Música y mujeres. Alicia Valdés Cantero

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Música y mujeres - Alicia Valdés Cantero


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Concha Fagoaga, que es profesora en la Facultad de Periodismo y ha escrito libros sobre mujeres y feminismo, me dijo sorprendidísima: «Ayer pongo la radio para oír música clásica y escucho hablar del patriarcado y me quedé sorprendidísima, ¡y resultó que eras tú!». Pues sí, tres brujas hablábamos de asuntos insólitos y poco adecuados a la seriedad de una emisora como Radio 2, un canal de la radio oficial enteramente dedicado a música «clásica».

      No solo eso, aún recuerdo las caras de sorpresa en los pasillos de la radio aquel día que pusimos a todo meter a Concha Piquer y Estrellita Castro, para ilustrar el tema de las tonadilleras en un programa sobre mujeres cantantes. Esas tres locas que hablaban del patriarcado, contaban anécdotas picantes de las antiguas divas de la ópera y hacían cantar a Estrellita Castro por las ondas más serias del país, también se atrevían a poner nanas españolas tradicionales, música de banda de jazz cajún dirigidas por mujeres y extrañas canciones folklóricas de Burundi o sitios por el estilo, que Marisa Manchado sacaba no se sabe muy bien de qué clase de discos raros. La misma sintonía con que empezaba el programa era un canto africano de mujeres que Marisa había mezclado con música compuesta por ella misma, con un resultado lejano, encantador o inidentificable.

      Fuimos tan atrevidas para hacerlo, encima sin la más mínima idea técnica de qué era aquello de la radio. En la grabación del primer espacio un alma caritativa que se sentaba frente a nosotras separada por un cristal y movía los botones del control (también era una mujer, por cierto), nos dio la primera y única lección, diciéndonos: «Cuando se encienda la luz roja, habláis; cuando se apague, dejáis de hablar».

      Gran enseñanza que seguimos al pie de la letra. Como no podía ser de otra forma, leíamos el guion y el programa nos salía bastante acartonado. Solo recuerdo una vez que improvisamos la locución, pero fue por un fallo de lectura, pues nos saltamos sin darnos cuenta una serie de líneas.

      Nunca confesé a mis compinches que, minutos antes de empezar cada una de las grabaciones, el principal sentimiento que me embargaba era el de terror, pero en cierto modo resultaba positivo y servía para despertarme, ya que la hora de estudio que nos habían asignado era los lunes de 8 a 9 de la mañana.

      Esta graciosa concesión era, por supuesto, una novatada que, yo concretamente, pagaba bastante caro. Por un lado, tuve que pedir permiso para llegar tarde a mi trabajo en la revista Ritmo; por otro, estaba obligada a despertarme a una hora indecente, anterior al amanecer… y era invierno. Antes de llegar al estudio tenía que levantar a Luna, mi hija, llevarla a casa de alguna abuela voluntariosa, y luego cruzarme la Casa de Campo casi a oscuras y llegar con una hora de adelanto a Prado del Rey, correr hacia al archivo, ponerme la primera en la cola, pedir las grabaciones con muchísima prisa, por favor, encomendarme al diablo para que no hubiera errores en las signaturas y los discos estuvieran disponibles, y esperar la llegada del santo advenimiento para que, a las 8 de la mañana, la persona encargada del control, tuviera todas las ilustraciones sonoras disponibles y se pudiera terminar la grabación en una hora. Agotador.

      No siempre me tocó a mí pedir las grabaciones en el archivo, pero cuando así fue lo recuerdo con angustia. Sin duda no era la única mujer con niños pequeños y doble «curre» estresante que en esos momentos cruzaba Madrid. Estoy segura de que a muchas mujeres que lean esto les suena el tema.

      Pero ¿cómo empezó todo? Los antecedentes del programa de radio si no me equivoco fueron dos: por un lado, un trabajo de historia de la música que hizo Pao para el conservatorio (creo recordar que la asignatura la daba Jacinto Torres) y versaba sobre las mujeres en la música. Cuando lo leí me pareció que el tema era apasionante y digno de profundizarse. Un estímulo adicional es que, por aquel entonces, no había absolutamente nada, ni libros, ni artículos, ni expertos en el tema, como, por otro lado, sucedía con otros aspectos de la historia de las mujeres (y también de la historia de la música).

