100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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En su paso había algo furtivo. Deseaba aprovechar los últimos momentos para estar con Daisy.

      Jo le vio y le llamó. Nath no tuvo más remedio que acudir a su lado.

      ―Siéntate un momento, Nath. Aquí en la sombra es―taremos bien y podremos charlar un rato.

      ―Con mucho gusto ―contestó él, por compromiso.

      ―Apenas he tenido tiempo de enterarme de tus planes y me gustaría conocerlos.

      ―Aspiro a grandes cosas, que sé que me costarán. Como sé muy bien que si puedo empezar a luchar por ellas es gracias a lo que usted y el señor Laurie hacen por mí.

      ―No debes dar gracias con palabras, sino con actos. En tu carrera encontrarás muchas tentaciones, de las que sólo tu buen juicio podrá librarte. Es una ocasión que tienes para demostrar lo que valen tus principios. Como todo el mundo, cometerás equivocaciones, pero debes aprender a corregirte a tiempo. Procura estar siempre en paz con tu conciencia, hacer fuerte tu ánimo contra la adversidad y ser tan sencillo y afectuoso como ahora. Esto es lo importante.

      ―Lo procuraré, mamá Bhaer. Tal vez no llegue a ser un genio de la música. No lo sé. De lo que sí estoy convencido es de que no cambiará nada en mi corazón. Usted sabe que lo dejo aquí.

      Sin poderlo remediar, Nath dirigió una esperanzada mirada hacia la ventana, tras la cual pensaba podía estar Daisy.

      ―Precisamente quería hablarte de eso. Voy a decirte algo que tal vez sea un poco duro. Tú me lo perdonarás, porque sabes que yo simpatizo lealmente contigo.

      ―¿Va a hablarme de Daisy? sí, hábleme del ella!

      ―Escucha bien. Voy a tratar de darte un consejo y un consuelo al mismo tiempo. Todos sabemos que Daisy te quiere. Todos sabemos también que su madre se opone a vuestras relaciones. Ella obedecerá a su madre. Los jóvenes pensáis que vuestros sentimientos son eternos. La realidad es que nadie muere de amor.

      Al decir esto Jo sonrió pensando que en otras circunstancias consoló a un enamorado, que había olvidado ya sus penas.

      Nath no contestó. Solamente negó con la cabeza.

      ―Pueden ocurrir dos cosas, más que probables. Que te enamores en Alemania o que te entusiasmes tanto con la música que olvides este amor que ahora tanto valoras. Además, también es muy posible que Daisy te olvide con el tiempo. Por eso os aconsejo que no os prometáis nada. Que ambos quedéis libres, como dos buenos amigos. Luego, el tiempo dirá.

      Nath levantó la mirada. En su expresión había tristeza e incredulidad.

      ―¿De verdad cree que las cosas van a suceder así? ¿Que se olvida cuando se ama de veras?

      Jo no se atrevió a afirmarlo, porque realmente no lo pensaba. El muchacho se animó ante aquel silencio.

      ―Entonces, si estuviera en mi lugar, ¿qué haría usted?

      Jo estaba desconcertada. No sabía qué decir, porque simpatizaba con aquel sentimiento.

      ―Te diré lo que haría en tu lugar. Diría: «La madre de Daisy me rechaza. Yo conseguiré que se sienta orgullosa de darme su hija. Seré un gran músico para y por ella». Eso haría. Y si a pesar de intentarlo con todas las ansias no lo conseguía, algo habría logrado: ser mejor, valer más.

      ―Eso es lo que pensaba hacer. Lo que haré. Pero me gusta oírselo a usted. Es como una puerta abierta a la esperanza. Me doy perfecta cuenta de lo que sienten por mí. No olvidan que fui recogido por caridad, que mi padre fue músico ambulante; que pedía limosna. Pues bien, si antes fuimos ricos y por los reveses de la fortuna nos vimos en tal situación, ningún Blake cometió nunca nada deshonroso. Y no voy a cometerlo yo, pase lo que pase. De eso pueden estar todos muy seguros.

      Nath hablaba con un calor y una energía extrañas en él. Jo pensó si estarían todos algo equivocados con él. Tal vez ese amor fuese el acicate que el muchacho necesitaba para salir de su indolencia.

