Desde Austriahungría hacia Europa. Alfonso Lombana Sánchez

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Desde Austriahungría hacia Europa - Alfonso Lombana Sánchez


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Literatura, un complejo uso de la herencia de las Filologías nacionales tras la Segunda Guerra Mundial, una reacia apertura a la modernización (por ejemplo en cuestiones informáticas), un perenne miedo a que otras disciplinas caigan en un diletantismo filológico (lo que motiva el desarrollo del críptico lenguaje propio), un temor a convertirse en la mera enseñanza de lenguas (eso sí, siempre con miedo a perder la exclusividad en este ámbito) y, por último, un cierto miedo a la realidad, consecuencia de un encierro insano, ya referido anteriormente, por cierto, con la metáfora de la torre de marfil (Gumbrecht, 2001). Estos reproches a la Teoría de la Literatura y a la Filología en general parecen algo desmedidos, pero son comprensibles; tampoco parece gratuito pensar que en ellos se puedan encontrar tanto los motivos de esta pérdida de funcionalidad como de un cierto alejamiento de la realidad, que va de mano de la «quimera» terminológica y conceptual interna.

      El conflicto entre Teorías de la Literatura y Teoría de la Cultura había arrojado en años previos grandes disputas académicas, de cuya confrontación e intercambio se pueden extraer casi todas las ventajas y desventajas de una Teoría de la Literatura Cultural. La primera de ellas tuvo lugar entre Hans-Harald Müller y Hartmut Böhme en 1997; la segunda, entre Walter Haug y Gerhart von Graevenitz en 1999. En la primera de ellas, la discusión versó más acerca de la Filología. El motivo fue un artículo de Hans-Harald Müller atacando las «leyendas metodológicas» de la Teoría de la Cultura (Müller, 1997), al que Hartmut Böhme repuso argumentando en contra punto por punto las acusaciones (Böhme, 1997).

      En una segunda discusión, el punto de atención se centró exclusivamente en la Teoría de la Literatura Cultural y el motivo fue un provocador artículo de Walter Haug (1999a) donde criticaba en concreto la obra de Böhme & Scherpe (1996). Su reproche apuntaba sobre todo al riesgo de un totum revolutum en el que todo pudiera tener cabida (Haug, 1999a, p. 73). Muy sistemáticamente repuso Gerhart von Graevenitz argumentando cómo ambas teorías sí que podían trabajar juntas sin caer en diletantismos (Graevenitz, 1999), y la síntesis que Walter Haug extrajo en respuesta a la réplica (Haug, 1999b) puede verse como el primer paso de una reconciliación cuyo impacto llega hasta nuestros días:

      «Der gegenseitige Lernprozess im Miteinander und Gegeneinander von Literaturwissenschaft und Kulturwissenschaft dürfte also weiterhin zukunftsträchtig sein. Er ist aber nur möglich und sinnvoll, wenn die Literaturwissenschaft in unvoreingenommener Gesprächsbereitschaft die Differenz wahrt» (Haug, 1999b, p. 121).

      «El proceso recíproco de colaboración y enfrentamiento entre Teoría de la Literatura y Teoría de la Cultura debe ser productivo. Pero esto será solo posible y tendrá sentido en el caso de que la Teoría de la Literatura conserve de forma incondicional sus rasgos diferenciadores».

      Los contenidos de estas discusiones se recogen en los volúmenes introductorios a la Teoría de la Literatura Cultural surgidos posteriormente (Benthien & Velten, 2002, p. 22 y sig.), de los que efectivamente también se hicieron eco Bollenbeck y Kaiser (2011) en su artículo del manual sobre Teoría de la Cultura (Jaeger, et al., 2011).

      Estos hechos ponen de manifiesto que el florecimiento interno de propuestas, alternativas y reflexiones acerca de la Teoría de la Literatura no podría ser hoy en día más intenso. Así se percibe también en los volúmenes recopilatorios, por ejemplo de Köppe & Winko (2008). Coincidente con la discusión inaugural (Frühwald, et al., 1991), la década de los noventa alumbró diferentes volúmenes críticos con la búsqueda de un sentido para la Teoría de la Literatura (Griesenheimer & Prinz, 1992; Kaiser, 1996), aunque su funcionalidad (Laermann, 1992) pareció seguir estando fuera del alcance de todos aquellos que se encontraran más allá de los límites universitarios (Nünning, 1995a, p. 3). Nünning en concreto lamentó en reiteradas ocasiones desde los años noventa el más que evidente alejamiento de la Teoría de la Literatura de muchos de los consumidores de literatura, lo que achacó especialmente a una «confusión teórica» y a la casi críptica situación del estudio de la literatura (Nünning, 1995a). Sin embargo, el abismo entre ambos es hoy en día si cabe aún mayor, cuando paradójicamente la literatura goza de un apogeo en la sociedad y la revolución cultural parece haber calado en el estudio de la literatura: nunca ha estado tan cerca la literatura de sus lectores, y nunca tan lejos su teoría de la realidad. En 1995, cuando la incipiente revolución de la Teoría de la Cultura estaba en plena ebullición, Ansgar Nünning hacía el siguiente balance de la situación «caótica» de la masiva producción de teorías, en el que comentaba que la proliferación de modelos repercutía negativamente en dos direcciones:

