Activos de aprendizaje. Fernando Trujillo Sáez

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Activos de aprendizaje - Fernando Trujillo Sáez


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sentido de nuestra vida no puede ser llegar vivos al último tema del libro de texto, justo antes de la fiesta de fin de curso. Entre otras cuestiones, las estrategias de Don Leocadio y la Señorita Paqui no nos sirven porque nuestros estudiantes son conscientes del final de los dos mitos que las sustentaban: por un lado, “el maestro lo sabe todo”; por otro lado, “hijo, ve a la escuela, que allí te enseñan todo lo que hay que saber para la vida”.

      Me temo que no es así. El conocimiento es el resultado de la participación en actividades sociales significativas, muchas de ellas en la red, pues siendo “nodos conectados” tenemos acceso a la información que nos permite generar conocimiento si se dan las condiciones adecuadas de trabajo, reflexión y reelaboración de la información para apropiarnos de su sentido. Y este conocimiento conectado nos permite intentar comprender y actuar en una realidad profundamente compleja, cambiante, escurridiza.

      Sin embargo, hemos querido que el currículo sea un espejo de la realidad y por eso hemos seguido expandiéndolo y engordándolo como si el horario escolar no tuviera límites. Pues bien, resulta que el currículo no puede nunca abarcar toda la realidad. El currículo hoy es un espejo roto, fragmentado y que corta por muchos lados. Y nuestros estudiantes y nosotros somos conscientes de ello.

      Solo cabe una posibilidad: prepararnos para la incertidumbre. Desarrollar competencias que nos permitan localizar información de calidad y compañeros para la aventura del aprendizaje. Aprender a filtrar la información, leerla críticamente, compartirla. Saber enfrentarnos a preguntas, encontrar respuestas y generar nuevas preguntas. Transferir lo aprendido a situaciones novedosas, y reflexionar sobre la experiencia vivida. Eso es hoy aprender.

      Ustedes pueden creer que he cambiado de tema o que me he confundido con la sección de Ciencia Ficción Educativa, pero les aseguro que no. Hoy en nuestras escuelas hay decenas de docentes que crean en sus aulas espacios de aprendizaje como estos. Es decir, espacios de búsqueda y de diálogo entre todos los habitantes del aula y de conexión con otros nodos más allá. Así pues, hablemos de cómo los docentes crean hoy espacios de aprendizaje eficaces y duraderos en contextos de hiperabundancia de la información.

      Para empezar, imagino que el lector conocerá la historia de Arquímedes o la de los pósits como ejemplos de serendipia. En el primer caso, Arquímedes descubrió el principio que lleva su nombre, según el cual todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso del fluido desalojado, al intentar descubrir si una corona había sido confeccionada con las cantidades y la proporción de oro y plata que decía el artífice de la obra. En el segundo caso, Spencer Silver, Art Fry y la compañía 3M inventaron uno de los iconos del diseño creativo (sic) gracias al fracaso de los adhesivos de acrilato y la frustración por fijar separadores en las páginas de un libro.

      ¿Qué tienen realmente en común ambas historias? ¿El nudo? ¿El desenlace? No, en realidad ambas historias tienen en común que surgen a partir de un reto. Y eso es precisamente lo que proponen los buenos docentes a sus estudiantes: retos. El reto puede ser construir una cámara de fotos con una caja de zapatos, lanzar un cohete al espacio o grabar un documental sobre la posidonia. Lo importante es que los estudiantes lo sientan como un auténtico reto, algo a lo cual merece la pena dedicarle tiempo y atención.

      A partir del reto comienza un auténtico viaje en el cual los estudiantes deben localizar información, comentarla, organizarla, darle sentido, buscar respuestas o plantearse nuevas preguntas. Aquí es donde creamos un tiempo y un espacio para el auténtico aprendizaje, aquel que se plantea preguntas y busca respuestas.

      En realidad, en mi opinión la clave no es tanto el nivel de control que mantengamos sobre el proyecto sino el porcentaje de diálogo que permitamos. Ahí es donde están tanto el descubrimiento como el auténtico aprendizaje. ¡Qué le vamos a hacer! Cientos de años de Ciencias de la Educación nos han llevado a concluir que los estudiantes aprenden mejor simplemente hablando entre ellos para resolver problemas, en vez de escuchándonos a nosotros, los docentes, contarles cómo se resuelven esos problemas.

