100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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de Amelia Merril. ¿No lo sabías? Cuando su padre se arruinó, ella se vio obligada a dejar el colegio. Pero el señor Laurence corre con todos los gastos.

      ―¿Y el profesor Bhaer? ¿A cuántos chicos da clase gratuitamente por las tardes en su casa? A muchos, no lo dudes.

      En la terraza fue reuniéndose un grupo numeroso. Cómodamente sentados en los peldaños de la escalinata, daban cuenta entre bromas de una suculenta cena fría.

      Con su habitual sinceridad, Nan dijo:

      ―Lamento de veras que estos chicos se vayan. Vamos a estar aburridísimas.

      ―Yo también. E incluso Bess, que exige que los hombres sean un modelo de elegancia, hace un momento se lamentaba de lo mismo ―contestó Daisy.

      ―Allí está hablando con Dan. ¡Hay que ver lo que ha cambiado Dan! ¿Te acuerdas que siempre nos perturbaba con sus bromas? Decíamos que acabaría siendo pirata. Ahora me parece el más guapo y distinguido de la reunión.

      ―No estoy de acuerdo, Nan ―contestó la enamorada Daisy―. A mí me gusta mucho más Nath. Encuentro muy atractivo a Dan, lo confieso, pero me cansa con su desbordante energía.

      ―Eso es precisamente lo que me encanta ―interrumpió Nan con entusiasmo―. Un hombre debe ser fuerte, tenaz, activo, enérgico, audaz y si me apuras un poco… tal vez hasta un poquitín pendenciero. Sólo a un hombre así se le puede dar el título de «rey de la creación». En cambio, fíjate en Tom…

      ―Es un buen muchacho.

      ―Sí. Lo es. Nunca lo he puesto en duda. Pero ¿qué es lo que hace? Está perdiendo el tiempo, convirtiéndose en el hazmerreír de todos. No creas que no lo siento, no. Por mi gusto, ningún chasco le daría, pero si le trato con simpatía se forja esperanzas y vuelve a la carga sin darse cuenta de la realidad. Si le rechazo, ¿qué hace entonces? Se lamenta y enfurruña, como un niño que no le dan la golosina que quiere. La vida es lucha. Y el hombre debe luchar.

      ―La mayoría de las chicas desearían un enamorado tan fiel y constante ―aseguró Daisy―. Es muy bonita esta fidelidad.

      ―Lo juzgas así porque eres una sentimental. Los hombres deben volar por su cuenta. Estoy convencida de que a Nath le irá bien. También Tom debiera hacer lo mismo en lugar de estudiar Medicina sin vocación.

      ―¿Tú crees?

      ―No lo dudes. Los hombres deberían demostrarnos de lo que son capaces y dejamos a nosotras que también lo demostrásemos, antes de que se convirtieran en unos amos absolutos y las mujeres en esclavas. Como aún no se hace así, se producen muchos errores.

      ―Estoy de acuerdo ―exclamó solemnemente Alicia Heath, una joven que como Nan tenía un carácter firme―. Que se den oportunidades a las mujeres para que demuestren su valía. Y la demostraremos sin duda alguna.

      ―¡Enarbolad la bandera de la igualdad, mujeres! ―arengó John «Medio Brooke»―. Luchad por vuestros derechos y contad con mi leal colaboración y ayuda.

      Su gesto teatral hizo reír a todos. Luego añadió:

      ―Aunque si en la vanguardia de las mujeres van Alicia y Nan, toda ayuda sobra.

      ―Gracias, John. Eres un buen chico. Admiro a los hombres sinceros que saben aceptar que no son dioses. Hay que verlos enfermos como yo los veo para darse cuenta de su verdadero valor, de su fortaleza.

      ―¡Así se habla! ―coreó John por seguirle la corriente.

      Nan siguió hablando con calor del derecho de las mujeres. Unos aprobaban, otros disentían, y todos armaban gran revuelo.

      Emil buscaba gresca con humorísticas intervenciones. Dan observaba, gozaba con aquel despliegue de energía.

