Pedro Casciaro. Rafael Fiol Mateos
Читать онлайн книгу.y Arquitectura, y se realizaba una intensa labor de formación cristiana con universitarios y con jóvenes profesionales[22].
Agustín Thomás Moreno iba con frecuencia a DYA para tener conversaciones de dirección espiritual con don Josemaría. Había invitado repetidas veces a su amigo de la infancia, Pedro Casciaro, a conocer a ese santo sacerdote, pero lo único que obtenía eran continuas negativas. Pedro declinaba una y otra vez la invitación hasta que, por fin, en enero de 1935, la aceptó, más bien movido por la curiosidad que por verdadero interés[23].
El primer encuentro con don Josemaría se grabó para siempre en su memoria. Quedó impresionado por sus cualidades: sobre todo por su piedad y su cultura, pero también por su trato cordial, sencillo y lleno de naturalidad, que lo movió enseguida a tenerle confianza y respeto. Al terminar la conversación, le pidió que fuese su director espiritual. Nunca había tenido uno, ni sabía muy bien qué era, pero deseaba hablar más veces con él[24].
De esta manera, Pedro empezó a acudir con frecuencia a la residencia de estudiantes de la calle Ferraz. Josemaría Escrivá, en las sucesivas conversaciones, le fue enseñando a tener un trato personal con Jesús, a vivir en presencia de Dios, a convertir el estudio en oración, a descubrir en las circunstancias ordinarias ocasiones para ofrecer pequeños sacrificios al Señor, etc.
Pedro poseía una memoria fotográfica proverbial y recordaba bien los detalles. Don Josemaría lo recibía en una pequeña oficina, contigua al oratorio: era el despacho del director de la residencia. Como no había habitaciones libres, en las tardes el director —Ricardo Fernández Vallespín[25]— se iba a otro lugar de la casa y el sacerdote —a quien solían llamar familiarmente Padre— utilizaba aquella oficina para atender espiritualmente a las personas que iban a verle, que eran numerosas, sobre todo jóvenes estudiantes.
Don Josemaría, en aquellas entrevistas de dirección espiritual, lo dejaba hablar y lo escuchaba con mucha atención, sin interrumpirlo. Le preguntaba por sus padres, por sus estudios y por su lucha interior de la última semana. Al final hablaba él, para darle los consejos oportunos.
EL ORATORIO DE LA RESIDENCIA
Un día de marzo de 1935 la conversación se desarrolló de modo distinto: don Josemaría habló desde el principio. Su alegría contagiosa, su optimismo y su buen humor parecieron a Pedro mayores de lo habitual: estaba gozoso, radiante. La causa era que el obispo de Madrid, Mons. Leopoldo Eijo y Garay[26], había concedido autorización para reservar el Santísimo Sacramento en el oratorio de la residencia.
Pedro no entendía muy bien todo lo que esto suponía, porque no estaba al corriente de los ordenamientos canónicos vigentes acerca de la reserva eucarística. Pero le parecía que el obispo podía haber dado antes aquel permiso, pues le constaba cómo se vivía la fe en DYA y veía en el Padre un sacerdote santo, inteligente y piadoso, plenamente merecedor de que se depositara en él esa confianza.
No expuso al Padre esas consideraciones, pero sí le hizo preguntas propias de quien no está muy al corriente de estas cuestiones: si el Santísimo se quedaba también por las noches en las iglesias y cuánto tiempo podía quedarse solo el Señor, porque había visto que a veces en los templos no había nadie. El sacerdote fue contestando a sus preguntas, dándole una lección de fe y de amor a la Eucaristía, que lo impulsó a tener más devoción a Jesús sacramentado. Varias ideas de aquella conversación las encontraría más adelante en Camino:
No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte dentro de cada Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor. —Él te espera.
¿No te alegra si has descubierto en tu camino habitual por las calles de la urbe ¡otro Sagrario!?
Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario... —Pero más humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y que en Nazaret y que en la Cruz. Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! (“Nuestra” Misa, Jesús...).
No dejes la visita al Santísimo. —Luego de la oración vocal que acostumbres, di a Jesús, realmente presente en el Sagrario, las preocupaciones de la jornada. —Y tendrás luces y ánimo para tu vida de cristiano[27].
