Antijudaísmo, antisemitismo y judeofobia. Nicolás Kwiatkowski

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Antijudaísmo, antisemitismo y judeofobia - Nicolás Kwiatkowski


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de ladrones, un prostíbulo, etc. Dice, incluso, que sabe que hay cristianos que van a realizar juramentos a la casa de culto judía porque la consideran sagrada. Habla de sinagogas específicas, en la ciudad y en las afueras. Crisóstomo es, como adelantamos, una de las pocas fuentes cristianas que revelan datos concretos sobre la interacción entre judíos y cristianos en una urbe tardoantigua93.

      Pero incluso en este caso, donde claramente es el contexto el que impulsa el discurso antijudío y no la propia dinámica teológica cristiana, el obispo construye su sermón para los cristianos. Porque, a fin de cuentas, los textos cristianos están hechos para cristianos; son leídos por estos; son escuchados por estos. Es cierto que hay registros (escasísimos) en los que consta que algunas normas obligaban a los judíos a escuchar los sermones del obispo. También es verdad que los tópicos adversus Iudaeos pudieron haber llegado a oídos judíos a través de polémicas públicas. Pero la mayoría de los discursos antijudíos fueron gestados teniendo en mente un auditorio cristiano. E incluso cuando se atacó a los judíos de carne y hueso, se lo hizo con el fin de impedir que la feligresía continuara teniendo contacto con estos para evitar el riesgo de influencia.

      Volviendo a los judíos hermenéuticos, vale decir que la constitución de estas figuras retóricas tampoco fue gratuita para los propios judíos y judías de la Antigüedad Tardía y el Medioevo. Porque aunque la motivación haya sido disciplinar a los cristianos y a las cristianas, lo cierto es que durante la Antigüedad Tardía se fue conformando un corpus de tópicos antijudíos muy grande. Y aunque veremos que la eficacia de estos discursos no parece haber eliminado la interacción entre cristianos y judíos, en ocasiones su recepción sí generó actos de violencia. Porque si bien la mayoría de la población que escuchó a Agustín en Hipona pudo haber hecho caso omiso a sus referencias sobre judíos, algunos sujetos sí pudieron haberle dado crédito. Vuelvo al ejemplo anterior: la islamofobia no suele calar en toda la población, pero de vez en cuando se lee en las noticias sobre agresiones contra los musulmanes sustentadas en creencias que provienen, claramente, de discursos anti-islámicos. En otras palabras: aunque el discurso antijudío cristiano haya nacido como una necesidad teológica y haya devenido dispositivo hermenéutico, las referencias negativas allí contenidas saltaron, en ocasiones, del papel a la realidad.

      Otro problema que los judíos hermenéuticos trajeron a los judíos históricos se relaciona con la permanencia. Porque el judío espectral no tiene tiempo. Nace como un modelo, una efigie. Y como no tiene vida, no muere. Y surca el tiempo, indemne. Va sumando, incluso, nuevos atributos negativos. Para dar un ejemplo, en la Inglaterra pre-normanda no había, según las fuentes disponibles y el consenso historiográfico, judíos. No había judíos pero autores como Aelfrico (ca. 955-1010) escribieron textos que poseen múltiples referencias antijudías. Aelfrico murió y los judíos, después del 1066, llegaron a Inglaterra. Él murió pero sus textos no. Y fueron leídos tardíamente por sujetos que sí tenían frente a sus ojos a judíos reales. Entonces un texto antijudío nacido para disciplinar a cristianos en un tiempo donde no había judíos, fue recepcionado siglos más tarde por sujetos que sí lidiaban con judíos94. Obviamente que ello no explica la violencia que sufrieron los judíos en los siglos XII y XIII –la cual, para desencadenarse, requirió múltiples variables políticas, sociales y económicas– pero sí otorga un elemento más a la posibilidad de existencia de esta. Me adelanto a la crítica: ¿entonces por qué decir que el discurso cristiano antijudío previo a la Shoa no tuvo nada que ver con Treblinka? Dije ya que tuvo que ver, pero solo en parte. Treblinka existió por muchos motivos y el antijudaísmo cristiano no fue el principal. De hecho, Hitler, en algunos textos, despreciaba abiertamente el antijudaísmo cristiano –al que denominaba pseudo-antisemitismo–95 y se mostraba preocupado porque el bautismo otorgaba un potencial escape a la “raza” judía96. Se ha argumentado que la elección por parte de Hitler de los judíos como enemigos –y antes que él, por Wilhelm Marr, quien acuñara el término antisemitismo97– hunde sus raíces en el odio generado por discursos cristianos previos. Creo, nuevamente, que tal afirmación es una petición de principio. Las razones por las que Agustín y Marr escribieron contra los judíos son hijas de tiempos diferentes y, en palabras de ellos mismos, responden a razones distintas. No se lea esto como una defensa del cristianismo inicial, cuya literatura antijudía generó grandes daños. Es simplemente responsabilidad de un historiador intentar comprender los fenómenos sin reduccionismos y, sobre todo, teniendo en cuenta los contextos en los que suceden los eventos.

