Orden fálico. Juan Vicente Aliaga

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Orden fálico -  Juan Vicente Aliaga


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mismos años cuando en el contexto francés empiezan a hilvanarse las teorías sobre la micropolítica –Felix Guattari y Michel Foucault son dos referentes imprescindibles de estas ideas– que permiten volcar la mirada y el discurso hacia las realidades despreciadas, sectoriales, pequeñas, ajenas a los grandes relatos masculinistas. En un principio, en los cenáculos feministas norteamericanos, se esgrimieron todo tipo de explicaciones para entender el origen de los malos tratos. Se arguyó, desde una base psicológica, que se cometían abusos porque los hombres eran incapaces de expresar sus sentimientos, debido a un proceso de socialización castrador que impedía a los niños emocionarse y mostrar sus flaquezas, lo que sería signo de feminidad. Se adujeron otras argumentaciones, como las ancladas en la sociología, y se indagó en lo relativo a la desigual estructura social (el desempleo femenino, las diferencias de salario, la realidad discriminadora en la familia, los distintos papeles sociales en las relaciones de pareja). Incluso se llegó a recurrir a explicaciones de substrato romántico para fundamentar el maltrato procedente del deficiente control de los impulsos del agresor que no sabía frenar su cólera; se habló también, y en demasía, de amor pasional, sobre todo en los medios de comunicación (en los serios y en los amarillistas) para enmascarar la brutal violencia que todavía en los setenta no se calificaba siquiera de doméstica. Durante mucho tiempo las voces conservadoras se habían olvidado de considerar las causas culturales, religiosas, sociales y sobre todo las que dimanaban de la organización patriarcal de la sociedad y de la subordinación de las mujeres. El feminismo corregiría este olvido.

      Con el paso de las décadas se ha podido constatar que el concepto de violencia de género no debe apoyarse solamente sobre la brutalidad física. Hay otras formas de dominar a la pareja: el abuso emocional y el control económico. Existen por supuesto otros conductos por los que se trasmite la opresión de género, entre ellos, la violación, el acoso sexual y la privación económica: por consiguiente estamos ante un sistema complejo, intrincado y amplio de desigualdades que actúa como un poderoso mecanismo de control y sometimiento moral sobre la víctima.

      En los capítulos de que consta Orden fálico, con la ayuda inestimable de un conjunto de interpretaciones teóricas, en las que sobresale la teoría feminista y queer, he explorado el lenguaje escrito y visual del futurismo y también del vorticismo con el que comparte no sólo un lenguaje agresivo vanguardista sino un terreno conceptual común, centrándome en las figuras de Marinetti y Wyndham Lewis. Ello sin olvidar el telón de fondo de la Primera Guerra Mundial y de la aparición de otras manifestaciones artísticas modernas en un contexto en el que asoman los primeros síntomas de la crisis de la masculinidad heroica. El segundo capítulo me ha conducido a tierras culturales germanas, un auténtico polvorín de ideas en donde emergieron estéticas innovadoras y conflictos sociales de radicalidad transformadora. Y en donde brotaron también planteamientos visuales tan discordantes como los dadaístas, en particular con los collages críticos y antisexistas de Hannah Höch, la única mujer de ese movimiento. También en Alemania nació la nueva objetividad de Otto Dix, obsesionado por el asesinato de prostitutas. El siguiente capítulo está centrado en las especulaciones literarias y artísticas que tienen a Francia y al surrealismo por epicentro. La contribución del psicoanálisis y su relación con la violencia sexual ocupa parte de la producción artística de ese periodo. Los dos siguientes capítulos abordarán materia artística influida por el constrictivo corsé de la guerra. El horizonte bélico se vislumbra continuamente en la estética totalitaria y machista del nazismo y también en el realismo socialista estalinista, y en otros regímenes como el franquista. En la posguerra anidará una falsa neutralidad de género mediante la abstracción, que en realidad ocultaba un entronizamiento de la virilidad, erosionada en parte por Andy Warhol y Fluxus. El sexto capítulo acota una situación y un contexto sociopolítico y artístico tan peculiar como el surgido en torno al accionismo vienés, cuestionado desde una óptica feminista por VALIE EXPORT. El siguiente capítulo, el séptimo, está de nuevo marcado por ruido de sables y tambores de guerra. Se incide también en la relación entre colonización y género con el fondo de Argelia y Vietnam y las miradas artísticas que se alimentaron de estos frentes. El octavo capítulo reviste una significación señera pues penetra en un tiempo capital para entender el cuestionamiento de las normas y divisorias de género y la violencia subyacente: los años setenta de la mano de las movilizaciones feministas que llaman la atención sobre la violación, seguidas de cerca por individualidades como Ana Mendieta, Martha Rosler, Nancy Spero que ampliaron la mirada crítica. Fueron años agitados en donde se analizó la opresión que emana de la división entre lo público y lo privado y la procedente de la belleza opresora (Gina Pane). El feminismo usará estrategias micropolíticas como caja de herramientas para erosionar el orden fálico. Finalmente, en el último capítulo, y producto de una reflexión sobre un mundo cambiante, inestable, en el que los planteamientos occidentales se cruzan con visiones poscoloniales, se exploran trabajos surgidos de países y culturas apartados del canon firmado y avalado por el mercado, las instituciones y las metrópolis europeas y norteamericanas, ahondando en la especificidad cultural de la violencia de género de algunos países africanos, latinoamericanos o de Oriente Medio.


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