      Claro que esto abre otro tema de debate: ¿qué será más enriquecedor para el aprendizaje, un agrupamiento de estudiantes homogéneo o uno heterogéneo? Aquí recurriremos a las Ciencias Sociales y en concreto a la Teoría de Redes. Esta nos dice que puede haber lazos fuertes y lazos débiles. Por ejemplo, el lazo que te une con tu pareja es un lazo fuerte; el lazo que te une con una persona que acabas de conocer es débil. Si lo contemplamos ahora junto con la Teoría de la Información, los lazos fuertes son poco informativos mientras que los lazos débiles suelen ser más informativos por la simple razón de que el vacío de la información entre ambas personas, que es el motor de la comunicación, es mayor. Por ello, como se suele decir, en la variedad está el gusto, así que una manera de fomentar el aprendizaje en la escuela es alternar grupos cooperativos heterogéneos con distintos formatos a lo largo del año escolar (siempre que se tomen las precauciones y se realicen las actuaciones necesarias para garantizar la cohesión suficiente en estos grupos de tal forma que el diálogo –y el trabajo– fluyan).

      En todo caso, estos grupos heterogéneos tienen que salir de su zona de confort. En primer lugar, salir de la zona de confort implica salir de clase, arriesgarnos a ver otras realidades distintas a las nuestras o a las que nos muestran los libros de texto. En segundo lugar, salir de la zona de confort significa ver la realidad de modo diferente, y ahí podemos recurrir a las muchas técnicas de creatividad que tenemos a nuestra disposición, desde los sombreros de De Bono hasta el Scamper, pasando por el Pensamiento Visual o el diseño de prototipos. Puede parecer increíble, pero todas estas técnicas están presentes ya, en cierta medida, en muchas de nuestras escuelas.

      De todos modos, hoy el principal riesgo de los espacios de aprendizaje no es cómo enseñamos, porque el aprendizaje encuentra el camino incluso en los enfoques más tradicionales de enseñanza. El principal riesgo es cómo evaluamos.

      Crear espacios cooperativos de aprendizaje a través del descubrimiento y la investigación está muy bien… hasta que llegamos al examen final. ¡El examen! ¡Ese sí que es un tema relevante! O reproduces exactamente lo que ha contado el docente o expone el libro de texto o ya puedes recoger el descubrimiento y la investigación, largarte y comenzar tu camino como emprendedor… eso sí, sin título de graduado en Educación Secundaria Obligatoria.

      Pero ahí también hay muchos docentes que, en lugar de elegir una evaluación castradora, optan por una evaluación iluminadora. Es decir, buscan estrategias de evaluación que les permiten saber cómo aprenden sus estudiantes, apreciar los avances y, si están teniendo alguna dificultad, poder ayudarlos.

      Así pues, no todo está perdido. Frente a las reválidas y los estándares de aprendizaje, hay un amplio grupo de docentes que apuestan por la innovación y que admiten la investigación, la creatividad y el diálogo como aliadas para el proceso de aprendizaje. La pregunta ahora es cómo conseguimos que en lugar de tener un 10 % de profesorado innovador en cada centro tengamos como mínimo un 90 % innovador.

      Mi propuesta aquí es que gamifiquemos la profesión docente. Gamificar consiste en aplicar algunas de las claves que hacen de los juegos una experiencia satisfactoria en situaciones que no son estrictamente lúdicas. En este sentido, tenemos que recuperar para la educación algunos de los principios del juego que favorecen la innovación: la narración épica, la creación de escenarios por explorar, la superación de retos para conseguir llegar a la meta, la elección entre diferentes caminos, el aprendizaje a partir del error o la inteligente gestión de las recompensas son algunas de las claves para esta gamificación del espacio escolar.

      Por último, les voy a pedir un favor. Quisiera pedirles que, entre todos, ayudemos al profesor innovador, a ese que busca nuevos caminos, a quien ofrece retos, a quien permite el diálogo, a quien ha asumido que su tarea es la formación de personas para el siglo XXI y no máquinas de superar test. No tengan ustedes reparo: abracen al maestro innovador y apóyenlo cuando reclame las mejores condiciones de aprendizaje y enseñanza para su alumnado. Muéstrenle su afecto y su comprensión, ofrézcanse a colaborar en sus clases, acudan a la clase con sus conocimientos y su experiencia. Ayudemos a ese docente innovador a no sentirse un “docente solitario”.

      De la


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