Mis memorias. Manuel Castillo Quijada

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Mis memorias - Manuel Castillo Quijada


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de los Consumos, dando así la voz de alarma.

      Se trataba, sencillamente, de lograr se aprobase el remate de ese servicio en una cantidad mínima, que diese margen a que aquellos concejales, con el alcalde y el Meca, pudieran repartirse un jugoso negocio, que suponía en los tres años del contrato una respetable cantidad de miles de duros.

      Salí de casa sin mirar lo avanzado de la hora para depositar mi gacetilla en el buzón que el periódico tenía instalado en la plaza Mayor, acompañada de una información confidencial, para el director, Soms y Castelin.

      El suelto salió, motivando los naturales comentarios en todas partes, abriendo los ojos a los concejales, acobardándose los «negociantes» ante el público que llenaba el salón de sesiones y dispuesto a intervenir, él, si se intentaba acometer el asunto, ahogándose el chanchullo gracias a un periódico verdaderamente republicano, honrado y amante de Salamanca, y a uno de sus redactores, que tanto honor supo hacer a la profesión.

      No fue solo en ese caso cuando pude evitar negocios sucios en mi larga carrera periodística. En la misma Salamanca evité también, con una lacónica y sustancial gacetilla, que se consumase un timo preparado contra la Diputación Provincial de 4.000.000 de pesetas por una Sociedad portuguesa de «vivos» con el pretexto de la fundación de los «Doks de Oporto», prometiendo estos, a cambio, facilitar los transportes y venta de cereales de la provincia. En aquel asunto o negocio siempre creí que entre los que lo defendieron en la Diputación, todos de derechas, no había dolo, sino engaño, pero el fracaso motivado por mi toque de alarma motivó una discusión de prensa entre el diario episcopal y La Democracia, o mejor, entre los diputados provinciales, entre ellos, mi lejano pariente, el catedrático Nicasio Sánchez Mata, y yo, que me hizo estudiar con detenimiento la cuestión y, en efecto, a poco más de un año, la Sociedad de los Doks de Oporto quebró, con perjuicio de los incautos que cayeron en la red, librándose la Diputación Provincial salamantina gracias a mi trompetazo de alarma, cosa que oportunamente al saberse la noticia hube de hacer frente a mis antiguos contendientes.

      Por motivos de orden económico hubo de morir nuestro periódico de tan brillante historia, con general contrariedad del público, dejando en la historia periodística una estela de honestidad en sus juicios y haber sabido sostener una campaña de higiene moral, iniciada con la muerte de Mariano Arés, que, como ya he dicho, había producido una verdadera revolución en la monótona vida salmantina, sencilla, estática y falsa, sometida, más que dirigida, a la tiranía espiritual y especulativa de un clero fanático, especialmente por los jesuitas y dominicos, que se repartían el predominio, en la que un cura era tenido por un superhombre y que nosotros hubimos de convencer y lo logramos de que el hábito no hace al hombre, y que estaban dotados, todos los que lo vestían, de los mismos defectos y debilidades que los demás mortales, demostrándolo diariamente al enfrentarnos con ellos, empezando por el propio obispo, que nos llevó más de una vez al banquillo de los acusados en la Audiencia, saliendo felizmente ilesos de su persecución, con todos los pronunciamientos favorables. Por cierto, que ninguno de los procesados era el autor de los artículos que motivaron los procesos, porque Unamuno hubo de responder, en el juicio, de un artículo escrito por un empleado de los Ferrocarriles para evitarle las responsabilidades, y sobre todo, los graves perjuicios que le sobrevendrían, entre ellos, la pérdida segura de su empleo, y Enrique Soms, a su vez, por un artículo de Unamuno. De los dos procesos salieron inmunes gracias a la defensa encomendada al entonces auxiliar de la Facultad de Derecho, mi inolvidable amigo, don Luis Maldonado Ocampo. No obstante pertenecer al Partido Conservador y ser de indiscutible catolicismo, pero un ejemplo de amistad y compañerismo, que estaba por encima de todas las pasiones, en estos casos, malas pasiones sostenidas por el prelado y por su representante, mi mencionado pariente el catedrático Sánchez Mata.

      Para dar una idea de la mala fe que informaba, entonces, la vida política en Salamanca, voy a recordar un hecho que me pudo costar la vida y que prueba esa afirmación elocuentemente.

