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si la escuela está en transformación o no, sino más bien hacia dónde avanza (o incluso si retrocede). El sentido de la marcha es lo más relevante en este momento, pues solo cuando decidamos hacia dónde camina podremos determinar el camino o la velocidad adecuada. Para ello es necesaria la utopía.

      Mucha gente confunde utopía con imposibilidad, pero obviamente no es lo mismo. La imposibilidad es negativa y cierra las opciones de cambio. La utopía es esperanza y deseo; se ofrece al caminante como aliciente para dar un paso más, un nuevo paso. También tiene sus riesgos, obviamente: la utopía que no se alcanza genera frustración e insatisfacción en la misma medida que se espera que el logro genere mejora y felicidad.

      Por eso los textos que aquí se ofrecen son breves fotografías a camino entre el presente y el futuro. O, mejor dicho, estos textos miran al presente como futuro, considerando los deseos y las necesidades, pero también las amenazas y los problemas que acechan por doquier. En nuestras manos está determinar no solo cuál es nuestra utopía sino también cómo queremos hacer el camino.

      Precisamente para hacer juntos este camino incorporamos aquí, junto al concepto de utopía, un concepto propio de otro ámbito académico y social: los activos de aprendizaje. En sanidad se habla desde hace tiempo de activos de salud (Morgan, Ziglio y Davies, 2014) en la búsqueda por promover unas condiciones que promuevan la salud y eviten la enfermedad. Mediante estos activos, la comunidad y el individuo generan y participan en situaciones que les proporcionan bienestar y salud, contribuyendo así a la construcción colectiva de una sociedad más armónica y feliz.

      De la misma manera, en nuestra vida personal y social contamos con activos de aprendizaje que promueven, estimulan y permiten un desarrollo integral equilibrado del individuo y la comunidad. En este sentido, cada individuo, inserto dentro de un entorno personal de aprendizaje, tiene a su disposición una amplia batería de “recursos”, que pueden ser usados consciente o inconscientemente para ampliar su conocimiento y su competencia: las personas que le rodéan, las situaciones y eventos en los cuales participa, los dispositivos con los cuales interactúa y los productos que genera se convierten así en oportunidades para aprender. Somos organismos que aprenden y nuestro entorno es una fuente constante de aprendizajes.

      En este sentido, el texto que tienes en tus manos contiene fragmentos de un mapa de estos activos de aprendizaje que aún está por explorar. Las siguientes páginas, muchas de ellas sembradas en diversos blogs y publicaciones dispersas, y ahora recolectadas y preparadas para darles coherencia, no pretenden ni acotar el terreno ni ser exhaustivas, sino ser un mosaico razonablemente coherente de una educación en movimiento y en vías de transformación. Si al acabar su lectura, que aconsejamos acometer en pequeños sorbos, sientes tú también deseos de caminar, este libro habrá alcanzado su objetivo, que no es otro que provocarte y acompañarte en la acción.

      Capítulo uno

      La escuela como activo de aprendizaje: utopías de nueva escuela

      “Creo firmemente que vivimos una revolución.

      Hay signos de ello por todas partes… incluso en algunas escuelas”.

      Jordi Adell6

      Los seres humanos leemos la realidad a través de nuestros marcos mentales, que a su vez son una construcción de significados elaborada a partir de las experiencias vividas a lo largo de nuestra vida. Disponemos de marcos mentales para todo tipo de eventos y estos marcos nos permiten “entender” la realidad y actuar en ella. Algunos de esos marcos mentales son, incluso, ampliamente compartidos por un grupo, más o menos amplio, configurando así un marco cultural. (Trujillo Sáez, 2006).

      Obviamente, disponemos de un marco mental y un marco cultural para entender qué significa aprender y enseñar, que incluye imágenes e ideas relacionadas con la escuela y la labor de los docentes. Toda la población escolarizada posee estos marcos mentales y culturales, lo cual explica que todos creamos saber cómo se aprende y se enseña de manera eficaz, aunque esta imagen “popular” (folk) no sea acertada ni esté relacionada con el conocimiento acumulado por las Ciencias de la Educación.

