Filosofía primera. Tratado de ucronía post-metafísica. Fabián Ludueña Romandini
Читать онлайн книгу.de la diferencia no para crear una mismidad sino, al contrario, una diferencia irreductible a cualquier dialéctica o reconciliación metafísica de un olvido presupuesto que no es más que la constatación de una propiedad originaria: la fractualidad como destino último del Ser.
25. La pluralidad de mundos implica el postulado según el cual, cada mundo, puede encontrar su origen, entropía y dispersión final pero no así los fractos que, como expresión formal del Ser, desconocen la existencia del espacio y del tiempo que sólo son realizables en los mundos actualizados. Dichos mundos, por su parte, no son producto de una hologénesis cósmica sino que la creación y destrucción de mundos sigue una dinámica continua. Los fractos son, por así decirlo, la dynamis que hace posible la propiedad de la pluralidad en el dis-verso en el que ninguna divinidad providencial actúa como motor de una totalidad, por principio y por factualidad, imposible.
26. Dado que la pluralidad de mundos no implica ninguna selectividad providencial de los mismos según el criterio de algún tipo de evolución metafísica, se podría decir que no existe un axioma de Grinnell para-ontológico puesto que no hay competencia entre los mundos por su propensión al Ser. Su pluralidad, garantizada por el trascendentalismo de los fractos, permite todo tipo de convergencias no excluyentes aun si estas no siguen el principio de no contradicción.
27. La dicopatría ontológica es un rasgo constitutivo de los elementos que se amalgaman en los fractos en su disyunción inharmónica originaria. Sólo los ecos transmundanales y los lazos temporalmente acotados de un punto de individuación permiten una convergencia accidental y no sustantiva entre los fractos. El contacto efímero de elementos de fractos diferentes permite lo que habremos de denominar la haptonastia o propensión a la convergencia de la heterogeneidad de los fractos en su dehiscencia formal.
28. El principium individuationis es una convergencia formal de distintos exo-morfos de los fractos expresados en el interregno entre lo visible y lo Invisible. De ningún modo constituye un vértice de la sustancialidad. Al contrario, toda individuación es, desde el punto de vista del sustrato, una anulación del yo, de la conciencia y de la unidad. Así pues, el principium individuationis no es, de ningún modo, substante. No así la haecceitas que permanece como apercepción estructural que el ser hablante capta como lógos discursivo pero que, en realidad, todo cuanto es viviente experimenta en el Lógos post-locucionario como lenguaje universal abierto de la vida según el principio de la inmortalidad disyuntológica.
29. Un lógion: no hay armonía en la proporción cosmológica. Un corolario: hay inharmonia mundi, vale decir, el acosmismo es el régimen prevaleciente en el conjunto abierto conocido como dis-verso.
30. La distinción entre lo animado y lo inanimado queda abolida como postulado rector dentro de la disyuntología sin que esto signifique, sin embargo, una apuesta por el panpsiquismo dado que este, de un modo u otro, necesita como fundamentación una Ur-psique originaria, a la vez inmanente y trascendente, que el diá ón torna imposible. La diseminación de Psique no resulta en un Todo pensante sino, al contrario, en la fragmentación del pensar (que puede ser indistinto a lo animado y lo inanimado y, por tanto, eventualmente albergado en ambos) pero de ningún modo universal. A la fragmentación diseminada del pensar se corresponde no sólo el sin-sentido primario de la ilogicidad del Lógos post-locucionario sino también el sin-sentido de lo que está más allá de todo psiquismo.
31. El así llamado Noûs separado, en sus diversas declinaciones, nunca es sinónimo del Todo sino que, al contrario, no es más que un fracto de pensamiento incompleto e inconexo desde el punto de vista de una omnicomprensión que buscase una coherencia destinal a la totalidad de los mundos posibles que no fuese otra que el acaecer mismo de su desmultiplicación perenne.
32. Los espectros, daimones y divinidades pertenecen a lo Invisible (tò aóraton) cuyo régimen de visibilidad es la psiqué-en-el cuerpo. Su letra se inscribe en el principium individuationis y su gravitación en el Ser se corresponde con una subsistencia allende la ontología clásica. La espectralidad es el modo en el que los fractos dan cuenta de su tesitura para-ontológica, pertenece al ámbito de estos últimos y es la ékfrasis de la disyunción en el Ser situándose, de este modo, más allá de cualquier fenomenología pues, no siendo fenoménica, hiende todo intento de manifestación en el Abierto (Lichtung). La disonancia del espectro es el tono para-metafísico que impide la Unidad del acosmos y marca, de ese modo, la deflexión de lo continuo en lo real fractualizado.
