100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
Читать онлайн книгу.duro que sea, hijo mío, esa es la única manera de ver el problema. Tú eres fuerte y razonable. Así comprenderás que el secreto debe quedar entre los dos, y tendrás la suficiente fuerza para conseguirlo.
―No se preocupe, mamá Bhaer. Ni una palabra ni una mirada mía me delatarán. Nadie podrá imaginar nunca lo que yo siento. Y si mi sentir queda oculto, ¿hay algún mal en que conserve esta ilusión?
―Debes esforzarte en combatirla ahora. Esta ilusión irrealizable te atormentará si la alimentas.
Dan denegó con la cabeza, con firmeza pero tristemente.
―No me atormentará más de lo que me atormenta el remordimiento. Antes al contrario, al pensar en ese ángel de bondad que es Bess hallaré la fuerza necesaria para vivir y para ser bueno, pese a todo lo que la vida quiera reservarme.
Dan quedó un momento pensativo, luego, ~como si hubiera estado recordando días difíciles, habló nuevamente, con voz enronquecida por la emoción.
―En el penal, cuando la desesperación me aconsejaba barbaridades, cuando sólo proyectaba huir para correr una vida de aventuras, el recuerdo de Bess fue la barrera que me contuvo.
Jo le animó a que hablara con el fin de que encontrase alivio en relatar aquello que durante tanto tiempo le había quemado en su interior.
―Cuéntamelo todo, Dan.
―Usted sabe que nunca fui aficionado a los libros. Sin embargo, por consejo del sacerdote, procuré leer para distraer y alejar los malos pensamientos.
Hizo una pausa, y siguió.
―Tenía la Biblia, que poco a poco fui comprendiendo. Pero tenía también este otro libro de cuentos y leyendas, que me entretuvo mucho. Al principio la narración preferida era Sintram, después, poco a poco, fue este de Aslaugha que me hacía recordar la feliz época del verano último que pasé con ustedes.
Conmovía oír a Dan, siempre fuerte y valeroso. Ahora estaba postrado en el lecho, y recordaba el origen de un sueño romántico que le ayudó a superar la desesperación.
―Me acostumbré a pensar que yo era Fronda y que veía el resplandor del cabello de Aslaugha, que me prometía una nueva vida lejos de aquellos muros. La imaginaba en una de las pocas estrellas que el estrecho ventanuco de mi Calabozo me permitía ver. Usted dirá que todo eso son tonterías, ¿verdad? Quizá tenga razón. Pero en todo caso, esas tonterías obraron el milagro de contener mis ímpetus, de que me esforzase en dominar mi carácter desbocado, en ser mejor, en aceptar con humildad el castigo, en proyectar una nueva vida de honradez, trabajo y ayuda a mis semejantes.
Se enardecía mientras hablaba, le brillaban los ojos de apasionamiento.
―Si eso son tonterías, ¡benditas sean! No me las quite. Con ellas no hago mal a nadie. No me aconseje que borre esta ilusión de mi corazón. Poco importa que no pueda ser nunca realidad. Pero necesito amar algo y prefiero estar enamorado de una quimera, como Fronda lo estaba de un espíritu, que de cualquiera de esas chicas vulgares a las que yo compararía a todas horas con la maravillosa «Princesita».
La tranquila desesperación de Dan llenó de dolor el corazón de Jo. Pero no quiso darle esperanzas, porque ella entendía que no las había y habría sido cruel mantener esta ilusión.
Sin embargo, aquel amor sin esperanza podía servir para purificar su vida y elevarle por encima de lo que hubiera sido sin esa ilusión.
Pocas mujeres aceptarían casarse con él, en sus actuales circunstancias, con su pasado, con un presente aventurero e inestable y con un futuro cargado de dudas.
Por otra parte, pensó Jo, era mejor que siguiera solo. No fuera a resultar como su padre: un hombre guapo, atractivo, interesantísimo, sin escrúpulo alguno y responsable de más de un desengaño amoroso.
―Tienes razón, Dan. Me parece muy bien que conserves esa inocente ilusión, si ha de servirte de ayuda y consuelo. Tal vez más adelante se presente en tu vida otra ilusión que pueda sustituirla.
