100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
Читать онлайн книгу.soy muy exigente con vosotras.
―Nada de eso, Dan. Es natural. Te ves obligado a quedarte en casa cuando siempre has estado libre y suelto…
Aquellas palabras fueron como un golpe para él. Habían sido dichas con toda inocencia, pero trajeron a su memoria algo que quería olvidar.
Jo pensó que era la ocasión propicia para acercarse a Dan y a Bess. Parecía prudente hacerlo así.
―¿Qué puedo leer, tía? A Dan lo mismo le da una cosa que otra. Mejor que sea corto porque Jossie volverá en seguida.
Antes de que la señora Bhaer pudiera contestar, Dan sacó un libro de debajo un almohadón.
―¿Quieres leerme el tercer cuento de este libro? Me gusta mucho ―pidió el muchacho.
Bess miró con sorpresa el libro.
―¡Me sorprendes, Dan! Nunca hubiera dicho que te gustase eso tan romántico.
―No tenía mucho que leer y casi me lo sé de memoria. Este cuento, El caballero de Aslaugha, me encanta. Creo que Edwualdo es demasiado suave, pero Froda es estupendo. Con sus cabellos dorados, lo imaginaba como tú.
La «Princesita» enrojeció por el piropo.
―Estoy segura que sus cabellos no le fastidiaban tanto como ―a mí los míos. Me recogeré las trenzas.
―¡Oh, no lo hagas! ―suplicó él―. Me gusta verlos brillar así. Además, de esta forma están más en carácter para leer el cuento Rizos de Oro.
Azorada por los cumplidos, Bess comenzó la lectura que Dan siguió con delectación.
Esto permitió a Jo observarle detenidamente, y ver la expresión de serena placidez que se apoderaba de él, como si siguiese la lectura del cuento, dándole forma en su pensamiento y gozándose en hacerlo.
El encantador cuento de Fouqué se refería al caballero Froda y a la hermosa hija de Sigurd, una especie de espíritu que aparecía junto a su amante en los momentos de peligro o de prueba; así como en los de triunfo y alegría, siendo siempre su guía y guardiana, inspirándole valor, nobleza y lealtad y ayudándole a llevar a cabo grandes hazañas en el campo de batalla. Por ella aprende a hacer sacrificios en favor de los amados y triunfo, de sí mismo mediante el resplandor de aquel cabello de oro, que de día y de noche brilla ante él. Hasta que después de muerto, el caballero encuentra al adorable espíritu para recibirle y recompensarle.
De todos los cuentos del libro, éste era el menos apropiado para Dan. Incluso Jo quedó sorprendida de que lo hubiera preferido e incluso hubiese captado el sutil significado.
Sin embargo, ya Dan había demostrado en otras ocasiones una rara virtud para apreciar la belleza en lugares inéditos para otros. En el perfil de las montañas, en las nubes, en el color de las flores o el galope de un caballo. Lo que pasaba es que no acertaba a describir lo que su alma sensible percibía. Era como una gran roca por cuyo interior corriera una veta de oro oculta a todos.
Ahora que el sufrimiento de alma y cuerpo domó sus fuertes pasiones, había taladrado también la firmeza de su carácter, aquella roca de que estaba constituido, y quedaba a la vista algo muy distinto de él. Algo interior, sensible y muy valioso.
Aquella paz, aquella belleza espiritual y física que él buscaba, aquella cultura y sensibilidad estaban representadas para Dan por la tierna Bess. Esto estaba ahora muy claro para Jo.
Y con toda la vehemencia de que era capaz se sentía atraído hacia la chiquilla, pero estaba obligado a contener sus impulsos, porque en su pasado había algo que ocultar.
Jo sintió oprimírsele el corazón. Aquello era irrealizable. La luz y las tinieblas no estaban más separados entre sí que lo estaban Bess con su inmaculada blancura y Dan, manchado de grave pecado.
