Construcción política de la nación peruana. Raúl Palacios Rodríguez
Читать онлайн книгу.un freno a su proyecto político, sino también una clara invitación a retirarse del país. Así lo entendió y así lo asumió con una entereza y un desprendimiento dignos de hombres de su inmensa talla moral. Las siguientes frases dichas por él al marino escocés Basilio Hall (1924) lo retratan de cuerpo entero:
No aspiro a la fama de conquistador del Perú. ¿Qué haría yo en Lima si sus habitantes me fueren contrarios? No quiero dar un paso más allá de donde vaya la opinión pública. La opinión pública es un nuevo resorte introducido en los asuntos de estos países: los españoles, incapaces de dirigirla, la han comprimido. Ha llegado el día en que va a manifestar su fuerza y su importancia. (p. 64)
Santiago Távara, que no fue muy piadoso con él, sin embargo rinde homenaje a la sinceridad, al desinterés y a la altura de miras del Protector y dos veces parece elogiar su dimisión hecha, precisamente, para no adoptar “la mezquina medida de hacerse caudillo político de un solo bando”. Aquí sus palabras:
Después de la expulsión de Monteagudo y a su retorno de Guayaquil, el general San Martín se dio cuenta que navegaba contra viento y marea; y encontrando que los minúsculos restos del ejército que gloriosamente había conducido, eran los primeros en oponerse a sus planes políticos, convocó (20 de septiembre de 1822) el Congreso Constituyente que había ofrecido convocar en el decreto del 3 de agosto de 1821 y en el Estatuto Provisorio de octubre del mismo año. Adoptó esta conducta noble en lugar de la mezquina medida de hacerse caudillo político de un solo bando. Instalado el primer Congreso del Perú, San Martín solamente abrió sus sesiones, y acto continuo renunció al Protectorado, puso la insignia del poder sobre la mesa, salió, se dirigió a Palacio, montó en el caballo que estaba preparado, partió para el Callao, llegó y se embarcó, dando a la vela para Chile a los dos o tres días, después de renunciar al empleo de Generalísimo de las Armas, que el Congreso le decretó para que permaneciera entre nosotros. Renuncia sincera y efectiva, y la que junto con el doctor José Gregorio Paredes del Ministerio de Hacienda, son las únicas que hemos visto hechas de buena fe: todas las siguientes de esta clase o de otra han sido farsas, incluso las de Bolívar. (Távara, 1951, p. 222)73
Otros autores, no han sido tan benévolos en enjuiciar el retiro intempestivo del Protector y las consecuencias dolorosas que de él se derivaron. Pedro Dávalos y Lisson (1924), por ejemplo, dice sin tapujos:
A San Martín, de alguna manera, hay que juzgarlo culpable de cuanto sucedió después, a causa de haber dejado todo en manos inexpertas: gobierno y ejército quedaron en acefalía, dejó al Perú al borde de un precipicio y abrió las puertas al genio ambicioso de Bolívar. (p. 113)
Por su parte, José de la Riva Agüero y Osma en su libro La historia en el Perú (1965) escribe:
El cardinal error que cometió San Martín en el Perú, fue la convocatoria de un Congreso Constituyente en medio de la encarnizada e incierta guerra, frente a enemigos pujantes que ocupaban la mitad del territorio. Tenía con esto que reproducirse el lastimoso espectáculo de discordias, que fueron la invariable compañía y el necesario efecto de todos los Congresos instalados en plena lucha de la emancipación hispanoamericana. (p. 211)
Testimonios ambos que encierran crueles verdades74.
Efectivamente, la ausencia de San Martín, cuyo prestigio se hallaba vigorizado por sus acciones heróicas, debía producir desorientación, pesimismo, aplanamiento y un potente desborde de pequeñas ambiciones entre civiles y militares. No bastaba haber jurado la Independencia del Perú, no era suficiente haber instalado el primer Congreso ni haber promulgado la primera Constitución. A la naciente nacionalidad se le presentaban dos graves problemas: la conclusión de la guerra y la perspectiva sombría de un estado caótico. Como veremos luego, la división y la discordia en el seno del flamante Congreso, la inepcia de la Junta Gubernativa, las derrotas de Torata y Moquegua, el golpe militar de Riva Agüero (el primero de su género en la vida republicana), las obsecuencias de Santa Cruz (al apoyar a Riva Agüero) y el personalismo de Torre Tagle (que pensaba más en su ostentación que en el destino de la patria) ofrecían un cuadro negativo, suficiente para engendrar el pesimismo.
