Tiempos trastornados. Mieke Bal

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Tiempos trastornados - Mieke  Bal


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impacto de esta demostración de un poder transformativo heterocrónico múltiple resulta crucial cuando nos damos cuenta de que la obra fue creada durante el tenso tiempo que precedió a las primeras elecciones democráticas en Sudáfrica. En aquel tiempo, tanto la distribución de la tierra como la definición de la identidad eran objeto de un debate político y emocional muy intenso. Dicho antecedente político puede actualizarse, hacerse presente. En una exposición, evento que por definición se sitúa en el presente, la presencia de estas obras remite a los movimientos, lentos o veloces, heterocrónicos, que subyacen al resto de obras instaladas en su proximidad y cuya fuerza política ayudan a mantener. En este contexto, entiendo la agrupación e instalación de las obras de videoarte no como parte de un movimiento de la historia del arte sino como un momento, una desaceleración, de la filosofía visual. Tal cosa implica un cuestionamiento profundo de las distinciones ontológicas que definen la ficción en contraposición a la realidad, un examen de la agencia de los medios de comunicación y de las obras de arte producidas en ellos, así como una toma de conciencia de la agencia implicada en la observación comprometida. Esta combinación es lo que yo entiendo por agencia visual.

      La conclusión general que aflora de los ejemplos expuestos es la siguiente: la mezcla de ritmos en la duración, de la linealidad interrumpida, de la tecnología del vídeo como herramienta para reconocer la fragmentación, puede sugerir un formato a partir del cual se anime a la gente a aparecer no como imágenes destinadas a la captura del voyeur sino situadas en una suerte de plenitud sinestésica que sólo resulta posible tras el colapso del efecto de lo real, la mayor de todas las mentiras. Se trata de una presencia que no es diferente a la que proponía Goffman como modelo clave de la interacción social. Utilizar el vídeo como herramienta con la que analizar este potencial en el proceso de darse cuenta de esto –acorde con la propuesta de Bhabha de cambiar la serialización– nos lleva a estar a punto de entender por qué los estudios visuales deben ser analíticos.

      Análisis

      No obstante, ¿qué es, finalmente, el análisis? ¿En qué puede consistir de cara a este menoscabo del objeto? Una primera reflexión atañe a la relación entre objetos concretos. A la luz de lo expuesto antes, esta relación no puede ser sino problemática. Desde mi punto de vista, la actividad crucial que debe romper tanto con el problemático legado de la historia del arte como con las tendencias generalizadoras de los entusiastas de los estudios de cultura visual es, sin duda, el análisis. Jenks propuso una relación precisa entre lo analítico y lo concreto: una aplicación metódica de la teoría a los aspectos empíricos de la cultura (1995: 16). Esto plantea el problema de la «aplicación».

      La propuesta de Jenks implica separar la teoría de la realidad empírica, así como una concepción utilitarista de la teoría. La paradoja de tal concepción es que, bajo la apariencia de poner la teoría al servicio del objeto, se tiende a promover la subordinación del objeto como ejemplo, ilustración o caso del punto de partida teórico. Tal como ha argumentado Fabian, el así llamado objeto empírico no existe «ahí afuera», sino que cobra existencia en el encuentro entre el objeto y el analista, mediado por el bagaje teórico que cada cual aporta en el encuentro (1990). Esto transforma el análisis, de una aplicación utilitarista en una interacción performativa entre el objeto (incluyendo aquellos aspectos suyos que permanecían invisibles antes del encuentro), la teoría y el teórico. Desde esta perspectiva, los procesos de interpretación son parte del objeto y están sujetos a crítica por parte del analista.

      Finalmente, las prácticas interpretativas en los estudios de cultura visual defienden que el significado es dialógico. Este «sucede» más que existe a priori de la interpretación. El significado es el diálogo entre el espectador y el objeto, así como entre distintos espectadores. La situación se complica aún más por el hecho de que el concepto de significado es, en sí mismo, también dialógico, dado que es concebido de manera distinta de acuerdo con diferentes regímenes de racionalidad y distintos estilos semióticos. Además, el diálogo no implica una coexistencia armónica. Más bien, el diálogo es un proceso en el que tienen lugar las luchas de poder.

      Un cuarto principio metodológico es el examen histórico-analítico de los regímenes de la cultura visual tal como son incorporados por las instituciones importantes y sus figuras aún operativas: la escuela, la Iglesia, el museo, así como las agencias de publicidad, que saturan con sus mensajes todo el espacio público. Esta forma de análisis histórico no reifica un estado histórico del pasado, sino que se dirige a la situación presente como punto de partida y foco de luz con el que proseguir la búsqueda. El museo modernista, todavía predominante, es un objeto paradigmático para dichos análisis. Su ambición enciclopédica, su organización taxonómica, su retórica de la transparencia y sus premisas nacionalistas han sido reiteradas hasta el punto de ser casi completamente naturalizadas. Un análisis histórico del tipo que tengo en mente no se detendrá simplemente en la descripción de estos principios. Fundamentalmente, mostrará sus remanentes en la cultura contemporánea y las formas híbridas que adoptan, y


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