Filosofía primera. Tratado de ucronía post-metafísica. Fabián Ludueña Romandini
Читать онлайн книгу.más de dos milenios, Homo cesó de existir. El Eón de los Póstumos entonó oportunamente su marcha triunfal y su estrépito destructorio se hizo sentir en cada rincón de Gaia. Dejó de existir la posibilidad de comunicar con algún dios y se aseguraron de que algo semejante jamás fuese otra vez realizable. Desde aquel inmemorial pasado, ya no existe ningún Hombre del Discernimiento que logre mediar con el mundo de lo Invisible para guiar a los vivientes en susidio pues, precisamente, todo discernimiento ha sido abolido. Desde aquella encrucijada milenaria, no existe ninguna eventualidad de tejer un sentido para el desglose de las desgracias cósmico-históricas. El ciclo de las pandemias póstumas, guiadas por el neo-gnosticismo antidotario médico, tomó por asalto la coyunda del Orden mundial con el brazo armado de la telemática política. El desierto cubrió toda la superficie del planeta y el discernimiento finalmente logró ser anublado. Se instituyó así la Era del desistimiento radical que fue más allá, incluso, de lo que habían anunciado los inveterados heraldos del nihilismo.
En su carta a Matila Ghyka, la pluma de Paul Valéry expresó el drama de los tiempos póstumos: “el equilibrio entre el saber, el sentir y el poder, está hoy quebrado” (Ghyka, 1958: 9). Podemos extender la reflexión de Valéry en nuevas direcciones y afirmar que esta tricotomía, definitoria de la matriz de Occidente, colapsó junto con el final de la metafísica y el consiguiente ocaso de la ciencia. El esoterismo de la Divina Proporción encontró su némesis en el triunfo del esoterismo contra-iniciático del discontinuo. Por ello, para los Póstumos, resultó entonces imposible sentar las bases de un saber que no estuviera escindido de las pasiones hasta el punto de transformar a los dos ámbitos en contrapuestos. Consecuentemente, las pasiones entre los seres hablantes ya no pudieron ni sentirse (excepto como dolor) ni decirse (excepto como desgarro enmudecido). De allí que haya existido, en aquel remoto tiempo, una desinteligencia absoluta respecto del Poder, desmultiplicado y concebido gnósticamente como poderes maniqueos, impidiendo cualquier acceso a la esfera de lo Invisible y de las libertades auténticas. El crepúsculo de la Revolución fue, por esas razones, asimismo el sello de la caída de la tricotomía occidental de saber, sentir y poder. La Disyuntología nació, ahora podemos entreverlo, como la filosofía de la época trágica de los Póstumos.
1.1 Aristóteles ha proclamado, en la historia de la metafísica, la existencia de una ciencia de “lo que es, en tanto que algo que es” (òn hêi ón) (Aristóteles, Metafísica, 1003a 20-25). Al mismo tiempo, se establece:
Así pues, si no existe ninguna otra entidad fuera de las físicamente constituidas, la física sería ciencia primera. Si, por el contrario, existe alguna entidad inmóvil, esta será anterior, y filosofía primera (philosophía próte), y será universal (kathólou) de este modo: por ser primera. Y le corresponderá estudiar lo que es, en tanto que algo que es, y qué-es, y los atributos que le pertenecen en tanto que algo que es (kaí perì toû óntos hêi ón taútes an eie theorêsai, kaì tí esti kaì tà huparchonta hêi ón). (Aristóteles, Metafísica, 1026a 27-32).
Ontología, ousiología, henología, estudio del intelecto agente, todas las empresas convergen en la filosofía primera. Más allá de cualquier polémica sobre la existencia o no de una onto-teo-logía en Aristóteles (Natorp: 1888a y b), en este libro, el concepto de “filosofía primera” será sinónimo del estudio del problema del Ser tal y como, desde Parménides, ha sido enunciado como tarea suprema del filosofar.
Ahora bien, si el Ser es separable o no de los entes en Aristóteles es una disputa que, para nuestros fines, no nos concierne (Boehm: 1965). Adherimos a la idea, en todo caso, de que aquí están al menos los cimientos para un pensamiento del Ser en cuanto Ser. Sin embargo, toda la ontología occidental, en su milenaria historia, ha concebido al Ser, a pesar de las diversidades de sus enunciaciones, como algo completo y sin rasgados estructurales. La para-metafísica es una post-ontología precisamente porque introduce el principio de la Disyunción en el Ser mismo.