Los últimos momentos del Protector en la capital limeña los pasó en compañía de su amigo y confidente el general Tomás Guido, natural de Buenos Aires. Precisamente ante los reclamos insistentes de su fiel compatriota para que desistiera de abandonar el Perú, San Martín le expresó:
Aprecio los sentimientos que acaloran a usted, pero en realidad existe una dificultad que no podría ya vencer, sino a expensas de la suerte del país y de mi propio crédito; y a tal cosa no me resuelvo. Le diré a usted con franqueza: Bolívar y yo no cabemos en el Perú. He penetrado en sus miradas arrojadas y he comprendido su desabrimiento por la gloria que pudiera caberme en la prosecución de la campaña. Él no excusaría medios, por audaces que fuesen, para penetrar en esta República seguido de sus tropas; y quizá entonces no me sería dado evitar un conflicto a que la fatalidad pudiera llevarnos, dando así al mundo un humillante escándalo. Los despojos del triunfo a cualquier lado que se inclinara la fortuna, los recogerían los maturrangos, nuestros implacables enemigos, y apareceríamos convertidos en instrumentos de pasiones mezquinas. No seré, yo, mi amigo, quien deje tal legado a mi patria; prefiero perecer antes que hacer alarde de laureles recogidos a semejante precio. ¡Eso no! Entre, si puede el general Bolívar, aprovechándose de mi ausencia, si lograse afianzar en el Perú lo que hemos ganado, y algo más, me daré por satisfecho; su victoria sería de cualquier modo victoria americana… (Citado por Giurato, 2002, t. II, p. 146)
Patético y profético testimonio que no requiere de comentario adicional alguno75.
Para concluir, juzgamos de toda justicia histórica reproducir el mensaje de despedida que San Martín pronunció en el seno del Congreso Constituyente el día de su instalación, que fue el mismo de su dimisión. Dice:
Presencié la declaración de los Estados de Chile y del Perú; existe en mi poder el estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el Imperio de los Incas y he dejado de ser hombre público, he aquí recompensados con usura diez años de revolución y de guerra. Mis promesas para con los pueblos que he hecho la guerra están cumplidas: hacer la independencia y dejar a su voluntad la elección de los gobiernos. La presencia de un militar afortunado (por más desprendimiento que tenga) es terrible a los Estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte ya estoy aburrido de oír decir que quiero hacerme soberano. Sin embargo, siempre estaré dispuesto a hacer el último sacrificio por la libertad del País, pero en clase de simple particular y no más. En cuanto a mi conducta pública, mis compatriotas (como en lo general de las cosas) dividirán sus opiniones: los hijos de éstos dirán su verdadero fallo. Peruanos: os dejo establecida la representación nacional. Si depositáis en ella entera confianza, cantad el triunfo, si no, la anarquía os va a devorar. Que el acierto presida vuestros destinos, y que estos os colmen de felicidad y de paz. (Citado por Puente Candamo, 1971, p. 76)
2.2 El primer Congreso Constituyente
La etapa previa a la instalación de esta magna Asamblea, estuvo revestida de una serie de circunstancias (dificultades, desencuentros, malquerencias e incertidumbres) que bien vale la pena registrar, aunque sea de manera sucinta, en las páginas que siguen.
Cuando San Martín convocó al Congreso Constituyente por decreto de 27 de diciembre de 1821, la libertad del Perú era todavía sumamente precaria porque, aparte de Lima y de las provincias del norte que habían proclamado la Independencia, el resto del territorio peruano no reconocía otra autoridad que la del altivo virrey La Serna, instalado en el Cusco desde el mes de julio de ese mismo año en que evacuó la capital limeña, dejándola en manos del Ejército Libertador76. No obstante —como ya se señaló— el general San Martín, cumpliendo su promesa a los pueblos del Perú, creyó necesario reunir una Asamblea Constituyente que estableciera las bases democráticas y jurídicas del nuevo Estado a través de la Constitución que más se ajustara a la realidad del país. Y suponiendo que para el año siguiente la guerra habría terminado, fijó el 1 de mayo como fecha de instalación del primer Congreso Constituyente del Perú. Dice Porras (1974): “Una revolución sin Asamblea Constituyente debió parecer a los patriotas de 1821 (admiradores entusiastas