La Odisea. Homer
Читать онлайн книгу.que no pueden las mortales competir con las diosas ni por su cuerpo ni por su belleza.»
214 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡No te enojes conmigo, veneranda deidad! Conozco muy bien que la prudente Penélope te es inferior en belleza y en estatura; siendo ella mortal y tú inmortal y exenta de la vejez. Esto no obstante, deseo y anhelo continuamente irme á mi casa y ver lucir el día de mi vuelta. Y si alguno de los dioses quisiera aniquilarme en el vinoso ponto, lo sufriré con el ánimo que llena mi pecho y tan paciente es para los dolores; pues he padecido muy mucho así en el mar como en la guerra, y venga este mal tras de los otros.»
225 Así habló. Púsose el sol y sobrevino la obscuridad. Retiráronse entonces á lo más hondo de la profunda cueva; y allí, muy juntos, hallaron en el amor contentamiento.
228 Mas, no bien se mostró la hija de la mañana, la aurora de rosáceos dedos, vistióse Ulises la túnica y el manto; y ella se puso amplia vestidura, fina y hermosa, ciñó el talle con lindo cinturón de oro, veló su cabeza, y ocupóse en disponer la partida del magnánimo Ulises. Dióle una gran segur que pudiera manejar, de bronce, aguda de entrambas partes, con un hermoso astil de olivo bien ajustado; entrególe después una azuela muy pulimentada; y le llevó á un extremo de la isla, donde habían crecido altos árboles—chopos, álamos y el abeto que sube hasta el cielo—todos los cuales estaban secos desde antiguo y eran muy duros y á propósito para mantenerse á flote sobre las aguas. Y tan presto como le hubo enseñado donde crecieran aquellos grandes árboles, Calipso, la divina entre las diosas, volvió á su morada.
243 Ulises se puso á cortar troncos y no tardó en dar fin á su trabajo. Derribó veinte, que desbastó con el bronce, pulió con habilidad y enderezó por medio de un nivel. Calipso, la divina entre las diosas, trájole unos barrenos con los cuales taladró el héroe todas las piezas que unió luego, sujetándolas con clavos y clavijas. Cuan ancho es el redondeado fondo de un buen navío de carga, que hábil artífice construyera, tan grande hizo Ulises la balsa. Labró después la cubierta, adaptándola á espesas vigas y dándole remate con un piso de largos tablones; puso en el centro un mástil con su correspondiente entena, y fabricó un timón para regir la balsa. Á ésta la protegió por todas partes con mimbres entretejidos, que fuesen reparo de las olas, y la lastró con abundante madera. Mientras tanto Calipso, la divina entre las diosas, trájole lienzo para las velas; y Ulises las construyó con gran habilidad. Y, atando en la balsa cuerdas, maromas y bolinas, echóla por medio de unos parales al mar divino.
262 Al cuarto día ya todo estaba terminado, y al quinto despidióle de la isla la divina Calipso, después de lavarlo y de vestirle perfumadas vestiduras. Entrególe la diosa un pellejo de negro vino, otro grande de agua, un saco de provisiones y muchos manjares gratos al ánimo; y mandóle favorable y plácido viento. Gozoso desplegó las velas el divinal Ulises y, sentándose, comenzó á regir hábilmente la balsa con el timón, sin que el sueño cayese en sus párpados, mientras contemplaba las Pléyades, el Bootes, que se pone muy tarde, y la Osa, llamada el Carro por sobrenombre, la cual gira siempre en el mismo lugar, acecha á Orión y es la única que no se baña en el Océano; pues habíale ordenado Calipso, la divina entre las diosas, que tuviera la Osa á la mano izquierda durante la travesía. Diez y siete días navegó, atravesando el mar, y al décimo octavo pudo ver los umbrosos montes del país de los feacios en la parte más cercana, apareciéndosele como un escudo en medio del sombrío ponto.
282 El poderoso Neptuno, que sacude la tierra, regresaba entonces de Etiopía y vió á Ulises de lejos, desde los montes Solimos, pues se le apareció navegando por el ponto. Encendióse en ira la deidad y, sacudiendo la cabeza, habló entre sí de semejante modo:
286 «¡Ah! Sin duda cambiaron los dioses sus propósitos con respecto á Ulises, mientras yo me hallaba entre los etíopes. Ya está junto á la tierra de los feacios donde es fatal que se libre del cúmulo de desgracias que le han alcanzado. Creo, no obstante, que aún habrá de sufrir no pocos males.»
