100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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escrutaba las aguas con inquietud, como buscando alguna cosa.

      ―¿Ha perdido algo, señorita?

      La actriz miró hacia la muchacha que tal cosa preguntaba.

      ―En efecto. Descansaba en esta roca y me ha caído una pulsera. Representa mucho para mí. Desde aquí parece que se ve.

      Era la oportunidad deseada por Jossie. Y con su natural viveza y decisión la aprovechó.

      ―Yo la atraparé.

      Hecha esta afirmación se lanzó de cabeza al agua, y desapareció en ella.

      ―¡Oh no, puede correr peligro! ―dijo la actriz.

      ―No se preocupe por Jossie. Nada como un pez.

      Jossie apareció jadeando por el esfuerzo. Sacó la mano del agua y al abrirla salieron una serie de piedrecitas.

      ―¡He fallado! Pero no se preocupe. La encontraré.

      Aspiró con fuerza y se zambulló nuevamente. Desde arriba podía vérsela nadar con soltura, rastreando el fondo. La señorita Cameron miró a Bess. Como se parecía tanto a su madre le preguntó:

      ―Usted es la hija del señor Laurence, ¿verdad? Está muy crecida ya. ¿Cómo están todos en casa?

      ―Muy bien, muchas gracias.

      ―Dígale a su papá que iré a verlos. No deseo visitas ni recepciones, pero naturalmente con ustedes debo hacer una excepción. Y la haré con muchísimo gusto.

      ―A mamá y a papá les encantará también recibirla. Y en cuanto a mi prima, se volverá loca de alegría.

      En aquel momento afloraba nuevamente Jossie. Además de unas piedras había atrapado unas algas. Las tiró con disgusto y se dispuso a continuar su labor.

      ―¡Por favor, chiquilla, déjalo! Has hecho mucho ya y temo por ti.

      ―Tengo un lema: «No renunciar nunca». He dicho que la encontraré, ¡pues la encontraré!

      ―Es una muchacha tenaz. Si en todo pone tanto empeño…

      ―Así es. ¿Y sabe usted una cosa? Está dispuesta a ser actriz. La tiene a usted como una diosa y no sosiega desde que supo que usted vivía ahí.

      ―¿De verdad? ―preguntó la actriz con complacencia―. Entonces, ¿por qué no vinieron ay visitarme? Generalmente huyo de las aspirantes a actriz. La mayoría son tan engreídas como ignorantes. Pero tratándose de ustedes…

      Jossie salió nuevamente a la superficie, esta vez con éxito. Quiso anunciarlo tan de prisa, que empezó a hablar cuando aún la cubría el agua. El resultado fue que tragó unos sorbos del líquido salado, que la hicieron resoplar como una marsopa. Recobrado el aliento, expresó su alegría ruidosamente.

      ―¡Ya está, ya está! ¡La he encontrado!

      En cuatro brazadas llegó a la orilla y subió a las rocas con presteza. Con una gentil reverencia entregó la pulsera a la señorita Cameron.

      ―Muy bien. Muchas gracias, gentil sirenita. Eres tan servicial como excelente nadadora. ¿Cómo podré pagar esta amabilidad?

      Aquellas palabras sonaron como música celestial para Jossie.

      Había imaginado tantas escenas para acercarse a la actriz soñada, había deseado con tanta intensidad que se presentase una ocasión, y ahora le preguntaban «¿Cómo podré pagar esta amabilidad?».

      Pero aunque fuese un sueño había que aprovecharlo. Por si acaso. Y para ello había que salir de aquel éxtasis.

      ―De una manera muy sencilla, señorita Cameron. Por favor, dígame que sí.

      ―Pero ¿a qué debo decir que sí?

      ―¡Ah, claro! Con la emoción… Permítame visitarla. Una vez. Una sola vez. Me gustaría que fuese usted quien me dijera si tengo aptitudes o no para la escena. Nadie mejor que usted. Lo verá en seguida. Y si me lo dice usted… yo lo creeré a ciegas. ¿Querrá usted hacerlo?

