Memorias de una época. Álvaro Acevedo

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Memorias de una época - Álvaro Acevedo


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que el movimiento había tomado rumbos políticos distintos –como lo señala Quiroz–, ya que la autonomía que exigían los estudiantes contemplaba la marginación casi total del Estado de la universidad, pues únicamente se reconocía al primero como organismo encargado de la financiación del sistema universitario145.

      Desde puntos de vista ideológico y estratégico, el año de 1961 fue en consecuencia un año de fortalecimiento del movimiento estudiantil. Por una parte, las posiciones gremialistas alrededor de la autonomía universitaria se constituyeron en soporte ideológico del movimiento. De otro lado, la huelga adquiría visos de convertirse en la principal estrategia de presión. A partir de este año se harían habituales los enfrentamientos del estudiantado con la fuerza pública, las barricadas, las manifestaciones callejeras y los bloqueos viales en la mayoría de las ciudades más importantes del país: Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Tunja y, por supuesto, Bogotá, el epicentro del movimiento. Si bien la Unec no controlaba a cabalidad todas las acciones, por lo menos las estimulaba y organizaba a través de sus comunicados146.

      La Revolución cubana fue el acontecimiento mundial que incentivó la aproximación del movimiento estudiantil hacia la izquierda revolucionaria y las vías de hecho. El 1 de enero de 1959 Fidel Castro, líder del Movimiento 26 de Julio, llegó triunfante a La Habana mientras el General Fulgencio Batista huía. Con su acción Castro le abría paso en la región al primer régimen socialista. “Así, la idea del comunismo y la revolución como horizonte ideal hacia donde debía dirigirse la sociedad –escribió Ruíz Montealegre–147, empezaba a consolidarse en el imaginario de un sector del estudiantado”. Incluso ya en el Segundo Congreso Estudiantil de la Unec desarrollado en Bogotá en 1958, uno de los puntos que la mesa directiva sometió a consideración de los asistentes se relacionaba con problemas de orden ideológico. En aquella ocasión muchos jóvenes solo pensaban en las reivindicaciones gremiales y denunciaron de izquierdistas ciertas posiciones críticas de la mesa directiva. No obstante, como lo aclara Ruíz Montealegre, “prevalecería en términos históricos la aparición y el pronunciamiento de sectores estudiantiles que decididamente contemplaban la ideología y las políticas revolucionarias como un elemento definitorio dentro del movimiento estudiantil, lo cual se haría cada vez más evidente a lo largo de la década del 60”148.

      En las universidades colombianas –tal como aconteció en otros países de la región149– la Revolución cubana fue fervorosamente acogida. Cuando Cuba efectuó su transición hacia el socialismo, los universitarios de América Latina aclamaron la medida. En 1962 afirma Medina Gallego: “un grupo de aproximadamente sesenta jóvenes colombianos viajaron a Cuba, haciendo uso de las becas ofrecidas por el gobierno de la isla, con el fin de continuar o cursar estudios universitarios y conocer de cerca la experiencia revolucionaria”150. Mientras tanto los gobiernos colombianos, empeñados en fortalecer su sistema, aceptaron con gusto el plan norteamericano para combatir al comunismo. Elección que se convirtió en el acicate ideal para que los universitarios se empeñaran en rechazar el sistema. Fue a partir de este momento que palabras como burgués, reaccionario, retardatario o imperialista, por un lado, compañero, progresista y consecuente, por otro, se convirtieron en términos muy importantes del argot revolucionario. Los universitarios contaban ya con su propia ideología. Como informa Quiroz Otero, nunca “antes se había leído tanto y en forma tan colectiva pero selectiva sobre unas temáticas que se oponían al régimen”151. De Marx y Engels se pasó rápidamente a Mao Tse Tung, el Che y Debray, lo que equivalía a decir que de la “utopía política se saltó a la realidad del socialismo que iba estructurándose en Cuba”152. Y si en el periodo anterior los líderes estudiantiles llegaban muy pronto al poder legislativo, tal opción en ese momento era despreciada. Los estudiantes entendían que “el Congreso de la República no jugaba al cambio”, y que el quid del asunto ya no consistía en “fundar hipótesis humanísticas y teóricas de un socialismo lejano, sino de imitar una realidad hecha a la manera latina por los cubanos de la Sierra Maestra”153.