―¡Jamás! ¡Ni lo deseo ni es posible! ―exclamó Dan con exaltación.
―Nunca puede decirse. Pero, aunque no se presentase otra ilusión, debes comprender que no hay esperanza alguna. Bess es el encanto de sus padres, su auténtico orgullo. El mejor pretendiente del mundo les parecería poco digno de ella.
―Lo sé muy bien, y estoy de acuerdo con usted y con ellos. Nadie la merece.
―Llévala como guía en tu vida. Que sea como una estrella que te oriente en los momentos difíciles para saber ir siempre por el buen camino.
Tía Jo no pudo continuar. Las lágrimas que ella pugnaba por contener afloraron a sus ojos y corrieron libremente por sus mejillas.
Dan se sintió aliviado al ver compartida su pena. Poco después se repuso de la emoción e incluso trató de restar importancia a todo para consolar a Jo.
Era un auténtico hombre. Un carácter noble, curtido por la adversidad. Todavía hablaron largo rato bajo la luz crepuscular. Aquel secreto que compartían, aquella conversación clara y sincera, les unió mucho más de lo que siempre habían estado.
Cuando terminaron, la larga y fría noche invernal estaba ya muy avanzada.
Jo se acercó a la ventana. Antes de bajar la cortina dijo alegremente a Dan:
―Ya que te gusta tanto el lucero de la tarde, míralo. Hoy parece que luce con mayor esplendor que nunca.
Luego le tomó la mano con ternura.
―Y no olvides nunca que si la voluntad de Dios te niega esta niña angelical siempre tendrás aquí a esta vieja amiga dispuesta a ser una ayuda para ti, una confidente o, si tú me aceptas como a tal…, una segunda madre, orgullosa de este hijo.
Esta vez Dan no la decepcionó como en otra ocasión al decirle que deseaba fumar. El muchacho había, cambiado mucho y no se avergonzaba ya en demostrar sus sentimientos.
Por esto tomó a la señora Bhaer entre sus brazos y solemnemente le contestó:
―No lo olvidaré jamás. Porque en usted he encontrado la mejor y más inapreciable ayuda que pude nunca soñar. Por eso repetiré siempre: ¡Dios la bendiga!
CAPÍTULO XXII
LAS ÚLTIMAS ESCENAS
Después de una noche de reflexión, Jo pensó que algo debía hacer.
―Esto es como un Barril de pólvora y la presencia de Bess es el fuego. Lo prudente será alejarla. Sí; esto será lo mejor.
De acuerdo con este pensamiento Jo visitó a su hermana Amy. No le contó el secreto de Dan. Había prometido no hacerlo. Pero bastó que hiciese a Amy una velada insinuación para que ésta se alarmara y decidiese alejar a su hija por una temporada.
Precisamente Laurie iba a salir para Washington con objeto de gestionar una ayuda para el plan de Dan. Cuando se le sugirió que Bess podría acompañarle, acogió la idea con entusiasmo. No en vano estaba algo celosillo de su esposa, pensando que su hija pudiera quererla más que a él.
La conspiración de Jo salió perfectamente. Sin embargo, aun cuando la idea era buena, se sentía culpable de traición hacia Dan, y temía el momento de enfrentarse de nuevo con él. Pero Dan no la recriminó. Acogió la noticia de la marcha de Bess con aparente calma. Tan sólo pudo notarse una ligera palidez en su ya pálido rostro y cómo apretaba la mandíbula para contenerse. Sin embargo, no protestó. Sabía que tarde o temprano aquello iba a suceder y estaba dispuesto a soportarlo, cuando llegara la ocasión, sin una muestra de desfallecimiento. La ingenua Bess, ignorante del drama en el que estaba incluida, fue a despedirse de Dan. El muchacho, ya prevenido por la señora Bhaer, estaba desempeñando admirablemente su papel, sometiendo a dura disciplina sus emociones para que no se manifestasen.
Lo habría conseguido plenamente de no ser porque la misma Bess, sin darse cuenta, provocó la reveladora reacción.
Dan