2. La disyunción en el Ser no coincide con el problema de la “escisión” metafísica entre “esencia” y “existencia”, entre “sustrato” y “predicación” o entre “ser” y “ente”. La Disyuntología no se equivale con las escisiones que llevaron a la metafísica a su ocaso sino que se sitúa como la respuesta que permite la superación de sus aporías.
3. Desde el punto de vista de la historia de la ontología, si esta se ha concentrado sobre el tò ón que habremos de traducir (conscientes de las reservas del caso) por el Ser, en cambio, el final epocal de la onto-teo-logía impone la tarea de suprema de la Disyuntología que se ocupa no ya del tò ón sino que desarrolla su objeto más propio en el diá-ón, vale decir, en el Ser disyunto. Nuestra filosofía, en consecuencia, se postula como una para-ontología del diá-ón, el Ser diviso por antonomasia que, sin constituir una proposición del fundamento, actúa como la división trascendental que hace posible todo cuanto en la pluralidad de mundos existe o subsiste. Más aun, el diá-ón es la condición misma que torna posible y pensable la fractualidad.
4. La metafísica ha identificado texturas milenarias del Ser en las modalidades de la physis: continuo, discontinuo, contigüidad o mixtura son algunas de las más decisivas. La post-metafísica instituye una nueva conceptualización que ya no es, como las anteriores, una declinación modal del Ser en los entes sino que lo afecta en la naturaleza misma de su expresión trascendental: la disyunción.
5. Los fractos constituyen una condición formal del Ser, vale decir, su estructura trascendental que, al mismo tiempo, se manifiesta en la inmanencia de los mundos posibles. Los fractos carecen de percepción y apetición pues son cuadrículas para-metafísicas en los que el Ser tiene lugar. Su incorporalidad no presenta los rasgos de la autarquía absoluta sino sólo relativa pues aunque todo fracto es dissitus respecto de otros, no obstante entra con ellos en una composición circunstancial y efímera. Al mismo tiempo, su inmaterialidad sólo puede expresarse como incorporal de los cuerpos a los que hiende.
6. De acuerdo al principio de los indiscernibles, ningún fracto es igual a otro y su número es transfinito. Sin embargo, no hay relación directa entre los fractos sino convergencia en la expresión, efímera y circunstancial, de aquellos en el orden de los dis-versos en los que devienen captables. A menudo, de hecho, cuanto más dissonus es un fracto respecto de otro, tanto más puede producirse un entrelazamiento parcial de carácter disyunto. Por tanto, un fracto es la estructura mínima del Ser y no así el compuesto mínimo del Universo material o de los mundos posibles. Un fracto determina la condición de posibilidad de la expresividad para-ontológica de todo cuanto hay: material, inmaterial, visible, invisible, existente, subsistente, continuo o discreto.
7. Al no estar determinados por la relación sino por la disyunción, el principio del fracto es su carácter separado pero en tensión convergente que impide una asimilación en el Uno. En este sentido, existen no tanto uni-versos cuanto dis-versos transfinitos que son la expresión perceptible de la forma disyunta del Ser. La diáthesis para-ontológica de los fractos no se corresponde con la adecuación sino con la yuxtaposición discordante que, por efecto de lazo, permite una ilusión de sentido. La exactitud, en este punto, es hija de la discordancia ontológica reconocida como consistente en un conjunto finito y regional. La verdad, en cambio, es la asunción subjetiva de la subrepción propia de la discordancia.
8. En el Ser disyunto encuentran expresión formal y realización perceptible tanto los existentes metafísicos como los subsistentes para-ontológicos que se encuentran allende-el-ser. Precisamente la disyunción hace que el Ser no sea cobijo únicamente de la existencia sino, por la ley misma de su disparidad, de los subsistentes, los démones, los espectros y las varias formas de lo Invisible (tò aóraton).
9. Por consiguiente, el Ser disyunto no se corresponde enteramente con el ser de la metafísica sino que lo abarca y lo excede en un conjunto abierto que, por su carácter transfinito (vale decir, por la declinación plural de los fractos), no puede auto-presentarse como Unidad de la pluralidad ni como Todo fractuado.