Catálogo Arquitectura Movimiento Moderno Perú. Alejandra Acevedo

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Catálogo Arquitectura Movimiento Moderno Perú - Alejandra Acevedo


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Espacio. (1947). Manifiesto de la Agrupación Espacio. Expresión de principios de la Agrupación Espacio. Lima.

      Docomomo. (2016). Docomomo International. Recuperado de http://www.docomomo.com/mission

      Ministerio de Cultura del Perú. (2016). Patrimonio cultural. Recuperado de http://www.cultura.gob.pe/patrimonio

      LA REFORMA DE LOS ESTUDIOS DE ARQUITECTURA, LA AGRUPACIÓN ESPACIO Y LA MODERNIDAD

       TESTIMONIO

      El recuerdo más intenso que guardo de mi paso por la Escuela Nacional de Ingenieros como estudiante, de 1942 a 1946, fue el año vivido entre julio de 1945 y julio de 1946, período del viaje al sur del Perú, de la creación del Centro de Estudiantes de Arquitectura (CEA) y de la Reforma de los Estudios en 1945. Estos tres hechos desembocaron al año siguiente en la creación de la Agrupación Espacio, que, influyendo a su vez en la enseñanza, ocupó gran parte de mi vida durante los siguientes años.

      Había ingresado para obtener el título de arquitecto constructor, según el plan de estudios establecido para la Sección Arquitectura a principios de la década. Pero terminé cinco años después, preparado para el título de ingeniero en la especialidad de Arquitectura, que obtuve después de presentar, como proyecto de grado, una unidad vecinal en Arequipa. El cambio del título que se otorgaba fue debido a dicha reforma, que cambió también el nombre de Sección por el de Departamento de Arquitectura.

       El viaje al sur: la carta del Cusco y el primer encargo

      Durante la carrera de Arquitectura, los estudiantes debíamos participar en dos viajes de estudio financiados por la Escuela: al norte, hasta Cajamarca el primero, y el segundo, la vuelta al sur del Perú. En el tercer año, durante las vacaciones de julio, fuimos al norte. Viajamos en el ómnibus de la Escuela, acompañados por el profesor Rafael Marquina y, como invitado, el arquitecto Enrique Seoane.

      El viaje de estudios al sur instituido para los alumnos del 4.° año de Arquitectura, en nuestro caso tuvo algunas particularidades. No pudo acompañarnos el profesor Marquina, solo nos inscribimos cuatro alumnos y viajamos en el automóvil de uno de los compañeros, Julio Ferrand. Esto último nos dio flexibilidad para cumplir exitosamente con los objetivos didácticos del viaje: tomar contacto con el pueblo y el paisaje del interior, así como con el valioso patrimonio arquitectónico vernáculo, inca y colonial del recorrido, con escalas más sostenidas en Cusco y Arequipa. En estas ciudades dos acontecimientos inesperados marcaron nuestro destino: en la ciudad imperial, la carta al diario El Sol; en la Ciudad Blanca, el primer encargo profesional.

      El día que llegamos al Cusco, un artículo aparecido en el periódico local postulaba, para toda obra de arquitectura que se realizara en la ciudad imperial, la obligación de expresar en su tratamiento las dos culturas de la identidad cusqueña, la inca y la colonial. Prácticamente se proponía incluir en la fachada de toda obra moderna muros de piedra y molduras coloniales a imitación de la obra histórica. Ofendidos en nuestras convicciones por el arte contemporáneo de reciente aprendizaje y de respeto a las manifestaciones del pasado, decidimos escribir una carta de oposición debidamente fundamentada, de cuya redacción quedamos encargados Carlos Williams y yo. La firmamos los cuatro, la dejamos en la sede del diario y partimos en gira a conocer los sitios y vestigios monumentales de la zona que incluía Pisac, Ollantaytambo y todo el Valle Sagrado, culminando con la ascensión a Machu Picchu, en aquel entonces solo posible a lomo de mula.

      A nuestro regreso, con sorpresa y satisfacción leímos en el diario El Sol (30 de setiembre de 1946) nuestra carta, publicada con un amable comentario de la dirección1.

      Después del largo periplo por las iglesias de Puno, las chullpas de Sillustani, el cruce del lago Titicaca, la rápida visita a Copacabana y el retorno por Tacna y Moquegua, tomamos un descanso en Arequipa, visitando con calma la magnífica arquitectura en sillar de iglesias, conventos y casonas.

