Sesenta semanas en el trópico. Antonio Escohotado

Читать онлайн книгу.

Sesenta semanas en el trópico -  Antonio Escohotado


Скачать книгу
probar que no había allí bichos molestos, como temían mis amigos), y los mosquitos ni nos rozaron.

      Tras recogernos dentro, porque en la terraza sí comenzaron a zumbar, lo que teníamos sobre la mesa era Le Monde Diplomatique, levemente tocado por irradiaciones visionarias. Ahí estaba la forma actualizada del Komintern, que en vez de internacionalismo proletario preconiza una estrategia antiglobalización. I. Ramonet, su director, es un veterano militante anticapitalista que fundó con otros colegas el colectivo ATTAC, una asociación orientada a aprobar internacionalmente cierta tarifa sobre movimientos especulativos. Se trata de la tasa llamada Tobin —cuya viabilidad estudió James Tobin, premio Nobel de Economía hace décadas—, si bien Guillermo bucea en Internet y encontramos de inmediato una entrevista concedida por Tobin a Der Spiegel, donde lamenta la desinformación que llevó a instrumentalizar su criatura. Según él, el mundo ha cambiado demasiado para que su antigua propuesta sea viable sin graves inconvenientes, y menos aún en los términos preconizados por ATTAC. Ante todo, le parece «anacrónico» que se esgrima como caballo de batalla contra el capitalismo transnacional un medio diseñado para amortiguar sus periódicas crisis.

      Pero anacronismo es quizás lo que aqueja primariamente al antiglobal, cuya oposición al librecambismo coincide en la práctica con intereses de multinacionales como las de alimentación, favorecidas de manera extraordinaria por aranceles que gravan la exportación agrícola de países poco desarrollados. Una amarga ironía es que su anticapitalismo coincida con la política comercial de Carrefour y United Fruit, por ejemplo. Las multinacionales son para ATTAC el corazón del mal contemporáneo, aunque sólo se sostengan gracias a la buena gestión de cierto patrimonio inicial (en otro caso quiebran o cambian de manos), y aunque den empleo a cientos de millones de personas. Por razones no bien explicadas, parece que las empresas deben ser locales, o cuando mucho nacionales. Si su eficiencia les permite ampliar mercado pasan de simples comercios a enemigos del género humano.

      21/9

      Causas de la pobreza y la riqueza. Darle vueltas al tema del año sabático —al fin y al cabo una simple formalidad administrativa— puede considerarse un antídoto para la zozobra del ánimo. Pero me mueve también la ambición de encontrar razones y datos útiles para los jóvenes. Formados desde la primera infancia por pantallas de televisión, y cada vez menos leídos (por no decir que analfabetos funcionales), necesitan un concepto tan distante como sea posible del conformismo y el sectarismo. Si pusiese mis vísceras a la vista exclamaría: Sed revolucionarios sin preconizar incoherencias, afanaos en cualquier revolución que no sea regresiva; reconoced la espontaneidad de la naturaleza, y confiad en la libertad humana como cauce primario para mejorar nuestra suerte. Mucho mejor que confiaros a tutelas dirigistas, delegando vuestra responsabilidad en timoneles mesiánicos, defended unas reglas de juego que creen libertad en vez de recortarla.

      Las declaraciones enfáticas se exponen en cursiva. Aunque no sea conservador, ni en el pasado lo fuese, debo reconocer que la mayoría de mis ideas revolucionarias concretas (cambiar radicalmente esto o lo otro, de tal o cual manera) acabaron revelándose triviales o desinformadas. Sólo una suma de tiempo bastante y buena fe enseñan en qué medida la pretensión de retroceder hasta el principio, transformando de arriba abajo tal o cual resultado evolutivo, delata algún sesgo simplista. Pero esto no habilita para ignorar las posibilidades incumplidas por cada presente. Al contrario, quien venere la conservación vivirá entre el pavor y la ceguera. Liberal, libertario, ácrata, anarcocapitalista, revolucionario sin insensatez o crueldad... Hay muchas palabras para quienes prefieren ir con la evolución a frenarla por motivos pusilánimes, o inventársela a sangre y fuego como si fuesen demiurgos. Hayek atribuye a esta actitud «afición por lo vivo y natural, amor a todo lo que sea desarrollo libre y espontáneo». He ahí un talante no reñido con la prudencia que siempre inspira cultivar el conocimiento. Y he ahí algo transmisible a las nuevas generaciones.