      ―¿Cómo negarlo? Me has hecho un gran favor, eres sobrinita del señor Laurie y, especialmente, eres también una incondicional admiradora que ama la escena… Son muchas virtudes, ¿no te parece? Concedido.

      ―¡Oh, gracias, gracias! ¡Qué ilusión, señorita Cameron! ¿De verdad que no sueño, Bess? ¡Pellízcame!

      ―¿Te parece bien mañana a las once? Charlaremos, me demostrarás qué es lo que puedes hacer y yo te daré mi opinión.

      ―Yo la aceptaré. Si usted me dice que no sirvo, me esforzaré en dominar este ardiente deseo. Si el veredicto es favorable, haré todos los esfuerzos para seguir adelante. No me importarán los sacrificios.

      ―Entonces, ¿hasta mañana?

      ―Hasta mañana. Hoy no dormiré de ilusión.

      Así fue. Aquella noche no pegó un ojo y al día siguiente se encontró en un estado de nervios extraordinario.

      A tío Laurie le divirtió mucho lo de la pesca de la pulsera. Tía Amy se esforzó en elegirle el mejor vestido y en prepararla para que tuviese la mejor apariencia posible.

      Cuando aún faltaba más de una hora para la entrevista, Jossie estaba totalmente preparada. Su impaciencia la tenía hecha un manojo de nervios.

      Un rato antes desapareció para volver con un bonito ramo de flores silvestres, arreglado con indudable gracia.

      Quiso ir sola.

      ―Así estaremos con mayor libertad. Bess. Reza por mí, pide a Dios que ella diga que puedo servir. ¡Tío, por favor, no te rías! Éste es un momento solemne en mi vida. ¡Oh Dios mío! ¡Qué feliz soy!

      Tía Amy la arregló cuidadosamente, le dio los últimos toques y con su esposo y Bess la despidieron, viéndola marchar con un bagaje de ilusiones.

      A medida que se acercaba a la torre de la actriz, Jossie fue recuperando su acostumbrado aplomo. Llamó con seguridad a la puerta y siguiendo a un criado entró en un saloncito.

      En la habitación había multitud de retratos de actores y actrices famosos en sus más logradas creaciones. Después de curiosear un poco, instintivamente fue copiando las actitudes de aquellos artistas distinguidos. Poco a poco se fue animando. Incluso llegó a recitar algunos fragmentos de obras, acompañando la voz con el gesto.

      Jossie estaba tan absorta que no advirtió la entrada de la señorita Cameron, la cual pudo estudiarla un momento.

      ―Bien, veamos qué nos ofrecerá nuestra sirenita.

      Jossie se sorprendió por aquel jovial saludo. Pero reaccionó bien.

      ―Me gustaría ofrecerle estas flores. Son modestas. Flores silvestres, recogidas por mí esta mañana. He pensado que una actriz tan famosa no encontrará ya placer en las flores de invernadero. Éstas son más… más ¡más auténticas!

      ―Muy delicado el gesto. Y muy acertado. Tú debes ser también quien ha recogido y dejado en la verja de mi jardín unos ramitos parecidos a éstos, que varias mañanas hemos encontrado. ¿Es cierto?

      ―Sí, señorita. No pensé tener ocasión de hablarle. Pero quería ofrecerle el testimonio de mi admiración.

      Aquella actriz, acostumbrada a toda clase de ofrendas, se conmovió ante la de aquella niña. Era un delicado y sentido homenaje. Auténtico y enternecedor.

      ―Pues sí. Me gustan las flores silvestres y en esta ocasión me gusta mucho también la persona que me las trae. Estoy tan acostumbrada a las alabanzas, insinceras y rebuscadas, que aprecio extraordinariamente los afectos puros y sinceros como el tuyo.

      En la voz de la actriz hubo un leve tono de tristeza y melancolía. Se decía de ella que se había dedicado al arte en forma total, como consecuencia de unos amores desgraciados, que la habían afectado muchísimo.

      Como


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