      Sin embargo, visibilizar estos marcos mentales y culturales y ser capaz de deconstruirlos es el primer paso para la mejora de la educación, especialmente cuando el avance acelerado de transformaciones sociales y tecnológicas hace que el marco mental y cultural de finales del siglo XX puede que no sea la mejor manera de entender o intervenir en la educación del siglo XXI, como podemos ver a continuación.

      Pues sí, yo soy Trujillo. Has leído bien: Trujillo. Es decir, yo me sentaba detrás de Terencio y Triviño, y justo antes de Úbeda y Uribarri. Éramos el final de la lista y cuando el profesor llegaba hasta nosotros, nos nombraba como quien realiza un gran esfuerzo, con un tono cansado a medida que se acercaba a los últimos nombres:

      –“Terencio, Triviño, Trujillo, Úbeda, Uribarri.” Esos eran los límites de mi universo conocido.

      Al otro lado de la lista estaban los Martínez y Mendoza. A los Pérez les pasaba como a Guadalajara, que todo el mundo sabe que está en el centro, pero nadie sabe ubicarla exactamente. Aún más lejos, en la otra clase, se hablaba de apellidos luminosos como Ariza o Benavente, pero yo nunca pude confirmar esta leyenda urbana. Los niños de la clase B nunca nos juntábamos con los de la clase A, como tampoco en nuestra clase hacíamos trabajos en pareja o en grupos ni proyectos ni aprendizaje por descubrimiento, en fin, ninguna de estas cosas modernas que ahora se estilan. En aquella época incluso teníamos Pretecnología, que a veces me pregunto yo cómo pudo alguien en el Ministerio de Educación de aquella época imaginar, cuando se hizo el currículo de la EGB, que después de la pre-Tecnología de los setenta y los ochenta llegaría la Tecnología de los noventa.

      En fin, estos son mis antecedentes, y también el germen del orden de mi vida.

      Entre muchas otras cosas, cuando uno entraba en la escuela, aprendía que todo tiene que estar cuadrado: desde la perspectiva de un niño, la escuela era una fila, una cuadrícula de mesas, una secuencia de clases fijadas por un horario en forma de tabla; desde la perspectiva del docente, la escuela es una serie de programaciones con objetivos que se alcanzan a través de actividades que se analizan con criterios de evaluación. En este brindis al sol de la previsión docente, toda actividad debe ser anticipada y reflejada por escrito en un formato estandarizado.

      En el aula, todo se pretendía que estuviera perfecta y secuencialmente ordenado: entra el docente en clase, se abren los libros de texto, se revisan los deberes, se explica la página siguiente, se subrayan los cuadros resumen y se marcan nuevos deberes justo antes de salir para la siguiente clase, dejando atrás a los estudiantes fascinados por nuestra capacidad pedagógica.

      Y todo ello, obviamente, para conseguir… ¿los mejores resultados? Según las estadísticas del propio Ministerio de Educación7 podemos estar contentos porque la evolución del abandono temprano de la educación y la formación es positiva: hemos pasado de un 30,3 % de la población de 18 a 24 años que no completaba la Educación Secundaria en 2006 a un 19,0 % en 2016. Ahora bien, aun reconociendo el avance, la media de la Unión Europea en 2016 es de un 10,7 % de la población y seguimos por encima de países como Portugal (que ha pasado del 38,5 % al 14,0 % en el mismo período) o Italia (que ha bajado del 20,4 % al 13,8 %).

      Pero ¿cómo es posible que mantengamos estas estadísticas? Teníamos un plan, una estrategia, una tropa bien entrenada, unos estudiantes entregados, una familia concienciada y la Administración, dedicada a componer una ley educativa tras otra según fuera el color del partido político en el poder.

      En mi opinión, para entender la situación es necesario comprender a Don Leocadio y a la Señorita Paqui.

      Don Leocadio y la Señorita Paqui fueron nuestros maestros de la EGB. En los setenta Don Leocadio y la Señorita Paqui eran unos innovadores y dieron lo mejor de sí para convertir la educación del franquismo en una escuela más moderna y ajustada al proceso de transformación que vivía España; sin embargo, desde entonces, las estrategias de Don Leocadio y la Señorita Paqui, que no son más que una metáfora de una cultura educativa ajustada


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