      El otro motivo de que empezáramos a reunirnos fue que la Librería de Mujeres convocó un premio al cual nos presentamos, con un trabajo dividido en tres partes, cuyo tema general era lo masculino y lo femenino en la música. Mi parte trataba de las formas clásicas, como la sonata y el concierto y su estructuración en temas masculinos (fuerte y en tono mayor) y femeninos (débil y en tono menor). Aunque no nos dieron ningún premio, aquel trabajo fue interesantísimo de hacer y sirvió para que nos conociéramos, tuviéramos nuestras primeras reuniones de trabajo y estableciéramos estrechos vínculos amistosos.

      Además de estos prólogos, el programa de radio tuvo sus epílogos. Poco tiempo después de acabarlo escribimos al alimón, un artículo en el diario Liberación, el mismo que se reproduce en este libro junto a este artículo. También el Instituto Francés nos contactó para un ciclo de música de mujeres, en el que tuve que dar la primera y única conferencia de mi vida. Luego ha habido varios intentos por escribir un libro, del que hemos llegado a hacer algunos capítulos pero que nunca hemos terminado.

      Sin embargo, el eje fundamental fue aquel programa de radio, porque entonces sí que realmente investigamos un tema inédito. Lo era en dos aspectos concretos: el punto de vista feminista con el que lo mirábamos y su estructura, abarcando todos los medios de participación en la música. Es decir, no solo se hablaba de las consabidas compositoras desconocidas, sino también de las intérpretes, las pedagogas, las cantantes, las bailarinas, las mecenas, las directoras de orquesta, las orquestas de mujeres, las rockeras, las jazzistas, el folklore hecho por mujeres y los conceptos femeninos en la música. Para mí estas dos formas de mirar el tema han sido lo más importante, porque han exigido un trabajo que bebía en muy diversas fuentes.

      Pero, además, el hecho de que fuera un programa de radio exigía que hubiera ilustraciones sonoras para cada uno de los temas. Antes de empezar el programa, hubo que meterse en el riquísimo archivo sonoro de Radio Nacional, con las botas puestas, eso sí, y hacer el vaciado de una especie de gigantesco galimatías, imposible de abarcar. Porque lo más curioso es que no sabíamos realmente qué buscábamos. Música compuesta por mujeres, mujeres que tocaran algo que no fuera piano, mujeres concretas de las que conocíamos nombres y apellidos, apellidos con iniciales delante que no se sabía si se correspondían a un nombre masculino o femenino, grabaciones varias que puede que sirvieran y puede que no, actuaciones en directo o voces de mujeres músicas que la radio hubiera grabado. Recuerdo haber estado días y días consultando fichas y llenando a mano folios y folios llenos de signaturas. Todo esto, aparte de nuestros propios discos, cintas y documentos sonoros, rescatados de los fondos de los cajones de nuestras respectivas casas.

      Después, como quien escarda cebollino, había que hacer limpia de cosas inútiles, pero sin tirar nada; todo podía valer, para la radio, para un libro, para hacer listas con nombres de compositoras. En ese aspecto, Pao nos ganaba siempre por puntos, pues era la que más datos, nombres, citas, papelajos y bibliografía aportaba. Las escribía en diminutas fichas que amontonábamos poniendo en la parte superior siempre una de nuestras citas preferidas, la del que llamábamos «el músico que llevo dentro». La cita era una frase de Alejo Carpentier asegurando que las mujeres jamás podrían componer a causa de su mente concreta y no abstracta. La habíamos sacado del libro Ese músico que llevo dentro, del famoso autor de Concierto barroco.

      Una de nuestras mejores recopilaciones eran precisamente declaraciones y escritos de músicos y críticos, desde Wagner hasta Mahler, pasando por Schumann. Algunos santones modernos, como Jean Cocteau, también estaban en la lista. Y críticos actuales; casi todos los que habían tocado el tema se encontraban de un modo u otro «fichados» en la lista de despropósitos elaborada por las tres brujas acusicas.

      Así como «el músico que llevo dentro» presidía las citas modernas, San Pablo encabezaba las antiguas. Con sus «mulieres in ecclesia taceant» (las mujeres en la iglesia callan) se ha comenzado más de un programa y no pocos artículos dedicados a la música religiosa, a los castrados, a la voz femenina y a tantos aspectos de la relación entre las mujeres y la música que podemos decir que gracias al inefable Saulo, el policía romano que se pasó al bando contrario, Pao Tanarro, Marisa Manchado y Amelia Die, han tenido trabajo, excusa para indignarse y tema de conversación durante bastantes horas de su vida.

      Otras personas, personajes y personajillos han planeado sobre nuestras tres cabezas: Mari Franco Lao, la autora italiana del libro Música bruja;


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