corazón de Kylie. Recordó que se había sentido de una forma muy parecida respecto a su propia madre antes de que ambas firmaran la paz.

      —¡Atención! ¡Atención! Noticia de última hora —exclamó Della, agitando la mano—. Tu madre es la mayor hija de p… bruja de la que jamás he oído hablar. Al menos la actitud de mis padres se debe a que les preocupa que me haga daño a mí misma con las drogas y no porque no estén felices conmigo.

      Las lágrimas brillaron en los ojos de Miranda, cuya expresión se tensó, llena de rabia, al mirar a Della.

      Kylie notó que la tensión cargaba el ambiente.

      —Creo que lo que Della quiere decir es…

      —Lo siento —la interrumpió Della. La mirada inteligente siempre presente en la cara de Della se desvaneció y se convirtió en un ceño fruncido—. Eso ha sonado mezquino, y… lo cierto es que si mis padres supieran la verdad, seguramente preferirían que fuera una drogadicta a una vampira. —Della observó a Miranda y suspiró—. Es que todo eso me hace ponerme furiosa con tu madre, sé lo mucho que te esfuerzas para impresionarla. Y quedaste en el maldito segundo puesto, es maravilloso.

      —Gracias —murmuró Miranda. Su cólera ya se estaba disolviendo, pero tenía los ojos más húmedos.

      —¿Por qué? —Della se reclinó bruscamente en la silla, como si fuera consciente de que había mostrado el lado más tierno de su personalidad. Della rara vez mostraba esa faceta. No es que Kylie y Miranda no lo vieran. Bueno, Kylie lo vio casi desde el principio, a Miranda le llevó más tiempo ver más allá de la coraza de Della.

      Miranda se pasó la mano por la mejilla de nuevo y se incorporó en la silla.

      —Basta ya de esto, tengo otras noticias. Todd Freeman, un brujo, vino y me preguntó si podía darle mi número. Es como el tío más guay de mi antigua escuela. Al menos alguien se dio cuenta de que lo hice bien en el concurso. —Miranda sonrió ampliamente—. No es que piense que estaba interesado en mi trofeo. Lo pillé al menos tres veces mirando a mis pequeñas.

      —Idiota —exclamó Della—. Espero que lo único que le hayas dado sea una patada en el culo.

      —¡Eh! ¿No has oído lo que he dicho? Era el chico más mono de la escuela. Además, las tetas grandes son como imanes, y eso es así. ¿Por qué no iba a darle mi número?

      —Oh… no lo sé… ¿Quizá porque sigues queriendo comerle la boca a cierto cambiaformas?

      —Oh, por favor. Ya he superado lo de Perry —respondió Miranda.

      Della se pellizcó la punta de la nariz.

      —Las feromonas no mienten.


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