Don Josemaría le habló también del nuevo sagrario y le transmitió, emocionado, este anhelo: «El Señor jamás deberá sentirse aquí solo y olvidado; si en algunas iglesias a veces lo está, en esta casa donde viven tantos estudiantes y que frecuenta tanta gente joven, se sentirá contento rodeado por la piedad de todos, acompañado por todos. Tú ayúdame a hacerle compañía...»[28].
El joven aspirante a arquitecto quedó profundamente conmovido al palpar la devoción del Padre a Jesús eucarístico y decidió tomar una resolución: como la Escuela de Arquitectura quedaba relativamente cerca de la academia DYA, «me comprometí gustoso a ir tantas veces como pudiera para hacer un poco de oración delante del Sagrario, y también a comenzar la costumbre de “asaltar” Sagrarios»[29]. Seguramente fue ese el día —según contaba después— en que san Josemaría le enseñó la oración de la comunión espiritual, que desde entonces recitó a menudo[30].
Las palabras de aquel joven sacerdote tuvieron una eficacia insospechada. A la vuelta de los años, Pedro comentaba que, muchas veces, cuando releía las homilías del Padre sobre la Eucaristía o escuchaba su catequesis, cuando estuvo en México, le venía a la memoria la primera vez que lo oyó hablar de la maravilla del amor de Cristo de haber querido permanecer entre los hombres, en todos los sagrarios del mundo[31].
Con el tiempo, Pedro fue profundizando en la devoción de san Josemaría a Jesús sacramentado y pudo comprender mejor su inmenso gozo cuando el obispo le concedió aquella autorización. Daba gracias a Dios por esa gran lección, por haberle confiado esa noticia y por haberla vivido tan de cerca: el primer sagrario de un centro del Opus Dei.
LOS CÍRCULOS DE SAN RAFAEL[32]
Después de esa conversación, comenzó a asistir a los círculos o clases de doctrina cristiana que impartía don Josemaría. Quienes lo escuchaban, notaban que amaba a Dios de veras, con pasión de enamorado, y que portaba en su corazón el deseo ardiente de acercar al Señor muchas almas. Pedro recordaba: «El Padre aludía con frecuencia, en aquellas charlas, al fuego del amor de Dios: nos decía que teníamos que pegar este fuego a todas las almas con nuestro ejemplo y nuestra palabra, sin respetos humanos; y nos preguntaba si tendríamos entre nuestros amigos algunos que pudieran entender la labor de formación que se llevaba a cabo en la residencia»[33].
En los meses siguientes, Pedro llevó a la academia de Ferraz a cuatro o cinco amigos de la Escuela de Arquitectura, entre ellos, a Ignacio de Landecho. «Desde que, como un provinciano despistado, aparecí en 1932 en la Facultad de Ciencias de la calle de San Bernardo —recordaba Casciaro—, Ignacio de Landecho y yo nos hicimos buenos amigos»[34]. Como hemos anticipado, ambos coincidían en la universidad y en las clases de dibujo del pintor José Ramón Zaragoza. Estudiaban por las noches en el cuarto de Pedro, en la pensión de la calle de Arenal. Iban juntos a las aulas de la facultad y a la Academia Górriz.
Eran amigos de verdad y, como tales, compartían confidencias y sucesos. Pedro ya le había hablado de don Josemaría y de la Academia DYA. Posteriormente lo invitó a ver la residencia. Ignacio accedió, conoció el ambiente de aquella casa y comenzó a asistir a los círculos que daba el Padre. En poco tiempo tomó mucho cariño a la Obra[35].
UN ABRIGO MUY ELEGANTE
Un rasgo característico de Pedro fue su finura de espíritu. La finura de espíritu es una actitud moral que consiste esencialmente en la atención al otro[36]. Esta cualidad perfecciona el espíritu humano, haciéndolo cada vez más delicado. Efectivamente, la persona fina no solo es moralmente recta, sino que capta, percibe con delicadeza, los detalles.
Pedro tenía esta virtud, porque se volcaba en una atención activa a los demás. Tendremos ocasión de recordar muchos ejemplos de este rasgo de su personalidad. Por el momento, puede servir como botón de muestra esta anécdota de su juventud que relata