      El joven es capaz de plantearse qué hacer, e incluso de ponerse a hacerlo, porque sólo él dispone de aquella flexibilidad necesaria para iniciar e interrumpir. Lo activo predomina en él sobre lo contemplativo, condicionando cierto déficit de lucidez compensado por un superávit de ímpetu. A diferencia de adultos y viejos, que fingen con mayor o menor amabilidad escuchar, el joven escucha. Le va la vida en ello, porque ignora a menudo hacia dónde ir. Entre los quince y los veinte años ¿no hemos pasado todos por maratonianas conversaciones con los amigos, descubriendo lecturas, creencias y proyectos? Fue entonces cuando decidimos ser tal o cual cosa, aunque la herencia inclinase sutilmente los dados de cada apuesta.

      22/9

      Un conato de costumbre lleva cada atardecer al embarcadero de Mae Nam, la aldea más próxima, donde acuden un transbordador y varias lanchas rápidas con destino a Koh Phangan. Está casi en el extremo de una playa poco convexa, con una franja de arena variable según las mareas aunque estrecha, que se hunde rápidamente al entrar en contacto con el agua. No habrá ni dos metros haciendo pie, y una brisa sostenida encrespa sus oscuras aguas. Dejo la moto o coche alquilados muy cerca, me doy un chapuzón largo, nadando con toda la energía disponible, y recobro fuerzas con unos anacardos thai style. Como se sirven rehogados en aceite (por desgracia de coco), lo habitual es acompañarlos con un platillo de cebolleta y chile muy picados, que a veces se incorpora al plato. Pido que sirvan estos ingredientes aparte, para no padecer excesos de chile. Y si la cantidad de cebolleta es suficiente, cada cucharada de fruto seco resulta deliciosa.

      El bar tiene una terraza que da al mar. Mirando hacia la izquierda hay dos o tres kilómetros de playa, jalonada por palmeras y almendros. El sol ya no toca esa zona, sino que se concentra en lo que hay mirando al frente: la abrupta y selvática mole de Koh Phangan. Embarcaciones de vela y motor surcan el estrecho. Llevo algunas tardes viniendo con un libro, el spray antimosquitos y una muda de bañador. A última hora, dado el pintoresco servicio del sitio (donde coexisten un teléfono de ducha para quitarse el agua salada con dos urinarios), suelo optar por enrollarme un pareo. El crepúsculo dura poco, de manera que cuando la lectura empieza a ser sabrosa se sume en tinieblas. Unos escasos foráneos —alguna pareja de mujeres, familias con niños, mochileros que van o vienen de Koh Phangan, robustos submarinistas de dos escuelas próximas— forman la clientela. Guisar está a cargo de mujeres, pero el servicio de mesas se lo rotan dos travestis que nunca aparecen con atuendo y maquillaje femenino. Son varones vestidos de varones, aunque eso mismo les haga más anómalos. El hecho de no disfrazar su vocación —«arreglándose» femenina o masculinamente— indica hasta qué punto son normales para el resto de los thai. Por lo demás, resultan atentos e inusualmente eficaces a la hora de cumplir comandas, algo que suele atragantarse a casi todos los camareros de sitios baratos, e incluso caros. Al tercer día me preguntan de entrada:

      —Fried cashewnuts with a glass, one beer and one lemonade?

      Al cuarto día dan ya a la clara su nombre inglés.

      —Fried cashewnuts and shandy, I suppose.

      23/9

      Análogo al exceso de semillas que produce cualquier planta enferma, suele suceder que más miseria produzca más fertilidad, más fertilidad produzca más bocas y más bocas agraven el hambre. Ese círculo vicioso se encona allí donde los asolados por sequías elevan oraciones a alguna deidad en vez de ponerse a construir aljibes, olvidando que su primer deber es la autoayuda. Por contrapartida, el rendimiento del trabajo crece en sociedades llamadas al pluralismo y al cambio. Entendámonos: en grupos donde márgenes cada vez más amplios de libertad política y religiosa coinciden con formas cada vez más acusadas de libertad sustancial, que básicamente decide sobre cónyuge, empleo y residencia, sin perjuicio de cambiar cuantas veces quiera de cónyuge, empleo y residencia.

      Le Monde Diplomatique lamenta que «nadie defienda a los pobres a escala planetaria, salvo la caridad internacional o las ONG». Pero la virtud de ayudar al pobre no debería confundirse con una defensa de la pobreza como virtud, pues en vez de reducir la miseria promueve un engranaje —progresivamente corrupto— de organizaciones dedicadas a exprimir el evangelio victimista. ¿Hasta cuándo se seguirá considerando humanitario vituperar la riqueza, mientras prácticamente todos los humanos tratan de ser ricos? Sostener que viene de «explotar» la pobreza es parcialidad, cuando puede decirse —con el sesgo inverso—


Скачать книгу