33. El carácter disjectus que presenta todo fracto encuentra su expresión, en algunos mundos como el nuestro, en el aspecto irremediablemente fragmentado de toda sexuación que, por propiedades ontológicas, se sustrae a toda normativización del genus sexualis o phsysicum. El objeto de deseo es, por definición, la búsqueda de la incongrua emendatio del Ser que atrae, precisamente, por su imposibilidad, haciendo del Amor el simulacro o artefacto del spiritus necesario para que la disyunción de Pisque no sea alienatio sui sino desindividuación. El Amor como muerte es la consagración de la inmortalidad del deseo como constante para-cósmica.
34. Según lo que podríamos denominar el principio de estabilidad de Lotze, “la imagen que ahora tenemos que hacernos de la forma viviente (die lebendige Gestalt) es la que se corresponde con la asociación de muchos entes” (Lotze, 1885, I: 367). Ahora bien, esta pluralidad de entes se corresponde, en el caso de Lotze, con los innumerables individuos que dan cuerpo a la especie humana. Este legado de la metafísica forma parte del zócalo temprano de la inter-subjetividad como forma del más-uno en el pensamiento occidental contemporáneo. En contraposición, el principio de inestabilidad de la Disyuntología sostiene que no existe tanto inter-subjetividad como la convergencia de multiplicidad de entes provenientes de diversos mundos posibles anclados en sus respectivos fractos. La única Gestalt posible para el viviente es la que provee la acosidad de lo extra-mundano como condición primaria de la mundaneidad in-harmónica.
35. De allí se sigue que la acosmología del diá ón sólo pueda realizarse en la pluralidad de los mundos y, como nada puede perderse de los fractos aunque todo pueda extraviarse en ellos, la inmortalidad de fragmentación es un corolario necesario que se desprende de los postulados acerca de la realidad textural del acosmos. La inmortalidad de fragmentación es la única forma de supervivencia que puede darse en la eternidad de los fractos como estructura trascendental del Ser. La finitud, en cambio, marca la región ontológica de la vida viviente. Ahora bien, como no existe vida sin plus-de-vida, el excedente se vuelca sobre la aspectación fractual de la realidad en tanto posibilidad de supervivencia supra-personal tanto de lo biótico como de lo abiótico.
36. Puede entonces resultar comprensible que la antropotecnia no sea sino el nombre técnico para designar los complejos mecanismos ontológicos según los cuales un principium individuationis puede ser moldeado en la forma de una persona humana a partir de la horadación de su sustrato animal. La zoopolítica es apenas una tecnología finita para dar forma efímera a lo que resiste toda in-formación definitiva. El espectro testimonia, precisamente, del reverso de la zoopolítica que sólo al volverse espectropolítica puede captar la disyunción que atraviesa todo el fenómeno de la vida impidiendo su coincidencia consigo misma en una forma-de-vida.
37. No es necesario suponer ninguna teoría de la causalidad entre lo material y lo inmaterial o temáticas peregrinas como las relaciones entre el cuerpo y el alma que, desde la inveterada tradición cartesiana moderna, han llevado a la filosofía por caminos aporéticos. Al contrario, es preciso suponer que las llamadas “causalidades” entre las diferentes estructuras de lo real están sobredeterminadas por la acción fantasmal a distancia de los fractos entre sí, pues disyunción no significa incomunicación sino imposibilidad de armonía o de convergencia en lo Uno.
38. Si lo material no es más que lo inmaterial según una expresividad diferente, ambos dominios, no obstante, pueden distinguirse en cuanto a su percepción por parte de las singularidades vivientes y los seres hablantes como dominios para-ontológicos específicos. En ese sentido, lo inmaterial ejerce un influxus physicus que hace que su forma de expresión sea la hendidura en el cuerpo. La acosidad es también una forma de influxus spectrorum sobre los cuerpos y, de esta forma, la acasualidad de las relaciones entre los fractos es reemplazada por una dinámica de influxus cuya acción coincide con su existencia performática en el movimiento que, desde los fractos, configura