La tranquila actitud de Bess demostraba que no tenía ni la más remota idea de todo aquello. Pero ¿podrían contenerse durante mucho tiempo los expresivos ojos de Dan?
Y cuando se denunciasen, que tarde o temprano ocurriría, ¡qué tragedia para él! ¡Qué violencia para ella!
―¿Qué es lo que puedo hacer? ¿Tendré suficiente valor para hacerlo? ―se decía Jo―. Este muchacho necesita ayuda y, sin embargo, debe intervenirse a tiempo para matarle una ilusión, tal vez la única que tiene, porque es irrealizable.
Bess acabó de leer el cuento. Dan le preguntó:
―¿Te ha gustado también?
―Mucho. Tiene un bello significado. Sin embargo, siempre me gustó más Undine.
―Es muy natural. Parece escrito expresamente para ti. Lirios, perlas, almas y agua pura. A mí me gustaba Sintram. Pero una temporada que estuve…, que estuve un poco triste me aficioné a éste. Me hizo mucho bien. Había como un mensaje que era un aliento espiritual.
Dan hablaba a la muchacha con dulzura, pero se revolvía inquieto en los almohadones. Pensando Bess que deseaba otra clase de distracción cogió el periódico.
―Las noticias de Bolsa no te interesan. Las pasaremos, pues. Las informaciones musicales te dejan frío. Aquí hay algo que antes solía apasionarte.
―¿De qué se trata?
―De un suceso. ¿Lo leo?
―Tú misma, si te parece.
―Dice: «Un hombre mata a otro…»
―¡No! ¡No! No lo leas, por favor…
Aquel ruego salió de lo más hondo del atormentado muchacho y sorprendió a la «Princesita». Jo se impresionó por el dolor que representaba para Dan, que se tapó la cara con un brazo como huyendo de la luz.
Bess se acercó a su tía.
―Me parece que debe querer dormir.
―Sí, déjale. Ya le cuidaré yo ahora.
Cuando la señora Bhaer se decidió a acercarse a Dan, éste dormía realmente. Como si el sueño quisiera liberarle de malos recuerdos.
Más compadecida de él que nunca, Jo se sentó a su lado, en una sillita baja. Deseaba pensar la forma de resolver aquel conflicto, y deseando estuviera en su mano conseguirlo.
El sueño de Dan era inquieto. Tenía, no obstante, una mano cerrada sobre su pecho con un ademán firme y resuelto.
En uno de los bruscos movimientos, causados por alguna pesadilla, la mano que tenía sobre el pecho se escurrió hasta llegar al suelo. Luego abrió la mano. Jo vio con sorpresa que de aquellos crispados dedos se desprendía un pequeño estuche de confección india. Quedó asombrada.
―Debe ser un amuleto indio ―se dijo, recogiéndolo y examinándolo con curiosidad―. Tiene el cordón roto. Se lo repararé y se lo pondré mientras sigue durmiendo.
Pero al moverlo, del estuchito cayó una fotografía, recortada para que ajustase.
Jo la recogió con presteza.
Era un retrato de Bess. Debajo de su bello rostro había dos palabras escritas: Mi Aslaugha.
Ya no cabía duda alguna. Lo que podían haber sido suposiciones suyas, ahora quedaba confirmado por desgracia.
Con un suspiro, Jo se dispuso a restituir aquella fotografía a su estuche, devolvérselo a Dan y fingir que ignoraba su secreto. Cuando se lo iba a poner vio con sobresalto que él la estaba observando.
―¡Oh, creí que dormías!…
―¿Vio usted el retrato?
―Lo vi, Dan.
―Así, ya sabe usted lo loco que soy.
―Dan, siento en el alma que…
―¡Bah!, no se preocupe por mí. No pensaba confiárselo nunca, pero me alegra que lo sepa. Comprendo perfectamente que se trata de un sueño absurdo. Ese ángel no podría ser nunca