      b. (Casi) estalla la revolución: 1963-1977

      A la nueva generación de estudiantes, los líderes políticos tradicionales se les antojaban frustrantes. “Ahora los repudiaban por sus métodos y estilo”154, acota Quiroz. De los antiguos héroes de la República ni siquiera se acordaban, y cuando los traían a la memoria era para repudiarlos o cuestionar sus actuaciones con cierta arrogancia. A partir de 1961 la Universidad Nacional constituía para los estudiantes un “Territorio Libre de América”; una Cuba intramuros con sus propios héroes y apóstoles –El Che, Fidel, Camilo Cienfuegos, Mao, Marx y Lenin–; con sus propios ritos –La Internacional Proletaria– y con sus propios símbolos –la hoz y el martillo sobre el rojo y negro de la bandera revolucionaria–.

      Varios eventos de impacto nacional demostrarían la radicalización del movimiento estudiantil durante las décadas del sesenta y setenta: la participación del movimiento estudiantil en la huelga de 1962 que la Unión Sindical Obrera (USO) había iniciado con el propósito de exigir la nacionalización del petróleo; la creación de la Federación Universitaria Nacional en 1963; la marcha universitaria de 1964, protagonizada por los estudiantes de la Universidad Industrial de Santander; las violentas protestas de 1971 y 1977.

      En 1962 el tratamiento político del tema del petróleo era un tema vedado para la mayoría de los colombianos. La USO era una voz solista y sus luchas casi a nadie importaban. Sin embargo, en la Universidad Nacional había un profesor que haría famosas las tesis sobre de la nacionalización de hidrocarburos. Ese personaje era el profesor y político Diego Montaña Cuéllar. Uno de los primeros abogados de izquierda que, en su función de asesor, intentaría defender los derechos de los trabajadores colombianos al servicio de las empresas extranjeras de hidrocarburos. Fue Montaña Cuéllar quien acompañó a los obreros a conseguir avanzadas reivindicaciones colectivas. Tan pronto como inició la huelga obrera, los estudiantes de la Universidad Nacional decidieron solidarizarse con los trabajadores petroleros no solo acompañándolos en las tomas de las vías públicas sino con numerosas actividades complementarias como la consecución de fondos para financiar y resistir la lucha155.

      Caminantes de la UIS. Archivo El Tiempo. 25 de julio de 1964. Bogotá

      En medio de un ambiente convulsivo y teniendo en cuenta que tanto la Unec como la FEC se habían quedado cortas en su función directiva, una buena parte de la dirigencia estudiantil decidió “crear un organismo de dirección nacional” que lograra concentrar todo el apoyo de la base universitaria. Aquella tarea –señala Ruíz Montealegre156– no fue nada fácil, si se tiene en cuenta que “los voceros estudiantiles ya estaban impregnados de una dosis de alto contenido político”, y que “antes de pensar en comunión intentaban imponer su concepción política”. No obstante, en el Tercer Congreso Nacional Estudiantil celebrado en Bogotá en noviembre de 1963, ese nuevo organismo –la Federación Universitaria Nacional– pudo ser creado157. La nueva federación lograba unir al estudiantado en torno a una sola línea ideológica: la izquierda revolucionaria. Esto es lo que puede observarse en la exposición de sus principios estatutarios:

      El logro de una verdadera universidad popular implica no solamente que sus puertas estén abiertas a todas las capas de la sociedad y que se incremente el número de residencias, becas, etc. (bienestar universitario) para estudiantes carentes de recursos económicos, sino también que su orientación esté al servicio de los intereses de nuestro pueblo. Esto significa que la universidad se convierta en la avanzada intelectual y cultural de las clases trabajadoras158.

      Para el movimiento estudiantil era un error flagrante creer, tal como lo postulaba Atcon, que para superar el subdesarrollo el papel de los estudiantes latinoamericanos consistía simple y llanamente en adquirir competencias técnicas y profesionales:

      Si se tiene en cuenta –decían los estudiantes– que toda la problemática nacional, y por consiguiente la universitaria, es consecuencia de una situación de subdesarrollo económico que resulta y se mantiene por la dependencia económica de los intereses extranjeros, especialmente de los grandes monopolios internacionales, que tienen a estos países como proveedores de materias primas baratas y como mercado de artículos elaborados caros, la lucha de los universitarios debe estar dirigida


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