      Habiendo sido anulada la elección de diputado a Cortes en Ciudad Rodrigo, hubo de repetirse esta tras una preparación enconadísima de ambos candidatos; uno radicado en el distrito al que había representado hacía años don Luis Sánchez Arjona, liberal, el otro, un aventurero espadachín que dirigía, apoderándose del periódico con malas artes, La Correspondencia Militar, a la que dio un matiz de ridícula bajeza, cinismo y escándalo.58 El tal tipo se llamaba Diego Fernández Arias, expulsado del Ejército, y, después, retirado del palenque, merced a una paliza que le propinaron los hermanos Esbrí, hijos del despojado y verdaderos dueños del periódico, y con los que se metió el matón Arias. Su vástago, el célebre libelista que en la prensa se firmaba con el pseudónimo de El duende de la Colegiata, que por su audacia en ese despreciable sistema, después de tullido en un desafío con un yerno del conde de Romanones, hubo de expatriarse a Turquía, huyendo de la justicia, donde permaneció como unos veinte años. Fernández Arias, en aquella elección anulada, recorrió el distrito en tono de bravucón, buscando ataque personal con su contrario y amigos, sin otra arma que la del insulto y el escándalo, y era protegido por el general Pando, muy amigo de mi jefe, don Agustín Bullón. El citado general era eterno enemigo de Sánchez Arjona y buscaba su derrota a todo trance, apareciendo en Ciudad Rodrigo la víspera de la elección acompañado de unos sesenta serranos del distrito de Sequeros, de fama en España en lo referente a la criminalidad. Los partidarios de Sánchez Arjona oponían a aquella provocación una serenidad a toda prueba, merced a la confianza bien fundada que tenían en su triunfo y porque sabían que desde Gobernación se estaba haciendo un doble juego, respecto a su contrario, que luchaba como candidato ministerial. Ocupaba entonces ese Ministerio hombre tan probo como lo era don Francisco Silvela, hombre de envidiable solvencia moral.

      La expectación que había despertado la lucha, por los incidentes y el cariz que estos tomaban, motivó que La Libertad acordase enviar un corresponsal de su seno y hube de encargarme, yo, por ser el más joven, de aquella poco agradable misión, cuyos peligros eran evidentes dado como estaban los ánimos.

      En el tren me encontré con un compañero, Eustasio García Laserna, redactor de El Adelanto, que llevaba la misma misión que yo, pero durante el viaje, cuando el revisor vino a controlarnos los billetes, le pregunté si podría, al día siguiente a su retorno a Salamanca en el tren de la madrugada, llevar una carta mía a la redacción de La Libertad, ofreciéndoseme para ello, y para demostrarme su fidelidad con que hacia esos encargos nos dijo:

      –Ya ven ustedes, hace ocho días, llevé ocho mil pesetas a Martínez Veira, de parte de don Luis Sánchez Arjona, la última vez que le llevé dinero.

      Laserna y yo nos intercambiamos una mirada muy significativa, porque La Concordia hacía en Salamanca la campaña electoral a favor del generoso candidato, sin tener en cuenta el color pasado republicano de su foliculario.

      Llegamos por la noche a Ciudad Rodrigo, tomamos habitaciones en el hotel y, sin cenar, nos lanzamos a la calle en busca de información, recorriendo los centros electorales de ambos bandos, hablando con los dos candidatos. Sí observé que en el Centro Conservador, donde saludamos al general Pando, Laserna tuvo con él un breve aparte al que no di gran importancia, pero cuyas consecuencias se notaron al día siguiente. Durante la elección supimos que el general había salido de madrugada con rumbo a la Sierra, acompañado de varios de los serranos que habían llegado con él aquella mañana, dejando de muestra a los restantes, pero con órdenes de guardar, simplemente, una expectación de presencia en los alrededores de los colegios.

      Mi compañero, don Agustín, gran amigo, como he dicho, del general, y que ignoraba mi repentino viaje, encargó a Laserna le dijese que el Gobierno Civil tenía órdenes de apoyar, bajo mano, la candidatura de Sánchez Arjona, y que las violentas medidas sobre las que Fernández Arias basaba su triunfo habían sido anuladas, por lo que le aconsejaba de retirase para evitarle una situación violenta.

      Al retirarnos a las dos de la madrugada, verdaderamente rendidos, en vez de acostarme y sin reparar en la jornada que me esperaba me puse a escribir una larga correspondencia informativa para mi periódico, con toda clase de detalles interesantes, como complemento a los muchos telegramas que envié durante la noche. A las cuatro menos cuarto de la madrugada terminaba mi trabajo y salía hacia la estación, para entregar


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