Orden fálico. Juan Vicente Aliaga

Читать онлайн книгу.

Orden fálico -  Juan Vicente Aliaga


Скачать книгу
Lacan, hay un elemento de desconocimiento. El sujeto no tiene la capacidad ni el potencial para llegar a conocerlo todo sobre sí mismo. Cuando actúa el sujeto la voluntad de actuar conlleva la puesta en práctica de ciertas ideas que no son explícitas. Parafraseando a Butler el sujeto se mueve, se activa por algo que precede al yo consciente e intencionado[32]. El yo no lo controla todo, está privado en parte de la posibilidad de dominarlo todo, es en cierta medida ignorante pues está escindido. Desde esta perspectiva quienes abogaban por un pensamiento humanista –Sartre– que otorgaba todo el poder al sujeto, al individuo, se topaban con una limitación importante. Y es que sería pueril olvidar que el sujeto es percibido en el lenguaje, en el discurso y en la historia como masculino.

      El lenguaje es manifiestamente algo de suma importancia para Lacan pues el sujeto habla un lenguaje pero el lenguaje también le habla a él, habla por él. De esto se desprende la idea de un sujeto más humilde, no omnisciente, y por tanto de un cierto descentramiento del sujeto que le vincularía con los demás. Es decir un sujeto que, en opinión del autor de Écrits, necesita de los demás. No es, pues, un sujeto todopoderoso. No habría, por ende, ninguna posibilidad de actuar, de intervenir en el mundo de motu proprio.

      Butler tiene en mente, sobre todo, aunque no solamente, a los sujetos trans e intersexo. Quienes según la pensadora norteamericana hipotecan el género (es decir los límites que segregan lo que se entiende por masculinidad y por feminidad) y posibilitan también reforjar nuestra concepción de qué es lo humano.

      En este ensayo se podrá comprobar que en los distintos conflictos bélicos que han generado representaciones y cultura visual –la Primera Guerra Mundial, la Segunda, Vietnam, Argelia...– la ideología militar es siempre y estructuralmente masculina, a pesar de la presencia de un contingente de mujeres en la tropa, en particular en ejércitos contemporáneos (Israel, Estados Unidos, Irán). Estamos sin duda ante un verdadero reto epistemológico y una pregunta parece obligada: ¿las mujeres soldado que han participado en las torturas aplicadas a iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib actúan como «mujeres» o se comportan como «hombres»? Piénsese que afirmar que toda mentalidad marcial sólo puede ser masculina y que ésta es siempre violenta –como así ha sido frecuentemente en la historia– equivaldría a descartar que la mujer pueda ser violenta, lo que obviamente no es cierto, pues ha ejercitado actos criminales en algunos momentos. Todo esto no resta significación al hecho de que las fotografías que han circulado por la red son indicativas del deseo de la soldadesca de ambos sexos de ser vista, de tener un público, de crear un acontecimiento en el que actúan como verdugos, a sabiendas de que sus vejaciones rompían los códigos del pudor de sunitas y chiíes, violando sus interdictos corporales y sexuales. Sobre todo por las escenificaciones de actos sodomíticos. Para Judith Butler,

      De alguna manera sodomizar al iraquí suponía vencerlo, derrotarlo, humillarlo, y para ello se emplean expresiones y exabruptos anales que, en boca del puritanismo moralista de Bush, obedecen a la repugnancia que se siente por lo que consideran abyecto.

      Las fotografías de Abu Ghraib muestran un sinfín de actos sexuales, homo y heterosexuales (felación, penetración…), que son formas de dar y recibir placer, pero que se convierten en actos envilecedores al aplicarse sin consentimiento y mediante la tortura.

      Lo dicho puede resultar desconcertante y difícil de entender sobre todo en lo relativo a la participación de mujeres en abusos y sevicias de los que a lo largo de la historia ellas han sido objeto. Tal vez falla la memoria histórica o estamos ante un caso extremo de interiorización de normas masculinistas. ¿Eran mujeres cuando maltrataban a los prisioneros o hacían de mujer, o tal vez de hombre imbuidas del clima carcelario y de los ritos gregarios? Las respuestas no salen sin tropiezo pero lejos de invalidarla refuerzan la conciencia del componente de género en el ejercicio de la violencia. Un enfoque no siempre aceptado, ni siquiera por un estudioso de la sexualidad como Foucault quien fue acusado por algunas feministas francesas de desexualizar la violación. Para el autor de Surveiller et punir, la violación tenía que ser tratada como un acto de violencia del mismo calibre que otros. Sin embargo, como ha relatado Teresa de Lauretis citando a Monique Plaza:

      Mi objetivo en este libro estriba en explorar qué representaciones ha generado el arte en relación a la violencia de género en un universo de asfixiante androcentrismo en el siglo XX. Huelga decir que a la hora de diseccionar las imágenes (en pintura, escultura, fotografía, vídeo, etc.) no sólo abordaré las muestras de mayor machismo sino también aquéllas que han supuesto una contestación a la ortodoxia del orden asentado. Todo ello dejando bien claro que no hay en este ensayo ánimo de exhaustividad, cosa que sería, amén de desmedida, imposible e impracticable en cualquier análisis sobre el androcentrismo.

      Los


Скачать книгу