100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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¡Todo es interesantísimo! Pero no te preocupes, a nadie lo contaré.

      ―¡Pobre de ti si lo hicieras!

      Hubo un momento de silencio, ya saciada la curiosidad del turbulento chico.

      ―Escucha, Ted. ¿Sentirías haber matado a un hombre? Un facineroso, por supuesto.

      ―No, si era cumpliendo un deber. En la guerra, por ejemplo, o en defensa propia…, pero si fuera en un arrebato de ira, supongo que luego lo sentiría mucho. Tu caso fue una lucha noble, ¿verdad?

      ―La razón estaba de mi parte. Sin embargo, hubiera preferido no haber vivido esta experiencia.

      ―Creo que lo comprendo. Pero no temas, a nadie lo diré. Especialmente a las mujeres. Ellas no comprenderían ni aprobarían nunca una cosa así.

      Pasaron varias semanas, lentas y tranquilas. Dan se impacientaba al no recibir las credenciales que le permitirían actuar como representante o agente de los indios de Montana.

      Cuando por fin recibió la noticia de que le habían sido concedidas, insistió en partir inmediatamente. Tenía interés en alejarse pronto y enfrascarse en su misión, altruista y humanitaria, para ver si en ella encontraba sino el olvido, por lo menos el consuelo.

      En una desapacible mañana del mes de marzo partió Dan. Montado en su yegua Octto y seguido por el perrazo Don, el caballero Sintram volvió a enfrentarse con sus enemigos. Unos enemigos que le hubieran vencido sin la ayuda de Dios y la de unos auténticos amigos.

      Pocos días después conversaban Amy y Jo.

      ―Son tantas las despedidas que he tenido que soportar que pienso si la vida no será sólo eso: una eterna despedida. Lo malo es que a medida que pasa el tiempo soporto peor las separaciones.

      ―La vida ofrece sus compensaciones, Jo. Incluso a eso.

      ―¿A qué te refieres?

      ―Hemos despedido ahora a Dan ―dijo Amy―, pero Nath está a punto de llegar.

      ―Tal vez tengas razón. Sólo pienso en la despedida de Dan porque es la primera a la cual ha faltado alguno de nosotros, pudiendo estar presente.

      ―¿Te refieres a Bess? Era lo más prudente, me parece.

      Jo asintió con el gesto, y suspiró.

      ―Sí, Amy. Probablemente tienes razón. Pero pienso en lo que habría dado él para poder verla por última vez…

      En aquel momento entró Laurie y su presencia tuvo la virtud de deshacer aquel ambiente triste y melancólico. Como siempre, Laurie tenía la obsesión de los cuadros vivientes. Abrió solemnemente la puerta del salón y exclamó con viveza:

      ―Mirad; un nuevo cuadro. Yo lo titularía «Sólo un violín», de Anderson.

      En efecto, a través del marco de la puerta podía verse a un joven, radiante de dicha y placer, asediado y saludado.

      Daisy perdió por un momento su habitual aplomo y corrió a su encuentro sollozando de alegría. Sin darse cuenta siquiera los dos jóvenes se encontraron fundidos en un abrazo.

      También Meg abrazó a Nath. Aquello fue la señal para que lo hicieron John y Jossie, que por el gesto de su madre veían al triunfador violinista como a un nuevo hermano.

      Jossie le saludó teatralmente.

      ―Fuiste un modesto gorrión. Eres segundo violinista. ¡Y serás el primero!

      Como es natural entre personas tan amantes del arte pronto» pidieron a Nath que interpretase alguna pieza.

      El muchacho no se hizo rogar. En realidad lo estaba deseando.

      Su actuación fue magistral. Maravilló tanto por su perfección, que denotaba los indudables progresos realizados por Nath, como por el temple y energía que vibraron en las notas, que parecían impropias del tímido Nath que ellos habían conocido.

      Pero es que la vida le había transformado en otro hombre, seguro de sí, decidido.

      Lo demostró al dirigirse a los que le aplaudían y felicitaban tras su actuación.

      ―Permítanme que toque ahora una pieza que posiblemente recordarán, pero que nadie como yo puede recordar con tanto cariño.

      Hecho el silencio comenzó a interpretar la melodía callejera que les hizo oír por primera vez el día de su llegada a Plumfield.

      Sí; recordaban la canción. Y tímidamente al principio y con mayor seguridad después, cantaron todos aquellas melancólicas estrofas que tan bien expresaban los sentimientos del violinista.

      De vuelta a su casa, Jo pareció salir de su pasajera tristeza.

      ―Me siento más animada. Es cierto que algunos de nuestros muchachos no han resultado como esperábamos. Pero otros, en cambio, como el mismo Nath, han superado nuestras más optimistas previsiones.

      ―Así es en realidad ―corroboró el profesor.

      ―Como tú eres quien más mérito tiene en el cambio de Nath, te felicito de todo corazón. Estoy orgullosa de ti, porque lo estoy de él.

      ―Poco podemos hacer. Sembrar la buena semilla y confiar que caiga en tierra fértil. Es cierto que yo sembré. También lo es que tú vigilaste que las aves no comieran la semilla. Laurie le dio agua en abundancia. De modo que de esta cosecha todos somos un poco responsables.

      ―En Dan pensé haber sembrado sobre terreno estéril. Ahora confío que fructifique y sus frutos superen los de los demás chicos. Su caso será aún más meritorio.

      Jo seguía fiel a su oveja negra, porque las demás iban andando y pastando tranquilamente ante ella.

      Al llegar a este punto de la historia el autor siente deseos de ponerle fin de una manera brusca. Un terremoto o una inundación que borrase Plumfield y sus alrededores de la faz de la tierra sería un buen final.

      Pero sería también una desagradable impresión para los lectores que hayan seguido la narración. Antes de que formulen la clásica pregunta: «¿Y qué fue de ellos?», haremos un breve resumen.

      Todos los matrimonios fueron afortunados y felices. En general, todos alcanzaron las metas propuestas.

      Bess y Jossie consiguieron fama y dinero con su arte y, más adelante, contrajeron ventajosos matrimonios, en los que fueron muy dichosas.

      Nan permaneció soltera conforme a sus deseos. Dedicó su vida al cuidado y atención de los demás y llegó a ser un médico insustituible en la comarca.

      Tampoco se casó Dan. Fiel a su «Princesita» vivió con sus amigos, los indios de Montana, a los que defendió en todos los terrenos. Murió por ellos y se llevó a la tumba un secreto que Jo guardó celosamente, un rizo dorado y una fotografía que eran su talismán.

      Jorge «Relleno» engordó y prosperó al mismo tiempo. De resultas de un pantagruélico banquete falleció de apoplejía.

      Por su parte, Dolly vivió alegremente, y despilfarró más de la cuenta. Cuando tuvo necesidad, se empleó como asesor en una casa de modas.

      John, «Medio-Brooke», llegó a ser socio accionista de la editorial, y siempre encontró gran placer en su trabajo.

      Rob siguió los pasos de su padre y ejerció el cargo de profesor en el colegio Laurence.

      Finalmente, queda Teddy. Contra los pronósticos de quienes temían llegara a parecerse al indómito y aventurero Dan, a medida que fue creciendo varió de tal forma que a la edad apropiada llegó a ser un elocuente y famoso predicador, en el que no se sabía qué admirar más, si la agudeza de su inteligencia o el ardor con que defendía sus convicciones. Fue, desde luego, el mayor orgullo de su madre, la inefable «tía Jo».

      El Convivio

      Por

      Dante Alighieri

      TRATADO


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