La alimentación de los antiguos mexicanos en la Historia natural de la Nueva España. Hernández Francisco

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La alimentación de los antiguos mexicanos en la Historia natural de la Nueva España - Hernández Francisco


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una marcada continuidad cultural y también que hay una escuela de investigadores en etnobotánica, que de alguna manera retoman el importante trabajo que nos legó Francisco Hernández.19

      No deja de mencionar el protomédico diversas vainas como las del guaje que “suelen hacer las veces de ajos a los que se parecen notablemente en olor y sabor”. Esta y muchas otras siguen presentes en nuestra dieta. Aunque traído de fuera, también le da lugar al tamarindo.

      Hongos de variados colores. Además de los que se usaban con fines rituales, los comestibles pueden ser blancos, amarillos, rojos, pardos, negruzcos, matizados, verdosos “de tan variados colores, en fin, que ningún artista podría igualarlos por hábil que fuese...” También son variados las formas y tamaños. Volvemos a contristarnos por la pérdida de las ilustraciones, pues escribe Hernández que de entre estos hongos escogió para pintar los siguientes: iztacnanacame, tlapalnanacame y chihualnanacame.

      Por lo demás puede decirse que la obra de Francisco Hernández es impensable sin su tenacidad, pero también sin la presencia de los médicos indígenas de los que no dejó un solo nombre. No ocurrió lo mismo con Bernardino de Sahagún, que en el Libro VII de su Historia general de Nueva España, al referirse a las hierbas medicinales, da cuenta de sus informantes que ya habían sido bautizados y por tanto los registra con sus nuevos nombres: Gaspar Matías, Francisco Simón, Miguel Damián, Felipe García y Miguel Motolinía.

      Historia Natural de los animales de la Nueva España

      La vida en los lagos. Del conjunto de animales que describe Francisco Hernández, no debe sorprender que una parte importante sean especies que vivían en las áreas lacustres. Esto se debe a que la mayor parte de su información la recabó en la cuenca de México. Como nos referiremos aquí a las aves comestibles, no mencionaremos otras que captaron su atención como los picaflores llamados huitzililin.

      Los antiguos habitantes de esta región tenían una relación muy estrecha con los lagos. Habiéndola elegido como lugar para establecerse, tuvieron que sortear no pocas dificultades. Para ganar terreno al agua, por ejemplo, establecieron las llamadas chinampas, que aun hoy merecen el reconocimiento de diversos especialistas.

      Fue necesario, además, separar las aguas dulces de las saladas que formaban el lago de Texcoco. Para ello, el mismo ingeniero hidráulico que había llevado agua hasta las alturas en Texcotzinco, el gran Nezahualcóyotl, diseñó un dique y dirigió las obras. Este dique separaba las aguas dulces de las saladas; tenía varias escotaduras que permitían la navegación todo el tiempo. Cuando las aguas subían, se colocaban tablas en las escotaduras para evitar el paso del agua salada; el propósito era mantener una leve derrama del agua dulce sobre el agua salada, al tiempo que se permitía la navegación.

      El ir y venir de las canoas era constante; cientos de casas tenían acceso directo a los lagos a través de un sistema da canales. El sistema lacustre se utilizaba de manera integral. Desde puntos más o menos distantes se comerciaban muy diversos productos. Muchos de ellos se cultivaban en las propias chinampas, otros se pescaban, recolectaban, cazaban o criban en los lagos y sus orillas.

      Muchas de esas aves eran comestibles. En la mesa diaria indígena también fueron frecuentes varios tipos de pescados, de batracios y crustáceos. Se contaba con técnicas de caza y pesca eficientes, que muestran el conocimiento que tenían aquellos hombres de las costumbres de los animales.

      Durante la Colonia continuó la costumbre de comer aves lacustres. Los viajeros que llegaron a México en el siglo XIX han dejado constancia de los pregones con que los indios vendían patos cocidos o chichicuilotes por las calles de la capital; continuaron todavía a principios del siglo pasado, para finalmente desaparecer de las zonas céntricas. Estas viandas hoy sólo se comen en lugares muy específicos de lo que resta de aquellos lagos.

      Las descripciones que hace de muchas de ellas Francisco Hernández evidencian este conocimiento. Ahí se establecen las distintas características; una de ellas es la diferenciación entre las que son residentes y las que son migratorias. Utiliza diversas expresiones; así del atótol dice que “es nativo’, del amacozque que es “habitante del lago mexicano”; menciona que la llamada metzcanauhtli y tzonyayauhqui viven en la laguna de México; la coyolcozque “es ave indígena” En otros casos se añaden características al hecho de ser oriundas; el atotolqui, por ejemplo, “es originario de la región mexicana y cría sus hijos entre juncales y carrizales”, similar es el azazahoactli que siendo oriundo de la región, “empolla en primavera entre los juncales”.

      Éstas son algunas de las que se clasifican como “visitantes”: el atlapácatl, el achalalactli que es “ave migratoria que visita el suelo mexicano”. Lo mismo ocurre con el tempatlahoac, el mozotótotl, el quachilton y el xalcuani, el pipixcan, entre otras muchas aves. Al referirse al comaltécatl es más explícito: “todos los años, en invierno, emigra de las frías regiones del septentrión a este suelo mexicano como a lugar soleado y tibio”.

      La apariencia de las aves también es de interés y muestra la cuidadosa observación de los indios y del protomédico. Del chilcanauhtli, una especie de pato, escribe que el “color de las plumas de todo el cuerpo es leonado, pero el de las alas es vario, a veces azul, a veces blanco y a veces negro tirando a verde”. También impresionan los cantos: el atotolquichil “imita a los ratones en


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