      Acciones

      Pasemos ahora a la praxis cristiana frente a los judíos. Es, claramente, más difícil de investigar porque lo que sobrevive a la historia son los textos y no los eventos98. Es decir, sin el texto no hay evento. Si nadie registró que un obispo instó a golpear judíos durante la Pascua, no tenemos forma de reconstruirlo. Más difícil de detectar es, aún, la convivencia pacífica dado que la noticia es la quema de una sinagoga; no su permanencia.

      Para analizar la política cristiana tardoantigua frente a los judíos disponemos de evidencias escasas e incompletas. No voy a hablar aquí de las –aún más difíciles de corroborar– reacciones populares (volveremos sobre esto más tarde) sino de las acciones que tomaron individuos pertenecientes a los grupos de poder.

      Un buen punto de partida son las normas. Si bien es muy difícil calibrar el grado de aplicación y cumplimiento, al menos reflejan la voluntad de las elites. Es cierto que un sermón antijudío también es, de algún modo, un intento de accionar sobre el cotidiano, pero la constitución de leyes es un mecanismo más directo dado que posee carácter vinculante y se apoya en el uso de la fuerza. El Código Teodosiano, promulgado en 438 e.c., recolecta varias leyes destinadas a los judíos. Aunque el discurso antijudío está presente dado que el judaísmo es presentado como superstición y secta, la lectura del Codex pone de manifiesto que, sin bien jurídicamente subordinados, los judíos eran aceptados por la legislación imperial cristiana. Ello se refleja, por ejemplo, en la aparentemente contradictoria frase “Es evidente que la secta de los judíos no está prohibida por ninguna ley”99.

      La vida de los judíos se permite. Se prohíben las conversiones forzosas y los ataques, tanto a individuos como a casas de culto. Pero claramente subordinada: no pueden poseer esclavos cristianos; no pueden construir sinagogas nuevas ni embellecerlas; no pueden convertir gente al judaísmo100. Una existencia aceptada, pero en segundo plano. Silenciosa. Ciertamente un judío del siglo V tenía, para el Código Teodosiano, más derecho a mantener su fe que un cristiano de creencia arriana. Sin embargo –respecto del período pre-cristiano– la situación de los judíos empeoró. No al nivel de languidez sugerido por los tópicos o por la historia lacrimógena, pero sí a una existencia menos fácil.

      El carácter subordinado y silencioso del judaísmo se revela, con claridad meridiana, en canon del Concilio de Narbona (589 e.c.):

      Se ha decretado, ante todos, lo siguiente: que a los judíos no les sea permitido trasladar un cuerpo cantando salmos; pero dada su tradición y la costumbre antigua, conduzcan el cuerpo y lo entierren. Si se permitieran hacer otra cosa, paguen al funcionario de la ciudad seis onzas de oro101.

      Pueden realizar, acorde a la tradición, el cortejo fúnebre. Pero en silencio. Pueden vivir; pero según establezcan las autoridades cristianas.

      Los cánones conciliares nos otorgan más pistas sobre la política eclesiástica frente a los judíos. Si bien de más difícil aplicación que la normativa secular, también intentan regular la vida de judíos y cristianos. Revelan, sin embargo, aquello que parecen no poder controlar: prohíben insistentemente las comidas en común; los casamientos mixtos; la posesión de esclavos cristianos por parte de judíos, etc.102 Pero incluso si nos resignamos a no saber si efectivamente había interacción o no, lo que sí es claro es que quienes se congregaban en los concilios querían que los judíos y los cristianos se mantuvieran distantes para evitar, así, posibles influencias judías en sus feligresías.

      Si dejamos atrás las leyes y nos concentramos en algunos relatos hallamos situaciones de todo tipo, entre los que resaltan los hechos violentos. Esta violencia es innegable, aunque debemos insistir en que las crónicas, para dar un ejemplo, registran los hechos de violencia y no la convivencia cotidiana. Este sesgo debe ser tenido en cuenta dado que cuando se reconstruye la historia se encadenan ataques a las sinagogas, dejando de


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