      «Das gestiegene Interesse an Theorien und Modellen hat freilich auch eine Reihe von negativen Konsequenzen. […] Modelle [sind] nicht nur Mittel der Erkenntnis, sondern sie schränken das Blickfeld insofern auch ein, als jedes Modell blinde Flecken hat und die verwendeten Kategorien auch zur systematischen Ausblendung von Fragen führen» (Nünning, 1995a, p. 3).

      «El creciente interés por las teorías y los modelos trae consigo ciertamente toda una serie de consecuencias negativas. […] Los modelos no son solo medios para el conocimiento, sino que delimitan las perspectivas de estudio en tanto en cuanto cada modelo cuenta con puntos negros o que cada una de las categorías usadas sirven para una eliminación sistemática de los planteamientos».

      En la actualidad, los postulados y las crípticas teorías que se han arrojado en esta disciplina siguen estando lejos de caer en las manos de una ciencia divulgativa. En efecto hay argumentos más que suficientes para excusar a la Teoría de la Literatura de no ser una «ciencia para todos» (Jahraus, 2004), ya que no parece una necesidad fusionar los dos ámbitos distintos. Sin embargo, no se puede olvidar que más allá del círculo de expertos, la realidad literaria transciende y triunfa con gran ímpetu. Por ello, un reproche de esta índole debe llamar a la reflexión. Independientemente de la valoración crítica que se haga, el éxito de que hoy en día goza la literatura es constatable. La Teoría de la Literatura no puede perder de vista su contacto con una realidad que certifique que hoy se lee más que nunca. Su presencia es vital, pues las respuestas que se pueden dar en el proceso de intercambio autor-lector son infinitas. Esta apelación se debe en cierta medida a la voluntad renovadora de los teóricos de la cultura, quienes tienen aún mucho camino por delante. Muy en relación con la obliagada existencia de la Filología, el estudio de la literatura es algo necesario en nuestros días, pues en ella se puede encontrar el significado de las preguntas de mayor actualidad (Benthien & Velten, 2002, p. 18). Por ello, el filólogo en tanto que «especialista» está obligado a la explicación de la literatura lo más didácticamente posible desde su profunda y constante confrontación específica con la obra literaria. Y es para ello necesario un consenso interno de las diferentes teorías y presupuestos, lo que acucia a encontrar una solución a todos aquellos problemas de comprensión que dificultan el entendimiento entre todos los involucrados en el acto literario, desde los expertos hasta los usuarios menos instruidos (Nünning, 1995a, p. 3). Dos son las razones que el propio Nünning esgrime para explicar tales barreras en el entendimiento: por un lado el uso de una terminología para los presupuestos reservada únicamente a iniciados, y por el otro, un gusto por la incomprensión como si la ciencia, en vez de aclarar, intentara complicar más todo (Nünning, 1995a, p. 3).

      Este escenario, por pesimista que parezca, apenas cambiaría en su esencia si en un juicio de la situación actual no pudiéramos valorar el papel conciliador que ha defendido y promulgado la expansión cultural. Dicha aportación se percibe ya con el mayor reproche que se le puede hacer a la Teoría de la Literatura: su interminable debate interpretativo. Por un lado, la teoría de la recepción (Warning, 1994) o la hermenéutica literaria demuestran las múltiples inexactitudes que pueden darse entre autor y lector. Frente al mero ejercicio de transmisión veraz de contenidos que se propone desde la hermenéutica para el arte, cuya misión es «transmitir la verdad» (Gadamer, 2010 [1960], p. 122), tenemos un concepto como el horizonte de expectativas (Jauß, 1975, p. 175) que, en consecuencia, lleva al lector (Iser, 1979, p. 9 y sig.) a cerrar obras «abiertas» (Eco, 1979, p. 74 y sig.), como partituras adaptadas a la resonancia (Jauß, 1975, p. 171). Entre ambos polos se esconde un complejo entramado comunicativo, así lo apuntaba ya Gadamer cuando reconoció en nuestros días una creciente «similitud entre escritor e intérprete» (Gadamer, 1993 [1961], p. 24), lo que no siempre es resuelto favorablemente, si entendemos


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