      Pero estaba ya tan excitado que procuró calmarle:

      ―Hazlo así, Nath. Nadie podrá negar entonces tu mérito y estoy convencida que mi hermana te verá con otros ojos. ¡Ánimo, muchacho! Alégrate. Escríbeme semanalmente. Yo te contaré todo cuanto pase en este lugar. Y, cuando escribas a Daisy, ya sabes, como a una amiga. Lo demás debes ganarlo a pulso.

      ―Lo ganaré. Trabajaré sin descanso.

      ―Pero no vayas a enfermar.

      ―Descuide. Tengo en cuenta sus consejos. ―Y el muchacho señaló el libro de consejos que Jo le había dado la víspera.

      La señora Bhaer aún añadió otros de palabra. Luego se interrumpió al ver llegar a Emil.

      ―Bueno, ya nos hemos desahogado, ¿eh, Nath? Ahora quisiera hablar un momento con el «Comodoro». Puedes ir a hablar un ratito con Daisy.

      Nath no se lo hizo repetir. Salió corriendo.

      Emil estaba de broma, como siempre.

      ―¿Por qué no vienes conmigo, tía? A bordo estarías como en casa. Cuando atracásemos, verías otros países.

      ―Yo ya estoy anclada aquí. Soy un barco viejo.

      ―¿Viejo? ¡Ni soñarlo! Pero ¿sabes? Una cosa me gusta. Eso que no estropeas las despedidas con lágrimas.

      ―¿Para qué? ―bromeó Jo―. Las lágrimas son gotas de agua salada. Y un marino ve tantas que ya no les prestaría atención. Cuando tengas un barco propio, efectuaré un viaje contigo. Lo deseo de verdad.

      ―Si llego a tener un barco, su nombre será Jovial Jo. Tú serás la madrina y presidirás el primer viaje.

      ―Siempre he soñado con un viaje por mar. También en vivir un naufragio en un mar embravecido…

      ―Si ése es tu gusto procuraremos complacerte. El capitán dice que le traigo la suerte y el buen viento. Será cuestión de esforzarse para proporcionarte una tormentita.

      ―Todo lo tomas a broma, Emil, y eso es bueno en ocasiones. Pero ahora vas a embarcarte como oficial. Tu deber será mandar, no sólo obedecer. ¿Estás preparado debidamente? Mandar cuesta más. Es de mayor responsabilidad. No debes permitir tampoco que el poder te convierta en un tirano.

      ―Pierde cuidado. Ya tengo experiencia en viajes anteriores. Procuraré conseguir que me quieran, no que me teman.

      ―Obedece al capitán. No hacerlo sería insubordinarte y por este camino nunca llegarías a serlo tú.

      ―Descuida, tía. Seré un buen oficial. Más adelante un buen capitán. Y te llevaré. Queda decidido.

      ―Otra cosa quiero decirte. Leí en algún lugar que todas las cuerdas de los barcos de la armada británica llevan trenzado un cordelito rojo que las identifica dondequiera que estén. La virtud, la honradez, el valor y la buena reputación, o sea, todo lo que forma el carácter de una persona, es ese cordelito encarnado que señala al hombre bueno dondequiera que se encuentre. Trata de que se te conozca por tu conducta en todas partes y en todas las ocasiones. La vida del mar es dura, ya lo sé. Pero siempre se puede ser un caballero. Tanto como tu cuerpo, cuida de tu alma. Y cumple tu deber hasta el fin.

      Emil oyó aquellas palabras completamente serio. De pie ante Jo, con la gorra en la mano, casi firme. Luego contestó con acento seguro:

      ―Así será, si Dios quiere.

      Poco después la señora Bhaer terminó con Emil para aprovechar la circunstancia de que Dan se acercaba.

      ―Ven aquí, Dan. Después de tu paseo te vendrá bien sentarte un rato.

      ―No quisiera molestar. En realidad no estoy cansado en absoluto.

      ―Tengo ganas de charlar. Como buena mujer…

      ―Como guste. ¿Sabe una cosa? Llega el momento de la marcha y no parece alegrarme demasiado. Como si no lo desease.


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