Sesenta semanas en el trópico. Antonio Escohotado

Читать онлайн книгу.

Sesenta semanas en el trópico -  Antonio Escohotado


Скачать книгу
Tras Johnnie, el empleado de sastrería en Bangkok, era el primer nativo que me hablaba sin rodeos de asuntos pertinentes, poniéndose en el lugar de su interlocutor. Así se lo hice saber, elogiando de paso su hospitalaria acogida. Esperaba volver muy pronto a Thongson Bay, escribiría para el Samui Magazine y le deseaba mucho éxito en su negocio.

      —Muchas gracias, muchas gracias. No imaginan cuán expeditivos pueden ser algunos compatriotas cuando se ven expuestos a competencia, como propietarios de tiendas, fondas o chiringuitos playeros. Después de ensayar magia negra con el vecino no es infrecuente recurrir a tiros, para espantarle o matarle. Los thai somos muy aficionados a las armas de fuego. Uno de los negocios más rentables es el salón de tiro (en Samui hay varios), donde los clientes pueden disparar con armas cortas de distinto calibre, escopetas e incluso rifles de asalto.

      6/9

      Hacia las cuatro de la tarde de ayer, cuando ya me conformaba con la grisura goteante, el ventanal puso de relieve un estallido de esplendor que el día de hoy confirma. Cielo, tierra y mar han recobrado su respectivo sitio, al amparo de una lluvia por fin torrencial, catártica. Quizá me tocó simplemente un lugar seco durante la turbulencia de agosto, cuando el agua no acaba de poder lavarse a sí misma. Esto promete dejar de ser el parainfierno previo. El mar de fondo puede acabar dando paso a una perfecta transparencia, el aire hacerse nítido hasta exhibir detalles lejanos, y la vegetación llegar al cenit de su abundancia. Cielo, mar y tierra, las potencias elementales, se dirían dispuestos a reanudar su vida separada, coexistiendo en vez de confundirse pegajosamente.

      Y Udom me ha recordado la conveniencia de no generalizar.

      12/9

      Los amigos trajeron periódicos y revistas, abundantísimo papel de liar (aquí sólo venden de tamaño mini o maxi), prisa por ir cada día a alguna playa y ganas de hacer al menos un viaje sin desplazamiento. A la semana me agobian algo las prisas por salir hacia Chaweng en cuanto abro los ojos, a pesar de que tenga la mejor arena y el agua más clara de toda la isla. Por lo demás, el día empieza bien limpiando el estómago con una piña entera y escrupulosamente pelada, como las que ofrecen las vendedoras ambulantes. Nosotros presentamos ese fruto en rodajas cuyos bordes conservan algunas de las pilosidades, pues parecería que quitarlas exige reducir mucho lo comestible o meter la punta del cuchillo para sacar cada pelo, cuando son ciertamente numerosos. Aquí saben que están distribuidos en espiral, y haciendo un surco con forma de tornillo extirpan prácticamente todos, lo cual aprovecha al máximo el fruto y permite que uno se lo coma en forma de largas lonchas longitudinales. Grandes, fríos y jugosos, esos trozos ofrecen tonos orgásmicos al paladar.

      Las vendedoras ofrecen también satay de pollo con una sabrosa salsa de cacahuete, mazorcas a la brasa y ensaladas de papaya y mango (ferozmente cargadas de chile). Muy menudas de cuerpo y protegidas del sol por grandes sombreros de paja, estas mujeres recorren la arena de aquí para allá portando una veintena de kilos —distribuidos en los extremos de una vara flexible—, ya que suman al peso de las frutas y demás viandas una pequeña cocina de carbón vegetal. Los vendedores varones, más escasos, ofrecen pareos, otras prendas de vestir, tatuajes de vida breve e incluso drogas ilícitas, si bien el agente provocador es una institución habitual, y se combina con legiones de simples timadores.

      13/9

      Por las noches no hay urgencia turística que valga, y muchas veces hablamos de política. Guillermo y Cristina, antiguos ultraizquierdistas (como yo a su edad), miran sin vacilaciones la crisis de aquella actitud. Comentamos la mezcla de agresividad práctica y pacifismo teórico que caracteriza sus manifestaciones por el mundo, añadiendo yo que su modelo quizás fue troquelado hace unos ochenta años por el Komintern, la oficina estaliniana de acción internacional. Aunque mediasen tres décadas entre mi militancia y la suya, los tres recibimos consignas idénticas: si la policía carga, los valientes responderán a violencia con violencia; y si no carga gritaremos «asesinos, asesinos» hasta inducir alguna «provocación». Para darse ánimos, los manifestantes corearán que «el pueblo unido jamás será vencido», siendo «fascistas» quienes no secunden el estribillo. Igual da que se trate de la OTAN, una reforma en el plan de estudios, rechazar cierta guerra, promover una huelga, boicotear alguna reunión de la OMC o explotar políticamente un descarrilamiento de trenes. Siendo la provocación provocada el hallazgo básico del caso, cualquier reunión pacífica envereda por distintos alborotos, pues, aun comprometido con Gandhi para ese acto concreto, el camarada auténtico no logrará mantener su santa paciencia hasta el final.