      ―Vamos a ver ―siguió Nan―, parece que todos estamos aquí. Someteremos la cuestión a votación. Dan y Emil piensan como nosotras. No en vano han recorrido medio mundo; Tom y Nath han tenido hermosos ejemplos para decidirse también; de John y de Rob estamos orgullosas, y ellos están de acuerdo; Ted es un inconstante, y en cuanto a Dolly y Jorge, aunque ellos piensen ser unos grandes hombres, aún están por formar. Empecemos por el «Comodoro».

      ―Estoy dispuesto.

      ―¿Crees en el derecho de las mujeres?

      ―Creo. Tanto es así que estoy dispuesto a cambiar mis marineros por mujeres. Si ellas nos guían para volver a tierra, también nos guiarían en el mar.

      ―Muy bien, los marinos han sido nobles y generosos. Ahora tu, Dan. ¿Te parece justo que nos igualemos a vosotros?

      ―Sin dudarlo. Y desafío a quien diga lo contrario.

      Nan sonrió a Dan con complacencia. Le agradaba aquella firmeza.

      ―Ahora le toca a Nath. Tal vez piense lo contrario, pero no se atreverá a decirlo. Sin embargo, yo espero que nos defienda ahora con su voto sin esperar a que la batalla ya esté ganada. Porque entonces ya no tendría mérito.

      Nan dijo aquellas palabras para espolear a Nath. Quería que reaccionara de su abulia y languidez. Sin embargo, le dolió haber dicho aquello.

      Nath enrojeció vivamente. Luego, con conmovedora expresión contestó:

      ―Sería el más ingrato de los hombres si no deseara lo mejor para las mujeres. Porque a ellas debo cuanto soy y todo cuanto podré ser en la vida.

      Las muchachas aplaudieron y Nan le arrojó un ramo como premio, porque también se había emocionado.

      Luego, adoptando un tono solemne, casi judicial, Nan interpeló a Tom.

      ―Tomás Bangs, diga la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad… si es que puede.

      Tom se esforzó en seguir la broma. Levantó la mano con solemnidad como dispuesto a jurar.

      ―Creo en las mujeres, en su entereza, en su valor y en su inteligencia. También creo en su resistencia. Y estoy dispuesto a morir por ellas. Especialmente por una…

      Todos rieron ante la clara insinuación de Tom. Pero Nan no se inmutó.

      ―Morir, morir. Los hombres siempre hablan de morir por nosotras las mujeres. Morir es muy cómodo. Cuesta más vivir, luchar cada día. Prometed a las mujeres que las haréis felices y cumplidlo. Morir por ellas sería dejarlas viudas… y desprestigiar a los médicos.

      Como siempre que se enfrentaba con Nan, Tom quedó corrido, sin saber qué responder. Ella lo advirtió y puso fin a la cuestión.

      ―De todas formas, aprobado, Tom. Es satisfactorio ver que Plumfield va a dar al mundo seis hombres. Espero que ninguno de los seis nos defraudará. Y ahora, a bailar de nuevo. Pero cuidado con las bebidas frías; cuando mejor van causan descomposición.

      Aquellas últimas palabras de Nan fueron una ducha helada para el romántico Tom. Pero ella era así: desconcertante.

      CAPÍTULO VI

      ÚLTIMOS CONSEJOS

      El día de la partida era domingo. En grupo se encaminaron a la iglesia disfrutando en su paseo de un tiempo magnífico. Daisy se quedó en casa alegando jaqueca. Jo comprendió que era la congoja de la próxima partida de su amado lo que tenía, y se quedó junto a ella.

      Antes, Meg habló claramente:

      ―Daisy sabe bien cuáles son mis deseos y puedo confiar en ella. De Nath debes encargarte tú, Jo. Hazle comprender bien claro que no me gustan ni deseo estos amoríos y que si no lo comprende así me veré obligado a prohibir toda correspondencia.

      ―No te preocupes, Meg. Hablaré con Nath. En realidad ya quería hacerlo, lo mismo que con Emil y Dan. Puedes marchar tranquila a misa con tu John, que más parece un novio que un hijo tuyo. Porque hoy estás guapísima y más joven que nunca.

      ―Me halagas para ayudar a Nath. Pero en eso no transijo. Lo sabes muy bien. De modo que haz lo posible


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