      La Ciudad Blanca nos graduó por anticipado, al iniciarnos en el ejercicio profesional por intermedio de José Polar, uno del cuarteto viajero, ligado a conocidas familias locales. En su encuentro con Carlos Cánepa Sardón, presidente del Club Internacional, se gestó la posibilidad de proponer un anteproyecto para el local institucional. Polar, quien desde hacía ya un tiempo estudiaba para los exámenes y trabajaba conmigo y con Williams los diseños de Taller en mi casa, nos involucró en el pedido, que se concretó en un encargo formal cuando visitamos el extraordinario terreno propiedad del Club, situado en Zamácola, junto al lecho del río Chili. Allí, de pie ante una hermosa vista, redactamos el Programa de Necesidades. Fue inusitado: teníamos 21 años, no habíamos terminado aún los estudios y recibíamos ya el primer encargo profesional. Antes de que terminara el año, nuestro anteproyecto, moderno naturalmente, fue entregado y aprobado por el Club. Desarrollamos los planos definitivos durante los primeros meses del año siguiente y la construcción se pudo iniciar con la solvencia de la firma Flórez y Costa.

       Formación de la Junta para la Reforma, el CEA y otros antecedentes

      La reforma fue impulsada por los alumnos, a quienes representé a través del Centro de Estudiantes de Arquitectura que habíamos fundado recientemente. Esa reforma comprometió en realidad a todas las especialidades de la Escuela, fue obra de una junta mixta de profesores, egresados y alumnos que se conformó cuando en el Congreso de la República se anunció una nueva Ley Universitaria.

      La iniciativa partió de un docente de la Sección Minas, el ingeniero Mario Samamé Boggio, quien a través del alumno Manuel González de la Cotera convocó a un grupo de estudiantes de diversas especialidades –yo entre ellos por la Sección Arquitectos Constructores– al local de la Sociedad de Ingenieros, ubicado en La Colmena. De la primera o segunda reunión salí con la misión de invitar a dos profesores, ellos fueron Rafael Marquina y Héctor Velarde2, y, poco después, a un egresado, Juan Benites, el más famoso entre los arquitectos egresados, pues había sido jefe de la barra de la Escuela en varias de las olimpiadas interuniversitarias anuales. Los otros alumnos cumplieron misión semejante en su correspondiente sección. Quedó así conformada la junta por dos profesores, un alumno y un egresado por cada sección de la Escuela. Cuando se iniciaron las sesiones formales, el ingeniero Samamé fue elegido presidente y yo secretario de lo que en adelante denominaríamos la Junta Mixta de Reforma de la Escuela de Ingenieros.

      Los deseos de reformas que los estudiantes de Arquitectura sentíamos como apremiantes, eran compartidos en cierta medida por los de todas las otras especialidades. Entre nosotros, los de Arquitectura, estos deseos se alimentaban de un insoportable contraste entre la enseñanza que padecíamos (la del modelo Escuela de Bellas Artes de París, centrada en el conocimiento y aplicación de los órdenes clásicos, que tomaba todo el segundo año de Taller3, y de su aplicación a proyectos de estilo neoclásico primero y neocolonial después, que ocupaban el tercero y hasta el cuarto de Taller) y la información que habíamos empezado a recibir a través de libros y revistas sobre la arquitectura libre de forzados estilos, practicada desde hacía buen tiempo en otras partes. Este contraste provocaba opiniones, discusiones y hasta enfrentamientos entre los alumnos de todos los niveles, que, felices sin embargo, compartíamos ese Taller Vertical tres tardes por semana, en los altos salones intercomunicados, en el segundo piso del viejo local de la calle Espíritu Santo, donde, escuchando cada hora las campanas del templo vecino, trabajábamos y dialogábamos hasta que la falta de luz eléctrica, tarde ya, nos obligaba a abandonarlos.

      Se alimentaba también nuestra necesidad de cambio de lo que, desde un mundo menos estudiantil, más íntimo y amical, aprendimos en las enriquecedoras tertulias de Barranco, donde vivía Carlos Williams, Carlín, el más culto de nuestros compañeros de promoción. Allí, en una terraza enladrillada, a media ladera, en uno de los flancos de la Bajada a los Baños, con vista al mar por un lado y por sobre los ficus


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