      Certezas absolutas, mucha ira y poco trabajo de documentación fundamentan semejantes autos de fe. La caída del muro berlinés tranquilizó a los partidarios de la democracia y su paz prosaica, pero pone a un número indeterminado de personas en la tesitura de apostatar, renunciando a un credo sostenido durante generaciones. Lo que pareció sesuda filosofía —materialismo dialéctico concretamente— resulta ser una religión, tan fiel a principios dogmáticos como las demás religiones. Heredera de la conciencia cristiana, desgarrada entre el más allá y el más acá, Dios y el Dinero, la conciencia marxista se desgarra en la contradicción de abolir la pobreza y adorarla.

      15/9

      Fuimos al único mercado propiamente tal de esta pequeña isla, que se encuentra en su centro administrativo, Nathon, un pueblo con dos mil habitantes a lo sumo. Sus playas son tan planas que la bajamar descubre medio kilómetro o algo más de arrecife arenoso, disuadiendo a hoteleros y turistas de instalarse por allí. Hay a cambio varios bancos, la oficina de inmigración, el juzgado, la cárcel y el cuartel general de policía. También un par de farmacias, dos o tres tiendas tolerables de ropa y telas, varias barberías, una decena de (malos) restaurantes —incluyendo uno que fue de españoles, y todavía ofrece tortilla de patata frita en aceite de coco—, un conato de librería que trabaja con volúmenes usados y regenta un misionero irlandés anciano y casado con una thai, dos docenas de joyerías insultantemente estafatorias, desprovistas de cualquier piedra preciosa auténtica, un astroso Nathon Palace para mochileros desorientados (que perdieron el ferry a Koh Phangan, Koh Tao o el archipiélago donde fue rodada La playa, con Di Caprio de estrella), la estafeta de correos y la compañía telefónica. Dos veces me han cortado la línea por impago, sin comerlo ni beberlo. Mandan la quincenal factura en thai, la familia de Sathien no me traduce esa misiva y a los tres días sucumbe mi nexo con el mundo vía Internet.

      El mercado de Nathon se parece arquitectónicamente al de Ibiza, por ejemplo, ya que es un paralelogramo cuya bóveda se arma con vigas de madera, sostenido el perímetro por columnas de obra. Cada lado tendrá cuarenta o cincuenta metros. Pero el mercado de Ibiza se limita a frutas y verduras, con algún puesto dedicado a salazones y legumbres hervidas, mientras en Nathon hay también carne, marisco y pescado. La carne es pollo y búfalo local; el marisco son almejas diminutas, langostinos, cangrejos y bebés de langosta. El lado que da a la calle principal corre paralelo a una cañería, cuyos amplios sumideros alivian la presión en caso de chaparrones súbitos y diluvios. Si superamos ese shock olfativo y visual surge un espacio abigarrado por lo diminuto de cada puesto y el exotismo de sus productos. Uno entre cada cinco artículos es reconocible. Veníamos buscando los ingredientes para hacer gazpacho y pisto, pero no hay rastro de pimiento o calabacín, y los tomates son todos verdes. El pescado —tiburón, arenques rojos y blancos, dorado y barracuda— se refresca con algunos cubitos de hielo, poca cosa para 30 grados y un 98,5 % de humedad ambiente. Algo más allá cuartos de búfalo cuelgan de grandes ganchos, empanados por una costra de moscas y avispas.

      Tras recorrer la lonja con cierto detenimiento, no diviso cámaras refrigeradoras. Sólo he visto neveras industriales en pequeños súpers de los caminos (donde se juntan pollos con palitos de merluza y sorbetes), y prometo no volver a pisar el mercado de Nathon. Adiós al segundo par de alpargatas, cuyo esparto topó con su resbaladizo suelo.

      20/9

      Horas después de cenar en el Eddie's, donde hacen una pasable cocina local, ensayamos dos drogas de diseño. Ellos una pequeña dosis de 2-CT7, regalo de Shulgin cuando nos vimos la última vez, y yo MDA en una dosis prudente (100 mg). Pero ni la dosis de ellos ni la mía —que debió completarse 'con cafeína— daban para despegar, con lo cual acabamos comprendiendo que no habría viaje en sentido estricto, sino un amable


Скачать книгу