291 Dijo; y, echando mano al tridente, congregó las nubes y turbó el mar; suscitó grandes torbellinos de toda clase de vientos; cubrió de nubes la tierra y el ponto, y la noche cayó del cielo. Soplaron á la vez el Euro, el Noto, el impetuoso Céfiro y el Bóreas que, nacido en el éter, levanta grandes olas. Entonces desfallecieron las rodillas y el corazón de Ulises; y el héroe, gimiendo, á su magnánimo espíritu así le hablaba:
299 «¡Ay de mí, desdichado! ¿Qué es lo que, por fin, me va á suceder? Temo que resulten verídicas las predicciones de la diosa, la cual me aseguraba que había de pasar grandes trabajos en el ponto antes de volver á la patria tierra, pues ahora todo se está cumpliendo. ¡Con qué nubes ha cerrado Júpiter el anchuroso cielo! Y ha conturbado el mar; y arrecian los torbellinos de toda clase de vientos. Ahora me espera, á buen seguro, una terrible muerte. ¡Oh, una y mil veces dichosos los dánaos que perecieron en la vasta Troya, luchando para complacer á los Atridas! ¡Así hubiese muerto también, cumpliéndose mi destino, el día en que multitud de teucros me arrojaban broncíneas lanzas junto al cadáver del Pelida! Allí obtuviera honras fúnebres y los aqueos ensalzaran mi gloria; pero dispone el hado que yo sucumba con deplorable muerte.»
313 Mientras esto decía, vino una grande ola que desde lo alto cayó horrendamente sobre Ulises é hizo que la balsa zozobrara. Fué arrojado el héroe lejos de la balsa, sus manos dejaron el timón, llegó un horrible torbellino de mezclados vientos que rompió el mástil por la mitad, y la vela y la entena cayeron en el ponto á gran distancia. Mucho tiempo permaneció Ulises sumergido, que no pudo salir á flote inmediatamente por el gran ímpetu de las olas y porque le apesgaban los vestidos que le había entregado la divinal Calipso. Emergió, por fin, despidiendo de la boca el agua amarga que asimismo le corría de la cabeza en sonoros chorros. Mas, aunque fatigado, no se olvidó de la balsa; sino que, moviéndose con vigor por entre las olas, la asió y sentóse en medio para evitar la muerte. El gran oleaje llevaba la balsa de acá para allá, según la corriente. Del mismo modo que el otoñal Bóreas arrastra por la llanura unos vilanos, que entre sí se entretejen espesos; así los vientos conducían la balsa por el piélago, de acá para allá: unas veces el Noto la arrojaba al Bóreas, para que se la llevase, y en otras ocasiones el Euro la cedía al Céfiro á fin de que éste la persiguiera.
333 Pero vióle Ino Leucotea, hija de Cadmo, la de pies hermosos, que antes había sido mortal dotada de voz y entonces, residiendo en lo hondo del mar, disfrutaba de honores divinos. Y como se apiadara de Ulises, al contemplarle errabundo y abrumado por la fatiga, transfiguróse en mergo, salió volando del abismo del mar y, posándose en la balsa construída con muchas ataduras, díjole estas palabras:
339 «¡Desdichado! ¿Por qué Neptuno, que sacude la tierra, se airó tan fieramente contigo y te está suscitando numerosos males? No logrará anonadarte por mucho que lo anhele. Haz lo que voy á decir, pues me figuro que no te falta prudencia: quítate esos vestidos, deja la balsa para que los vientos se la lleven y, nadando con las manos, procura llegar á la tierra de los feacios, donde el hado ha dispuesto que te salves. Toma, extiende este velo inmortal debajo de tu pecho y no temas padecer, ni morir tampoco. Y así que toques con tus manos la tierra firme, quítatelo y arrójalo en el vinoso ponto, volviéndote á otro lado.»
351 Dichas estas palabras, la diosa le entregó el velo y, transfigurada en mergo, tornó á sumergirse en el undoso ponto y las negruzcas olas la cubrieron. Mas el paciente divinal Ulises estaba indeciso y, gimiendo, habló de esta guisa á su corazón magnánimo:
356 «¡Ay de mí! No sea que alguno de los inmortales me tienda un lazo, cuando me da la orden de que desampare la balsa. No obedeceré todavía, que con mis ojos veo que está muy lejana la tierra donde, según afirman, he de hallar refugio; antes procederé de esta suerte por ser, á mi juicio, lo mejor: mientras los maderos estén sujetados por las clavijas, seguiré aquí y sufriré los males que haya de padecer, y luego que las olas deshagan la balsa me pondré á nadar; pues no se me ocurre nada más provechoso.»
365 Tales cosas revolvía en su mente y en su corazón, cuando Neptuno, que sacude la tierra, alzó una oleada tremenda, difícil de resistir, alta como un techo, y llevóla contra el héroe. De la suerte que impetuoso viento revuelve un montón de pajas secas, dispersándolas por este